Notocia sobre la toma de Zalamea la Real en el Diario Odiel |
A mediados del año 1936,
la victoria del Frente Popular en las elecciones del mes febrero -cuyo triunfo
no había sido digerido por los sectores reaccionarios de la sociedad civil,
religiosa y del ejército- aceleró los acontecimientos. La amenaza de un
pronunciamiento militar era cada vez más sólida. El último Gobierno republicano
antes del golpe, el liderado por Santiago Casares Quiroga, ya tuvo conocimiento
del inminente levantamiento. Entre las pruebas más definitorias que tuvo
Casares en sus manos, estuvo una carta enviada por el general Franco, donde le
daba a conocer el descontento de gran parte la clase militar, y donde se hacía
eco del grave estado de inquietud de la oficialidad. La trama golpista,
dirigida por el General Emilio Mola, y seguida por otros generales como
Sanjurjo o Franco, contaría con el apoyo político de los monárquicos del Bloque
Nacional, liderado por el autocalificado fascista José Calvo Sotelo; por los
tradicionalistas de Fal Conde; y por los integrantes de la copia ibérica del fascio
italiano, Falange Española, dirigida por José Antonio Primo de Rivera. La
colaboración de los sectores antirrepublicanos del Ejército, de gran parte de la Guardia Civil y de
la ultraderecha española al golpe, no fue suficiente para lograr una victoria
rápida, tal como había planeado Mola. De este modo, lo que en un principio
había sido planteado como un levantamiento clásico de los muchos que se había
llevado a cabo durante el siglo XIX, se convirtió en una encarnizada lucha y en
una guerra fratricida que llevó al país a una cruel dictadura.
Uno de los frecuentes
registros de armas que llevaba a cabo el Gobierno de la República para controlar
la tensa situación que ya se vivía en ciertos sectores del Ejército, provocó el
inicio de la sublevación. El que se llevó a cabo en la Alcazaba de Melilla el
día 17 de julio fue obstaculizado por parte de un pelotón de legionarios, lo
que dio origen al Golpe. A partir de entonces, los hechos se fueron
desencadenando. Los conspiradores fueron tomando posiciones. En Andalucía el
general Queipo de Llano sería el encargado de extender la sublevación. El
sábado 18 de julio de 1936 daba inicio la Guerra Civil
Española.
En Zalamea la Real la noticia del golpe fue
asimilada con relativa inquietud por gran parte de sus habitantes. Ésta se
había escuchado por radio el mismo 18 de julio, pero parecía que la lejanía del
levantamiento no angustió de inicio a los zalameños. No obstante, a la mañana
siguiente, y según extraemos de la obra de Fernández Seisdedos, los obreros
sindicales del pueblo organizaron comités para detener a los miembros de
derechas del pueblo: “A la mañana
siguiente (de la insurrección del 18 de julio de 1936), los obreros sindicales
del pueblo habían organizado unos comités para detener a las personas de
derecha. Sólo detenían a los hombres, y los llevaban a la cárcel sin violencia
ni hostilidad. Los comités de obreros fueron al cuartel de la Guardia Civil , donde
no hubo ninguna resistencia y les entregaron todo el armamento. Muchos hombres
del pueblo participaron en aquellos acontecimientos y en hacer guardia en la
cárcel...”.
Gonzalo Queipo de Llano, cabeza del Golpe de Estado en Andalucía, en una de sus famosas alocuciones radiofónicas. |
La situación se fue
haciendo más compleja por momentos en la localidad, donde la tensión se había
manifestado desde el conocimiento del avance de las tropas golpistas hacia la Cuenca Minera. En
esta línea, algunas crónicas citan la desesperación de los milicianos de los
pueblos cercanos, que hastiados y temerosos de los bombardeos a los que estaban
siendo sometidos, se acercaron a Zalamea para llevarse a los derechistas
apresados con la intención de usarlos como escudos humanos.
Fuera ésta la causa o no
del empeño de las milicias en llevarse a los presidiarios conservadores, sí ha
trascendido fehacientemente la actitud valerosa del alcalde socialista Cándido
Caro Valonero, que esperó a los obreros a la entrada del pueblo, en la zona del
Pilar de las Fuentes. Allí, Caro Valonero intentó convencer de su error a las
huestes venidas de los demás pueblos de la Cuenca , sin encontrar una respuesta positiva. Al
llegar a la puerta de la cárcel, la columna de mineros se topó de nuevo con el
alcalde, que se colocó en las puertas del recinto, impidiendo que se llevaran a
los presos –unos ochenta- diciéndoles que
“estos hombres son personas, no borregos que se trasladan de un aprisco a
otro”. Los mineros, ante la persuasión de Valonero, decidieron dar marcha atrás
a sus pretensiones y se retiraron a sus localidades de origen.
