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San Vicente Mártir |
La Fe, la fides latina, sin duda es uno de los pilares más consistente en la
vida del hombre religioso. Esa Fe no es más ni menos que la creencia en algo o
en alguien en quién depositamos nuestra confianza. En el caso del
cristiano-católico, un Dios único al que denominamos Yaveh. Pero la Fe monoteísta del Antiguo
Testamento que posteriormente adoptó el Cristianismo en todas sus Iglesias, poco
tiempo mantuvo el valor originario de creencia en lo etéreo, tal como indicaba San
Pablo en su carta a los Hebreos “la Fe es la certeza de lo que se
espera y la evidencia de lo que no se ve” (Heb 11:1). Así, a lo largo de la Historia, el Cristianismo
tuvo que fortalecer esta fe en base a una serie de elementos que acercaran el
conocimiento de lo divino a una población en la que la abstracción de la deidad
no era suficiente para mantener viva la llama de sus creencias. Entre dichos
elementos aparecieron las reliquias, elementos tangibles, visibles,
perceptibles y materialmente cercanos al hombre, que hacían que esa fe primigenia
en lo desconocido asumiera un importante valor material para enfatizar la
confianza en Dios. Éstas fueron elementos directamente relacionados con los
Santos (ropajes, lugares de martirio, objetos tocados por ellos,…) o, con mayor
importancia, sus propios cuerpos (o parte de ellos).
Desde los primeros cristianos comenzaron a conservarse
elementos relacionados con aquellos que habían sido perseguidos y martirizados.
La adoración de estos destacados hombres de fe, muchos de ellos encumbrados a
la categoría celestial de Santos y Mártires del cristianismo, fragmentó en
cierta medida el monoteísmo primigenio y abrió de alguna manera el espectro
celeste a adorar. Fue entonces cuando muchas comunidades experimentaron la
necesidad de conservar entre sus elementos de adoración reliquias de sus
hermanos asesinados en persecuciones paganas,
lo que dio origen a todo un entramado de búsqueda, conservación e incluso
combates entre fieles en pos de la consecución
de dichos vestigios divinos. A partir del siglo VI muchos de los cuerpos de los mártires conservados en
las diferentes comunidades comenzaron a fragmentarse para cubrir la demanda en el mundo cristiano. Y
todo ello, por supuesto, acrecentado durante la
Edad Media, en la que el mundo en torno a
las reliquias de los santos constituye una parte destacada de esta etapa
histórica. Las reliquias dieron prestigio a dichas ciudades.
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Brazo incorrupto de San Vicente conservado en la Catedral de Valencia. |
Quizás las reliquias más importantes sean las relacionadas
directamente con Jesús de Nazaret, como el Sudario
de Turín o el Lignum Crucis
(entre otros elementos). Pero no de menor grado de adoración son elementos
relacionados con los Santos. Para no alargarnos y centrarnos en San Vicente,
decir que muchos han sido los elementos que se han adorado del Mártir oscense.
Destaca la Túnica de San
Vicente, que libró a las zaragozanos del asedio de los francos de
Childeberto a mediados del siglo VI, cuando sus habitantes se pusieron bajo la
protección de dicha prenda. En agradecimiento, el Obispo de Zaragoza , tras
levantar el propio asedio, entregó al rey franco la túnica, que fue trasladada
a París, donde se construyó el edificio religioso más antiguo de la ciudad,
dedicado a la Santa Cruz
y a San Vicente Mártir. Además algunos autores citan elementos del Santo repartidos
por varias ciudades y pueblos de España, Francia, Italia y Portugal, destacando
el brazo de San Vicente que se conserva en la Catedral de Valencia.
A este respecto, hace 236 años llegó a nuestra localidad
una reliquia de San Vicente Mártir para que los zalameños pudieran adorar, más
allá de la imagen del mismo, sus restos. En el mes de mayo de 1777, el Reverendísimo Padre Maestro Manuel Gil
Clérigo Menor traía desde Roma a la villa de Zalamea restos del Santo y una
bula que autentificaba la reliquia. Como Visitador General del Arzobispado
había ido a Roma a entregar sus informes y de allí había aportado unos restos
de San Vicente “...para que quedase en
esta villa su patria como una expresión o señal del mucho amor que lo
profesa...” Sebastián Millán, Hermano Mayor de la Cofradía, se congratulaba
del hecho, agradecía al Padre Manuel Gil la traída del vestigio y emplazaba al
sacerdote Francisco Martín Lancha a custodiar en el archivo eclesiástico la
bula que autentificaban los restos del santo. Ésta, escrita en latín, indicaba
lo siguiente:
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Documento que acredita la autenticidad de la reliquia . |
Francisco
Antonio Marcucci, Patricio Asculano de la Inmaculada Concepción,
por la gracia de Dios y de la Sede Apostólica obispo de Monte Alto en el
Piceno, Abad de Monte Santo, en el Abruzo, Prelado doméstico de Su Santidad y
Asistente al solio pontificio, y Vicario de Roma.
A todos
y a cada uno de los que vieran nuestras presentes cartas, damos fe y
testificamos que, para mayor gloria de Dios y veneración de sus santos, hemos
dado y concedido una reliquia sagrada de los huesos de San Vicente Mártir,
extraída de lugares auténticos, y legítimamente reconocida y colocada en una
teca de plata, de forma oval, protegida por un cristal, bien cerrada y atada
con una cinta de seda de color rojo, con la facultad de retenerla, donarla a
otros, y de exponerla a la publica veneración de los fieles y colocarla en
cualquier iglesia, oratorio o capilla.
En fe de
lo cual, mandamos a nuestro Secretario,
que suscribe, expedir las presentes letras testimoniales, suscritas de mi mano,
y refrendadas con nuestro sello.
Dado en
Roma, en nuestra sede, en este día veinticuatro de mayo del año mil setecientos
setenta y siete.
Francisco Antonio, obispo de Monte Alto,Vicario.
Pedro Argenti, secretario. Gratuito
Pocos meses después,
el 20 de diciembre, el Arzobispado
ratificaba la autenticidad de la reliquia y de la bula a través de un auto de
aprobación y licencia. El licenciado Ignacio Zalduendo y Luquin “...haviendo visto y reconocido en presencia de
mi, el insfrascripto Notario maior la reliquia que se expresa en la authentica
de la buelta, y hallandola conforme a ella, su señoria la dec1aró por cierta y
verdadera, y la aprobaba y aprobó por tal, y dio su licencia para que se pueda
exponer al publico en qualquier lugar sagrado para que se le de el debido culto
y veneración pública...”
La reliquia la conservó la cofradía en la
iglesia parroquial y la bula en el archivo de la iglesia. Ambos vestigios
pudieron desaparecer del recinto tras la entrada de las tropas napoleónicas en
Zalamea y tras los destrozos y robos ocasionados en el templo al usarlo como
lugar campaña. En aquella ocasión la mayor parte del patrimonio documental
desapareció con la destrucción del archivo, además del robo de los ornamentos
que componía en patrimonio del lugar.
José
Manuel Vázquez Lazo
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