martes, 5 de septiembre de 2023

Cien escudos para comprar lechones, una liara de pitón entre las boñigas del molino de Los Chaparrales, y la horca de tres palos para el asesino del camino de Cecimbre.


Hacía pocos días que se había estrenado el nuevo año de 1706. En esta piel de toro nuestra, haciendo gala de esa necia costumbre endémica de asestarnos guantazos sin razón, los españoles de a pie seguían enzarzados en una guerra civil para determinar quién debía dirigir sus vidas desde el trono que había dejado vacante “El Hechizado”, seis años atrás: o un señor que había nacido en el Palacio Imperial de Hofburg, el Archiduque Carlos; o un señor que había nacido en el Palacio de Versalles, Felipe, Duque de Anjou, que a la postre, se llevaría el gato al agua, regalando a este país la Casa de Borbón para el trono y el futuro de España.

Aquel mes de enero de 1706, a Pedro Romero, vecino y morador de Campofrío, aldea por aquel entonces de la villa de Aracena, le importaba poco que borbónicos y austracistas siguieran dándose de hostias por la Corona. A él, sinceramente, como a la gran mayoría de los vecinos y vecinas de estos este lugar, lo que realmente les preocupaba era seguir llevándose a la boca algo de comer. Y para ello, Pedro se ganaba la vida como tratante de ganado de cerda, comprando para unos y vendiendo para otros este preciado animal de nuestra tierra.

El 12 de enero se le encomendó la tarea de comprar lechones para dos hacendados de Aracena, Esteban Sánchez y Jerónimo Pérez, por lo que salió de su casa en Campofrío para dirigirse a la aldea zalameña de El Ermitaño, donde sabía que tenía vendedores a quién comprar. Su mujer, María García, ya no lo volvería a ver con vida nunca más.

Por aquel entonces, José Lorenzo había sido elegido alcalde ordinario de Zalamea hacía pocos días, en el cambio de anualidad, como era costumbre. Aún no se había asentado en su nuevo cargo, cuando fue reclamado en una de sus aldeas, como juez, para dilucidar qué había pasado en el camino real que unía Zalamea con Aracena. El día 14, a las 10 de la mañana, uno de los eclesiásticos confesores de la villa dio la noticia de que…cerca del puerto que llaman de la Higueruela, término y jurisdicción de esta villa, inmediato a la aldea que llaman El Ermitaño, también jurisdicción de esta villa, el día de ayer trece del corriente, siendo como media hora después que se acostumbra a tocar el Ave María, habían muerto a un hombre que no se sabía quién es, de dónde ni cómo se llama... Así que en poco menos de media hora, el alcalde, junto a Juan Lorenzo Márquez, escribano del cabildo, y los regidores José Ruiz y Bartolomé de Lara salieron en sus cabalgaduras hacia Los Ermitaños para aclarar qué había ocurrido con tan nefasto episodio.

Estando en el Camino Real, ya próximos a la aldea de destino, les salieron a la trocha dos hombres: Alonso Martín Rincón, vecino de la Higuera de Aracena; y Juan López, de Los Ermitaños, con clara intención de contar a las autoridades qué había ocurrido, …y en secreto dijeron a su merced que era cierto estaba un hombre muerto allí cerca, y que por los indicios que su merced después verá, quien cometió el homicidio fue un hombre que está en dicha aldea, con unos borricos y que es molinero…Así, quizás pecando de inexperiencia como juez en estas complejas lides, abusando de autoridad, o deseando acabar cuanto antes con aquel asunto, el alcalde no dudó en dirigirse a aquella aldea y detener a Miguel García, incluso antes de comprobar si realmente había un muerto en alguna parte de aquellos contornos. Y ese fue el paso siguiente.

Estando en el campo, …en una cañada que está antes de llegar al puerto que llaman de la Higueruela, como a distancia de seis varas del Camino Real que va desde la aldea de Los Ermitaños para Campofrío, Aracena y otras partes, se descubrió tendido en el suelo, boca abajo, un cadáver al parecer muerto, y reconociendo el sitio por mandado de su merced el señor juez, como a distancia de diez varas del dicho cadáver, y cuatro del dicho camino real, se halló un rosario de diferentes géneros de cuentas, engastado en un torzal de hilo, con una medalla de metal redonda de la advocación de San Pedro y San Pablo;  y a ocho varas de distancia con poca diferencia del referido cadáver, y dos del sitio donde se halló el rosario, y vara y media del dicho camino, se halló un sombrero vasto viejo, sin cinta; y reconociendo más por menos el sitio en el que se halló el rosario, se reconoció un poco de monte brezo y tomillo destrozado […] como si el dicho cadáver hubiera caído allí, pero no se halló sangre ni otra señal.

