lunes, 3 de junio de 2019

Francisco Castellano Rodríguez


El 26 de noviembre de 1937, después de que enfermara de gravedad el día 12 del mismo mes, fallecía en Zalamea el sacerdote Francisco Castellano Rodríguez. Por su lecho de la casa parroquial de la calle Castillo desfilaron, según algunas crónicas, la mayoría de los hombres de la localidad. Parece ser que éstos, aunque generalmente no muy dados a cumplir con los servicios religiosos, sí que quisieron manifestar su último adiós al sacerdote, que en palabras de muchos, quisieron agradecer “su gran amor a Zalamea”.
Natural de Sanlúcar de Barrameda, había cumplido con su ministerio en la localidad durante 50 años, casi la totalidad de su vida eclesiástica. La longevidad en el cargo había creado un vínculo necesario entre el propio sacerdote y su feligresía, convirtiéndose en un vecino de derecho más, y completando así esa estrecha relación entre vecinos propia de los que conviven el día a día.
Pero sus últimos años hubo de sufrir los delirios de la ambición de otro miembro de la Santa Iglesia. Pocos años antes de su fallecimiento, José María Arroyo Cera había sido nombrado párroco de la aldea de El Villar y coadjutor de la de Zalamea. Muy beligerante hacia las autoridades civiles durante la etapa republicana, José María Arroyo no dudó en extender su beligerancia hacia el párroco titular de la localidad. Así, Francisco Castellano fue denunciado en varias ocasiones ante el mismo Arzobispado por Arroyo, y por varios motivos.
Un ejemplo, de los muchos que tenemos documentados, lo desarrollamos a continuación: “con gran pena tomo la pluma para comunicar a  Vuestra Excelencia Reverendísima el último desacato grave de las leyes de la Iglesia del Sr. Párroco de esta, D. Francisco Castellano…” Arroyo Cera realizaba un informe pormenorizado sobre lo que él consideraba un nuevo atropello de Castellano a la Iglesia: el viejo sacerdote había querido dar una sepultura cristiana a un señor que días antes se había suicidado arrojándose a un pozo (mantenemos el anonimato del finado por respeto). Francisco Castellanos, que como decimos ya había consolidado una estrecha vecindad con los zalameños después de cinco décadas en la villa, había querido dar una digna sepultura religiosa al fallecido, al que conocía como vecino de la villa que era. Pero a José María Arroyo este hecho le había soliviantado hasta tal punto que no dudó en interrogar al médico forense y a parte de la familia de aquel señor para comprobar si éste padecía algún tipo de enajenación mental que excusara el entierro católico.
El informe, no exento de rabia por parte del coadjutor, indicaba que el fenecido tenía una hija sin bautizar y estaba separado de su mujer, lo que unido al suicidio voluntario (y sin mediar ninguna enfermedad mental) le hacía indigno de ser enterrado en lugar sagrado.  Acusaba además de al sacerdote titular, al Medico Manuel Molina Lancha (nuestro anterior personaje de esta “Historia a Color”) de no tener conciencia científica en su empleo y de emitir los informes que el propio Castellano le solicitaba. Molina Lancha sí había determinado la enajenación mental de aquel hombre, lo que dejaba vía libre al enterramiento católico del pobre fallecido. Arroyo acusaba que la gran amistad que mantenían  Francisco Castellanos y Molina Lancha había hecho que el doctor emitiera un informe favorable para excusar al sacerdote. Con ello,  Molina Lancha también se había ganado un gran enemigo en la localidad que condicionaría su futuro (como ya hemos comprobado).
Otras muchas fueron las denuncias (no tener el archivo parroquial al día, obviar ciertos quehaceres en el rito,…) que fueron enviadas una y otra vez a la sede arzobispal hispalense, hasta el fallecimiento del sacerdote sanluqueño.
A los 75 años fallecía Francisco Castellano (según el certificado de defunción, por una insuficiencia cardiaca), a las 6 de la mañana de ese 26 de noviembre de 1937. “El entierro fue solemnísimo, presidido por el Sr. Arcipreste D. Jesús Mora y por todos los sacerdotes de los pueblos limítrofes. Cerró el comercio, establecimientos, escuelas y talleres” indican las crónicas.
José María Arroyo, su coadjutor, pasaba a sacerdote titular de la villa de Zalamea, después de haber intentado terminar con la carrera de su predecesor desde que llegó al lugar. José María Arroyo Cera fue conocido como “El Breva”, de doloroso recuerdo para muchos zalameños.

José Manuel Vázquez Lazo