Otro de los objetivos
principales por parte de los obreros fue la destrucción de los edificios
religiosos. La Iglesia
se había posicionado al lado de los insurrectos –la jerarquía tradicionalmente
había estado al lado de los conservadores- y la ira de los obreros de izquierda
también se cebó con ella. En Zalamea la
Real , entre el 19 de julio y el 25 de agosto se llevaron a
cabo actos contra la institución eclesiástica: se bloquearon las entradas a los
locales de la
Juventud Católica , a la propia iglesia, ...El coadjutor de la
villa, José María Arroyo, apuntaba, con la crueldad que lo caracterizaría, lo
ocurrido en aquellos momentos: “Tan
bien marchaban las cosas (en el aspecto religioso) que los rojos montaron una vigilancia y
bloqueo al Centro de Juventud y a la Parroquia. Hubo denuncias, encarcelamiento del
consiliario, multas a toda la
Juventud masculina y femenina, letreros indecentes y
amenazadores. ¡Pobrecillos!, de esos letreros aún queda uno en la puerta de la
iglesia con la palabra "muerte”, que es el jornal que ha cobrado aquella guardia roja por su
vigilancia...”.
La iglesia parroquial, la Ermita de la Pastora , la de San Vicente
y el Santo Sepulcro fueron incendiadas, destruyéndose todo lo que se encontraba
en su interior. Cándido Caro no había podido impedir este hecho, tal como había
ocurrido con su defensa de los presos de derechas. El alcalde, seguido de los
concejales se dirigió hacia el lugar para impedir la quema, pero fue amenazado
por los pirómanos, todos de fuera de la localidad, y hubo de refugiarse en el
Ayuntamiento, de donde pretendieron echarlo no sin antes sustraer los enseres y
la caja.
David Avery relata de la siguiente
manera la quema del edificio: “En Zalamea la Real , una turba de obreros de Río Tinto
encabezados por una vociferante mujer a quien los británicos llamaban ‘Miss
América’ (pues trabajaba como sirvienta de un americano empleado en las minas),
había atacado la iglesia, incendiándola. Afortunadamente, las llamas no destruyeron
la totalidad del atractivo edificio, aunque se quemó una colección de
documentos antiguos que pertenecían a la Iglesia y a la ciudad y unos viejos
revestimientos de gran belleza...”. En la aldea de El Villar se quemó
también la iglesia; en Las Delgadas, El Buitrón y El Pozuelo se saquearon estos
edificios.
José María Arroyo, “el Breva”, narraba los
acontecimientos desde su posición: “Y
vino el 19 de Julio.
Escopeteros rabiosos a la puerta del templo. El Santísimo que sale por la
puerta del corralete recibiendo el alto de aquellos demonios con escopetas, la Majestad de Dios se abre
paso en aquel mar de odios y mi casa se convierte en la casa del Buen Jesús. A la
hora son encarcelados los sacerdotes, los jóvenes de Acción Católica y los más
valiosos de los católicos zalameños... Un pobre hombre que quería matar a Dios
y a su Iglesia, se apodera de las llaves del templo y comienza la hazaña en que
aquella noche tremenda se había de consumar. Serían las diez de la noche.
Elementos indecentes, la basura del pueblo arrastró a todo hombre y joven que
estaba en la plaza del paseo de la iglesia, para que todos participaran en la
salvajada infernal que iban a perpetrar. La autoridad quiso impedirlo, pero ya
era muy tarde...Cayeron puertas... y un volcán de humo y fuego fue la fosa de
la riqueza artística de Zalamea: nobleza de esta villa que podía enorgullecerse
de poseer uno de los museos más valiosos de toda la provincia. [...] Todo esto
hicieron cenizas los diablos rojos, hijos de Satanás, enemigos de toda cultura,
verdugos de toda opinión que no fuera la suya y sin un gramo de amor a su
pueblo. ¡Dios los haya perdonado! Pues ya la mayor parte a manos de la justicia
de España pasaron al tribunal de Dios [...]”
Expediente del Consejo de Guerra a Cándido Caro Valonero. |
A
poco más de un mes de iniciada la sublevación, las tropas nacionales llegaron a
la Cuenca Minera.
La Columna Varela ,
tropa formada por unos mil efectivos, sería la encargada de ocupar la
villa. Espinosa Maestre cita a destacados elementos de la citada columna como
el Guardia Civil José Fariñas, el Guardia de Asalto Lora, el requeté López de
Tejada o el falangista Alfonso Medina. Además, la ayuda civil estuvo presente
en Zalamea de la mano del gran falangista onubense, Rafael Garzón Rodríguez, y
el Presidente de la Patronal
de Huelva, el requeté Francisco Pajarón Jiménez. Tras el bombardeo inicial, se
procedió a la incursión de los militares en la localidad, encontrando gran
resistencia por parte de los zalameños afines a la República , que no
dudaron en hacer uso de las escopetas de caza y de las armas requisadas en el
Cuartel de la Guardia
Civil durante un enfrentamiento, que duró cerca de una hora.