El escribano iba tomando nota de todo lo que allí se estaba viendo, para las futuras diligencias judiciales: aquel cuerpo pertenecía a un hombre de poco más de 28 años, de tez blanquecina, barba y pelo corto de color negro,  vestido…con una casaca de paño pardo bien tratado, calzones de lo mismo, polainas del mismo paño, aunque viejas, y zapatos de vaca de una costura, armado de lienzo común blanco, y calcetas del mismo lienzo, y atadas las polainas a las piernas en vez de ligas con unos cordones hechos de pelo de persona… y con las faldriqueras del pantalón vacías. Presentaba, como indicio indudable de su expiración, un balazo por la espalda, y una serie de golpes en la cabeza y rostro que impedían determinar quién era; y que con toda probabilidad habían desangrado a aquel desgraciado. Aunque al estar el cuerpo depositado sobre un pequeño arroyo, la corriente de agua había limpiado cualquier resto de sangre.

Entre todos llevaron al cadáver a la aldea de Los Ermitaños y el alcalde, juez en estos casos, comenzó con el interrogatorio ese mismo jueves 14 de enero. Tomó juramento bajo la señal de la santa cruz a Juan López, que les había salido al paso aquella mañana; Juan Domínguez, Miguel Moreno y a su mujer, Catalina Hernández; y a Bartolomé Martín, que prometieron decir la verdad.

El primero señaló que el día anterior, día 13, …a la hora que se acostumbra a tocar Ave María…, cuando venía de rozar, y a la altura del Puerto de la Higueruela, oyó un disparo de lo que creía era una escopeta, y unas voces que le alertaron de que allí ocurría algo anormal. Fue entonces cuando subió un pequeño repecho hasta oír con mayor nitidez los gritos de desesperación de un hombre que indicaba…Miguel, ta Miguel, perro, que me matas, por amor de Dios, ta Miguel, ta hombre… Y aquello le hizo huir despavorido pensando que estaban matando a alguien. Al llegar a Los Ermitaños contó lo ocurrido y reunió a una decena de hombres para salir al campo a comprobar sus temores. Pero llegados al lugar de los hechos, allí no había indicios de nada.

Al día siguiente, aquella misma mañana del día 14, los mismos diez volvieron a peinar la zona y encontraron, ahora sí, a un hombre muerto al que Juan López había identificado como Pedro Romero, vecino de Aracena y morador en la aldea de Campofrío. Visto esto, no dudó en salir al paso de la autoridad y acusar sin ningún tapujo al ya preso Miguel García, puesto que era conocido del muerto.

Preguntado por el juez sobre el convencimiento de que había sido tal Miguel y no otro, Juan López respondió que…no hay otro más que Miguel Moreno, pero que este cuanto el testigo vino a dar la noticia, estaba en su casa y lo cual no podía ser si fuera el matador por haber sucedido todo en breves distancia de tiempo… Además, afirmó que José Domínguez había visto al reo la mañana del 13 sin sus habituales borricos de carga y que iba armado con una escopeta. Y para más certezas, dijo al señor juez que sabía por medio de otros vecinos, que el muerto venía a la aldea a comprar lechones, y por ello con gran cantidad de dinero en sus alforjas, y que sabiendo que el preso Miguel García,… andaba con hombres de mala vida fama y costumbres y que es muy aficionado a jugar… Todo indicaba, a su juicio, que había robado y matado a Pedro Romero,… y hasta las mujeres de la dicha aldea han atribuido este delito al dicho Miguel García.

