Hace 75 años, la nueva imagen de San Vicente Mártir
llegaba a Zalamea la Real
en verdadero olor de multitudes. El regreso de la talla del Santo Patrón de la
localidad para su veneración fue un reseñable acontecimiento en la vida civil
y, por supuesto, religiosa de una localidad que se desangraba entre el hambre,
la represión y el miedo del tiempo de posguerra. El día 19 de julio de 1936, a pesar del incesante
empeño del último alcalde republicano de Zalamea, el socialista Cándido Caro,
por evitar el incendio de las ermitas y la iglesia, se perdió el legado
material de dichas construcciones entre las llamas.
No obstante, y a pesar de la pobreza en la que estaba
inmersa la localidad y la miseria que envolvía a viudas y huérfanos, el
tristemente recordado sacerdote José María Arroyo Cera, el Breva, logró
levantar en un corto periodo de tiempo todo aquello que el fuego había arrasado
meses antes. El día 7 de diciembre de 1936, Vísperas de la Purísima , se abrían las
puertas al recién remodelado templo. El siguiente paso sería encargar las
imágenes que habían sido veneradas históricamente en el pueblo. Entre ellas,
por supuesto, la del Patrón.
Habitualmente se ha mantenido en el ideario popular la
idea de que el Santo Patrón fue la primera imagen que llegó a Zalamea tras los
incendios. Realmente no fue así. Sí es verdad que la parroquia encargó inicialmente
dos imágenes: la Divina
Pastora y San Vicente (además del retablo de la iglesia). Así
en 1937 llegaron las dos primeras tallas, la Divina Pastora y
San José, ambas de Sebastián Santos Rojas. En 1938 llegaría otra de las
imágenes destacadas, el Crucificado de Antonio Bidón. Y sería en 1939 cuando
llegó la imagen de San Vicente. Entonces ¿por qué esa idea asumida
históricamente por las gentes de Zalamea de que la talla religiosa que llegó al
pueblo fué la del Santo?La única explicación que se le puede dar es la
veneración que en la localidad se le tuvo (y se le tiene) desde 1425 a San Vicente Mártir.
Si las tallas llegadas con anterioridad no estuvieron envueltas en grandes
festejos, San Vicente colmó las ansias religiosas de muchos zalameños quedando
desmostradas en su regreso a Zalamea la tarde del 15 de enero de 1939. La
imagen había sido encargada al escultor Agustín Sanchez-Cid Agüero (médico y
catedrático de Anatomía Artística de la Escuela de Bellas Artes de Sevilla), y había sido
costeada por Jaime Sanchez Romero en memoria de su fallecida esposa Amparo
González Pérez de León.
Arroyo Cera, el Breva, relató pormenorizadamente aquel
acontecimiento en las páginas de su Boletín parroquial:
“Si hubierais visto
aquella tarde del 15 la alegría de nuestras calles; aquí gorros de regulares,
allá los relucientes galones de un sargentillo, recién estrenaos que parecía un
general de brigada junto a su novia, que con sus mijitas de pirrichi en los labios
y sus ojos brillando de emoción se creía la pobrecilla casi, casi Maruja Queipo
de Llano…”
La parafernalia militarista envolvía las palabras del
sacerdote que, para la ocasión, ejerció como Hermano Mayor de tan antigua
Hermandad:
“…allá los guerreros
de infantería llenos de gloria en mil victorias, pero que la mamaita ha tenido
que lavar y planchar a to meter siquiera, siquiera para que no salieran en la
procesión los trimotores y asustaran al respetable público. Y aquel de
caballería que iba por el acerado de nuestra plaza haciendo muy solemne chin
chin, como si fuera el general Silvestre ¡que hubiera resucitado!”.
Para tan insigne acontecimiento, el sacerdote había
enviado más de 400 cartas a los mandos militares de toda España donde se encontraban sirviendo soldados
zalameños. No olvidemos que la guerra aún no había acabado, así que tan solo se
permitió el permiso a 76 soldados que llegaron con cuentagotas entre los días
15 y 22 de enero.
Ciertamente aquella tarde de enero debió de postularse
como una verdadera fiesta, a pesar de
los pesares post-bélicos. El pueblo se trasladó al “Punto” a esperar la llegada
de la talla de Sánchez Cid. El cielo amenazador de lluvia, propio de las
fechas, zanjó las precipitaciones a eso del mediodía, cuando a partir de
entonces parece ser que no cayó ni una gota, más allá de las lágrimas de los
muchos que allí se acercaron. La imagen fue bendecida por José María Arroyo
Cera, que estuvo acompañado en todo momento por Ruiz y Camacho. De ahí se trasladó inicialmente al
Ayuntamiento, a hombros de la soldadesca zalameña, por una férrea obsesión de
José María Arroyo, que no dudó en ningún momento en convertir un acontecimiento
civil y religioso de nuestro pueblo en un paseo militar por las calles de
Zalamea (el paso, obra del mismo autor, había sido sufragado por subvención
popular). Allí se hizo un primer descanso “mientras
se cantaba el himno del Santo y Venancio con su pelliza nueva y una túnica
nueva también tiraba sus famosos cohetes”.
De allí a la iglesia, donde se le tocó el que ya se había
decretado como himno nacional por los golpistas, y donde se iniciaron los rezos
y plegarias por parte de los zalameños. La novena se “celebró a gran orquesta, presidiendo y haciendo los honores de nuestra
Hermandad nuestros soldados, durante la cual se recibió en el templo la noticia
de la conquista de Tarragona (por las tropas franquistas), desbordándose el entusiasmo y organizándose
una manifestación muy llena de entusiasmo” recogía el Correo de Andalucía
para describir el acontecimiento.
A partir de entonces, la festividad del Santo se celebró
como de costumbre. Novenario, Besamanos al Patrón y Procesión. Así, el acto del
Besamanos debió ser multitudinario, pues según se indica, duró tres horas (por
lo que intuimos que por allí pasó todo el pueblo). A ello se unió un refresco
en el Ayuntamiento a iniciativa del capitán Antonio Mantero, “donde se cantó todo lo militar y religioso
que amamos, luciendo su arte Peñita, Valero y Urbano” decía José María
Arroyo.
Para terminar los actos lúdicos de ese mes de enero de
1939, se llevó a cabo una función de teatro representado por los niños y niñas
de la Acción Católica , de nuevo en honor de los militares, con la
obra “El Modernismo y España”.
La procesión del día 22 fue el punto álgido de las
celebraciones, donde “el Santo fue
parando en la casa de todos los que dieron su vida por Dios y por España”,
olvidándose en cura Arroyo, Hermano Mayor, de dar consuelo con la presencia de
la imagen a esos otros zalameños que dieron su vida por el pan de sus hijos y
las libertades democráticas. Tiempo complejos cargados de personajes oscuros.
No obstante, y olvidando por un momento los entresijos que
envolvían a este tipo de actos religiosos, del que la España Nacional
hizo buen acopio para su causa, los zalameños, en el mes de enero de 1939, vieron con buenos ojos la vuelta de la
imagen que se veneraba desde hacía más de cinco siglos en nuestra Zalamea. El Santo Patrón San Vicente Mártir volvía a
pasera por sus calles antes de volver, como de costumbre, entre cohetes y
luminarias, a su ermita más allá del Sepulcro. Las lágrimas y llantos, los
rezos y plegarias, la ilusión y la esperanza envolvieron a esa difícil
Zalamea de posguerra con la vuelta de
ese San Vicente que muchos de los presentes no dudaron en decir, al ver la
nueva talla de Agustín Sanchez Cid, “ese
es nuestro San Vicente”.
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