Antes
de llegar a Zalamea, la
Columna Varela se dividió en tres frentes, todos bajo la
absoluta autoridad de Gumersindo Varela Paz: Requetés y Guardias Civiles a la
derecha, con Fariñas en la dirección; fuerzas de Intendencia y Carabineros en
el centro, con Pérez Carmona al frente; y a la izquierda, la Guardia de Asalto,
dirigidos por Lora. Éstos últimos, junto con soldados de intendencia, al entrar
por el oeste, la zona del cementerio, pudieron comprobar cómo reinaba un
absoluto silencio en el pueblo, y cómo tan solo en un balcón ondeaba aún la
bandera tricolor. Mientras tanto, por el levante y el sur hacía la incursión el
propio Capitán Varela, cerrando la huida a los republicanos hacia Salvochea, o
el auxilio que pudieran tener éstos desde Riotinto. El avance por el oeste fue
exitoso, y una vez superado el terreno a la altura del cementerio, fueron
tiroteados en los eucaliptales de la ermita de San Vicente. Pero el avance ya
era inminente. Según cita el cacique conservero José Tejero Vizcaíno, en el
diario La Provincia ,
los golpistas iban abriendo las puertas de las casas a culatazos, encontrando
silencio en su interior –fruto, como no, del terror-. Al llegar a la Plaza , fueron tiroteados con
una ametralladora desde la torre – algunos investigadores dudan de la
colocación de este arma en dicho lugar -. Desde el ayuntamiento, algunos
hombres aún resistieron el imparable avance de los insurrectos a lo que,
siguiendo a José Tejero,... “un muchacho, hijo de don Manuel López Gómez, tuvo
la suerte y el acierto de meter un tiro entre ceja y ceja a un marxista que
batía la calle desde una ventana baja de la secretaría del Ayuntamiento”. Los
presos fueron liberados y acto seguido, según relata Tejero orgulloso en el
diario Odiel, se ejecutó públicamente en la Plaza a un individuo apodado
“Matasiete”. Posteriormente hubo de hacer de nuevo frente a una columna
de unos dos mil mineros que fuertemente armados, con explosivos y camiones
blindados, intentaron reconquistar el pueblo.
Fosa común de la Guerra Civil situada en el término Zalamea la Real |
José
María Arroyo Cera de nuevo era explicito al narrar los acontecimientos: “El
ejército de la España
inmortal nos liberó el 25 de agosto a las 8
de la mañana. El 29 se celebró la primera misa, que precisamente
fue aplicada por todos los fusilados. El 30 la primera Misa de Campaña y el 8 de septiembre, día de la
Natividad de Nuestra Señora se comenzó a trabajar en la
restauración del templo de Dios, que a los tres meses justos, con el auxilio de
Nuestra Madre la Virgen
Pura vamos a inaugurar. Inmediatamente las jóvenes católicas
comenzaron su labor: ropa para la
Iglesia , colectas a domicilio, comida y vestidos para los
huérfanos, catecismo, bautizos de moritos que tenían padres cristianos,
casamientos de los que se habían juntado por lo civil. Con mucha justicia se
merecen que en la vidriera principal del templo se ponga su escudo. Los jóvenes
católicos se alistaron los primeros a Falange, demostrando que saben no solo
rezar, sino también con un fusil luchar por Dios y por España. ¿Quién ha hecho
este milagro? La fe, la fe y la fe... La que inició este movimiento salvador.
La que salvará a España”.
Tras la ocupación del
pueblo, el Ayuntamiento democrático fue relevado por una Comisión Gestora que
velaría por los principios del movimiento hasta la consolidación del golpe.
Estaría formada por el Teniente Coronel José Ruiz Serrano como Alcalde, seguido
de Luís González Lancha, José Pérez García y Antonio Rodríguez Bellido. Días
más tarde, el 30 de agosto, el delegado del Gobernador Civil, el Teniente Diego
Cano Bericat, nombraría una nueva Comisión Gestora: Justo González Bolaños como
Alcalde, y Mariano Carvajal y Francisco Pérez de León Perea como gestores. En
esa misma sesión se designarían como alcaldes de barrio a Justo Rabadán Gil en
El Villar; Jose Mora Contreras en el Buitrón, Ignacio Moreno Domínguez en el
Pozuelo, Bernabé Rodríguez García en Membrillo Alto, Ceferino Moyano García en
Membrillo Bajo, Isidoro González Romero en Marigenta, Francisco García Ramírez
en Montesorromero y Emilio Delgado Neto en Las Delgadas.
José Manuel Vázquez Lazo
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