El segundo en testificar fue José Domínguez. Señaló que el día anterior, estando en el Puerto de la Majada, se encontró con el acusado, Miguel García…solo y sin borrico alguno, con la escopeta y frascos como no acostumbraba a venir, y que sería como a los 9 de la mañana cuando le preguntó de dónde venía, y respondió que venía desde Cezimbre…Sin dar más importancia al hecho, fue a recoger leña. Pero al llegar a la aldea, oyó todo lo que comentaba Juan López, por lo que se unió al grupo de hombres que salió al campo, a pesar de hacer muy mala noche, corroborando todo lo contado por el anterior.

Pero añadió un nuevo elemento a la indagación; según había oído, el mismo Miguel García había preguntado en la aldea si Pedro Romero habría de ir por allí a comprar lechones, y el vecino Miguel Moreno le respondió que sí, que habría de ir la noche del día 13 a por el ganado para llevarlo a Aracena,…y traía más de cien pesos escudos en oro y plata… Con todo, se unió a la coartada que libraba a Miguel Moreno de cualquier género de dudas sobre su inocencia, diciendo que éste había estado junto a él en Los Ermitaños el momento del asesinato.

Miguel Moreno, tercer testigo, confirmó que el cadáver pertenecía a Pedro Romero, con el que trataba de ordinario la compraventa de cerdos para sus clientes de Aracena. De hecho, él mismo había estado presente cuando los aracenenses Esteban Sánchez y Jerónimo Pérez entregaron a Pedro 112 pesos. A la vuelta de Aracena, Pedro se quedó a pasar la noche en su casa de Campofrío y él volvió a Los Ermitaños para preparar los cerdos que debía venderle al día siguiente. Ratificó además el interés mostrado por Miguel García cuando le preguntó a él mismo sobre el dinero que podría tener Pedro Romero para la trata de ganado, indicando que su propio padre le quería vender tres lechones más. Con todo, corroboró, junto a su esposa, Catalina Hernández (que lo acompañó a testificar) lo indicado por los dos testigos anteriores.

El último testigo de estas primeras pesquisas fue Bartolomé Martín. Contó que el mismo día trece, después de rozar, supo que su amigo Alonso Martín Rincón, de la Higuera de Aracena, se encontraba en casa de Miguel Martín y quiso ir a verlo y echar un rato de conversación. Estando los tres en la cocina del tal Miguel, llegó su propio hijo, de apenas seis años, y arrimándose a él le dijo que en el Puerto de la Higueruela estaban matando a un hombre. Y del resto, pues lo conocido.

Acabado el interrogatorio, acabó también la jornada.

Al día siguiente, 15 de enero, los justicias se dirigieron a Campofrío, a casa del difunto. Allí preguntaron a María García, su mujer, cómo iba Pedro vestido, a lo que ella les describió sus ropajes, el uso del rosario y la medalla de San Pedro y San Pablo. Fue entonces cuando narraron a aquella joven criatura lo ocurrido, y la acompañaron a reconocer el cadáver, del que al verlo, y a pesar de tener el rostro desfigurado, no tuvo dudas de que era Pedro Romero, su marido.

El alcalde, José Lorenzo, y los regidores José Ruiz y Bartolomé de Lara, a tenor de las pesquisas que habían realizado, no tenían ya la menor duda de quienes eran los actores principales de aquel caso. Aquel mismo viernes 15 de enero, después de haber despedido a la desconsolada viuda, fueron a las casas del vecino de Los Ermitaños, Esteban López, donde se encontraba arrestado Miguel García. Y se le hizo confesar, después de registrarle los bolsillos, donde encontraron una hachuela de hierro, dos balas de escopeta y doce reales de vellón.

Este declaró que en la mañana del día 13, al salir el sol, partió desde su lugar de residencia, el molino de los Chaparrales, en el Río Tinto, cargado con su escopeta y los consiguientes frascos llenos de pólvora, … y fue a La Solana del Castillo Bajo, y de allí al Escorial por encima de la fuente que llaman Cagaca, y al verdinal del Barranco del Lobo […] y por detrás del Campo Cullera, y bajando a la fuente de allí poco a ésta, a donde estuvo en diferentes casas;  y después el arroyo seguido abajo hasta llegar a su molino, que es el dicho de Los Chaparrales.… Al llegar a su propiedad, sobre las 12 del mediodía, se asó unos torreznos y partió hacia la Aldea de Riotinto.  En ella estuvo jugando a los naipes en casa de Jacinto Díaz, con el sacristán y otros vecinos. Al terminar, volvió a su molino cuando ya apenas quedaba una hora de sol,…a donde estuvo un breve rato, y luego tomó la escopeta y se fue a esperar un conejo al Hoyo que llaman del Quebrantahuesos. Y no volvió hasta media hora después de haber anochecido.

Una vez tomada la declaración, se le llevó a ver el cadáver, y confirmó que eran los despojos del tal Pedro, a quién dijo conocer por tratar con él.

Ese mismo día, el alcalde encomendó al regidor José Ruiz que acompañase al reo y al cadáver hasta Zalamea, mientras él y el escribano irían a reconocer el molino de Los Chaparrales. El cuerpo del difunto, que ya llevaba dos días muerto,…se puso sobre dos colchas en una mula cubriéndolo con una manta de lona blanca…, y tomaron el camino de vuelta a la villa.

Mientras, en el molino, las autoridades encontraron a Juan García y María Romera, padres del sospechoso, a los que también interrogaron. El primero indicó que…la noche en que sucedió la muerte de Pedro Romero y el siguiente, estuvo en la villa de Zalamea la Real haciendo justo repartimiento, como su merced le consta, respecto de lo cual no ha sabido cosa alguna hasta anoche catorce del corriente, que habiendo venido supo cómo estaba preso el dicho su hijo, y que no sabe si su hijo ha cometido ese asesinato… Su madre corroboró lo contado por su propio hijo en la declaración de éste. El alcalde inspeccionó el molino, donde encontró… en un aposento que está al lado izquierdo, un cuchillo grande de una tercia y más de largo, escondido entre la ropa de una cama…, que tomó como prueba y se llevó a Zalamea, donde volvieron tras el reconocimiento.

Ahí ya había llegado el regidor José Ruiz con el reo y el cadáver, que esperó a la rápida llegada del alcalde para determinar qué hacer. Éste ordenó al alguacil mayor, Juan Moreno, que llevara a Miguel García a la cárcel pública y… se le pusieran dos pares de grillos, remachando las chapetas y cerrando con puerta de hierro. Llevaron la escopeta y demás pruebas a la sala capitular del Cabildo, e hizo lo propio con el cadáver, depositándolo… en el hospital que llaman de la caridad (ya hemos hablado en otras ocasiones sobre las disputas entre las cofradías de la Vera Cruz y la Santa Caridad por el control del Hospital de Santa María de Augusta. Y en esta ocasión se le cita de esta manera). Allí, Alonso Pérez Moreno, maestro cirujano de la villa, reconoció el cuerpo, indicando que … el difunto recibió una herida circular por el omóplato de la parte derecha y penetró por la cavidad del pecho, la cavidad vital, y otra en el cuello por la   parte baja, cercana a la clavícula de dicha parte, la primera al parecer hecha con instrumento de pólvora; la segunda del cuello, al parecer hecha con instrumento cortante; y otros heridas en el rostro y cabeza, con el dicho instrumento cortante.

El alcalde tenía empeño en cerrar aquel asunto con la mayor premura posible, y las diligencias se sucedieron entonces: se tomaron declaraciones a varios vecinos de Campofrío, que habían sido citados en Zalamea (Martín Esteban, Pedro Martín y Diego Domínguez), que describieron al difunto como un hombre quieto y muy pacífico.

Al día siguiente, el 16, se instó al preso Miguel García realizar una segunda declaración: reiteró todo lo narrado anteriormente, aunque añadiendo algún dato más,  como que… el día 13, siendo ya claro el día al amanecer, salió de las casas de Jacinto Díaz, morador en la aldea de Río Tinto, donde había dormido aquella noche, y fue al molino que llaman de los chaparrales donde reside su padre. Y allí estuvo un breve rato. Y de allí salió por la zona del Castillo Viejo, y de allí fue a el Hoyo de Valdelimones, y de allí al Escorial, y por el lado de mano izquierda de la fuente que llaman Cagara viniendo de Riotinto a esta villa, y pasó al verdinal del Barranco del Lobo, y a los Casarejos, y por el atajo y el camino de Cezimbre por el lado de las cercas del Ermitaño, hasta dar en la aldea a donde estuvo y habló con diferentes sujetos de ella, y con Miguel Moreno a quien preguntó por Pedro Romero.

El día 20 se formalizó el juicio: José Lorenzo como juez; Juan Lorenzo como escribano; y el licenciado Esteban Márquez, abogado de la Real Audiencia de Sevilla, como fiscal. Miguel carecía a estas alturas de un abogado defensor, lo que era totalmente irregular en un proceso de este tipo. Y ese mismo día, Miguel confesó, porque…siendo como católico cristiano no quiere que indebidamente otros padezcan por delitos que el confesante ha cometido y así los declara.

Contó al fiscal, bajo la atenta mirada del juez, que era soltero, arriero acarreando trigo para el molino de su padre, en Los Chaparrales, morador en la Aldea de Riotinto, y que tenía 25 años… cumplidos por San Miguel del año pasado. Dijo que en la mañana del día 13, hizo todo lo que dijo en su declaración anterior. Y que por la tarde, lo mismo, … pero que ahora de nuevo, conociendo el grave delito que comete  el que no diga de verdad,  añadió que …habiendo salido del molino a tirar, como tiene de claro como con una hora de sol, andando en los montes cerca del Corral del Toro le vino a la memoria lo que tiene declarado haber preguntado a Miguel Moreno la mañana del dicho día, y pasó a esperar a Pedro Romero con el ánimo de quitarle el dinero que traía,  y la vida.

De este modo se dirigió al sitio que llaman El Parral, y subió al Puerto que llaman de la Higueruela. Y entrando en el camino real,… se fue el camino adelante a poco rato como tres tiros de piedra en contra del dicho Pedro Romero, a quien le dijo que venían unos soldados allí detrás, con el ánimo de que el dicho Pedro Romero se entrase en el monte, y esperase que fuésemos tarde para que no ser sentido en la ejecución de lo que intentaba.  El pobre Pedro, pasado un rato, y al ver que no venían soldados, le dijo que podían seguir la vereda, y así llegaron hasta a un regajo que está cerca del Puerto de la Higueruela. Entonces, con la escopeta cargada,… levantó el gato sin que lo sintiese el dicho Pedro Romero, le apuntó al pescuezo, disparó el tiro y le dio la munición al Pedro Romero. Y este le dijo “ah perro que me has venido a matar”, al tiempo que se levantaba del suelo.

Pedro se defendió tirándole piedras, y Miguel respondió del mismo modo. Estuvieron un rato apedreándose, hasta que el confesante alcanzó a los pies de Pedro y lo hizo caer … y viéndole caído tomó la escopeta por el cañón y le dio diferentes golpes quedando Pedro Romero como marcado con lo que el confesante se retiró a breve distancia, y mirando hacia el muerto le vio por estar de espaldas a abrir los ojos, y temiéndose quedarse vivo y le descubriese, bajó a levantar unas piedras y a pedradas le hizo que volviese a caer donde fue hallado; y bregando con él, sacó una navaja y le dio diferentes golpes hacia la garganta.

El ensañamiento también era evidente tras la confesión.

Tras el asesinato, Miguel recogió unas alforjas viejas donde estaba el dinero. Y se lo llevó a esconderlo en dos sitios diferentes: una parte lo llevó al molino de Los Chaparrales, metió las monedas en una liara de pitón de vaca y la escondió bajo unas boñigas secas, al lado de un montículo de piedras. La segunda partida, cerca de la huerta que llaman de La Romera…entre un verdinal que está de la corriente del agua para arriba, debajo de una abulaga, con una piedra por delante, en una bolsa de cuero colorada y un garniel de presa negro.

Ese mismo día, fueron al molino, el alcalde, el escribano, el fiscal y el alguacil mayor a corroborar lo señalado por el reo. Reconocieron unas boñigas de vaca secas que estaban en un rincón de aquel recinto y hallaron…una liara de asta de toro, al parecer con tapadores de corcho, y en la puerta más ancha, debajo del tapador, unos papeles para que apretase, y tenía dentro diferentes monedas de oro y plata, cantidad de veinte pesos escudos, menos nueve reales, y así mismo un cuarto de calderilla. Luego fueron a la Huerta de La Romera, y miraron el sitio indicado,…y se halló un garniel de pieza de vaca, al parecer negro, y una bolsa pequeña de badana encarnada, atada con un pedazo de cordón de seda encarnada, las cuales tenían dentro sesenta y un pesos escudos, y diecinueve reales, en diferentes monedas de oro y plata y algún vellón. En total, algo más de 81 pesos de los 100 que presumiblemente había robado. El resto nunca apareció.

El fiscal formalizó entonces la acusación de homicidio y robo contra Miguel García.

Unos días más tarde, el 12 de febrero, a Juan Bernal de Francisco Delgado, vecino de Zalamea y procurador del número de ella, fue nombrado defensor de Miguel García. Y aunque las pesquisas dejaban claro el desarrollo del delito, conformó su defensa como era a derecho. Para ello incorporó a la causa las declaraciones de Juan García, padre del reo, y de otros vecinos de la Aldea de Riotinto, como Juan Díaz, Juan Domínguez, José Domínguez y Juan Navarro.

Su padre indicó que Miguel era hombre de bien, quieto y pacífico. Los demás lo corroboraron, señalando que eran cristianos viejos, que habían sido familia sin maltratos, y que incluso el hermano de Juan era muy respetado en aquellos contornos, puesto que era alférez de Su Majestad. Pero sí que resaltaban el gusto por el juego de naipes de Miguel, lo que a veces le hacía gastar parte del caudal de su padre.

Bernal presentó entonces el informe de la defensa, donde solicitaba la absolución completa del reo, dándole por libre y sin costa alguna pro el proceso judicial que se había llevado a cabo. Defendía que… no hay testigo que viene ni oyere a mi parte en el puerto de la Higueruela que fue donde dieron muerte al dicho Romero, ni en todo el día 13 por la tarde le vieron pasar por aquel sitio, ni que fue la hora y día que le mataron y robaron. Y que … la presunción de Juan López y los demás moradores de los ermitaños se reducen solo en que mi parte se llama Miguel, y era conocido del muerto, como si esta misma presunción no se verificara en otros muchos de este nombre, en la aldea de Campofrío y ventas, donde era vecino el muerto, y en otras muchas aldeas y montes que hay en el sitio donde se halló el muerto, y que siendo como era muy conocido y amigo del difunto, como costa de los mismos testigos y la viuda, que aseguraba que era molinero de su casa, pues no es de creer que un amigo con quien tenía comunicación le quitase la vida y la razón de amistad.

Denunciaba por último que el acusado había realizado la confesión después de llevar mucho tiempo en la cárcel, cansado casi sin comida y agua

Pero su tesis se derrumbó el  24 de abril, cunado Miguel García, preguntado de nuevo por el juez, volvió a ratificar su confesión, donde aseguraba era el culpable del robo y asesinato de Pedro Romero.

El juicio quedó visto para sentencia.

El 13 de agosto, en la ciudad de Granada, y en su Real Chancillería, se dictaba sentencia contra Miguel García por haber dado muerte alevosa a Pedro Romero. El reo era condenado a muerte…para cuia ejecución sea sacado de dicha cárcel en una bestia de albarda, con soga a la garganta, aprisionado de pies y manos, con voz de pregonero que manifestase su delito, y sea llevado por las calles acostumbradas al sitio donde estuviere prevenida la orca para el suplicio,  de la cual fuere colgado por el pescuezo y ahorcado hasta que muriere naturalmente, donde esté bien a vista de todos el tiempo acostumbrado para escarmiento de otros… Debía además, devolver lo restante de la cantidad robada y el pago de las costas judiciales.

El seis de septiembre de 1706 pasearon a Miguel García por las calles de Zalamea tal como dictaba la sentencia judicial. En esta ocasión, el escarmiento acabó en la Plaza Pública de la localidad,…en donde estaba hecha una horca de tres palos en la cual el dicho ejecutor de la justicia ahorcó al dicho Miguel García hasta que quedando muerto al parecer naturalmente, y colgado de la dicha horca, lo cual pasó el dicho día a las once horas poco más o menos.

Mientras Miguel permanecía pendido de la soga por el pescuezo, se pregonó…en altas e inteligibles voces por boca de Bartolomé de Lara, pregonero del Concejo de esta villa, que ninguna persona sea osada de quitar la horca donde está el dicho Miguel García sin horden ni licencia de su merced, José Lorenzo, alcalde hordinario y de la justicia de esta villa bajo pena de la vida y traidor al Rey Nuestro Señor.