jueves, 25 de abril de 2019

LA FIESTA DEL ÁRBOL


No hay nada nuevo bajo el sol, eso ya lo sabemos. El Día Mundial del Medio Ambiente ya fue una reclamación decimonónica en esta España nuestra que había pasado de aquella que describía la anécdota de Estrabón, y que decía que en la esplendorosa etapa romana en suelo patrio, una ardilla iba de rama en rama desde Algeciras a los Pirineos;  a la deforestación de amplias zonas del estado debido al aumento demográfico e industrial. Y aunque la quimera de la ardilla funambulista es más que debatible, pues Estrabón ni era romano, sino griego, ni historiador, sino geógrafo, y nunca había tenido el placer de venir por estos lares, la pérdida de arboleda sí que era evidente en algunos lugares. Así, ciertos sectores concienciados con la depauperación medioambiental no dudaron en buscar una solución a dicho problema, esto es, reforestar pequeñas zonas municipales. Y para hacer de esta actividad un episodio lúdico anual, envolverlo en un aura festiva. Así tenemos lo que se conoció como “Fiesta del Árbol”.

Decía el regeneracionista Joaquín Costa (este sí era historiador), que ya antes de la propia Guerra de Independencia había encontrado indicios de que este ímpetu lúdico-reforestador  se había desarrollado con cierto lustre en determinadas zonas de España. Hagamos pues un hueco en la Historia al señor cura de la cacereña villa de Villanueva de la Sierra, Don Ramón Vacas, que desde 1805, además de repartir los Santos Sacramentos, cogió a maestros y alumnos de la escuela local, y cada martes de carnaval iba a plantar árboles a los ejidos del pueblo. Y tanto fue el cántaro a la fuente que apenas hace un año, se declaró BIC a dicha festividad en dicha localidad.
Pero como somos muy desidiosos con lo nuestro, y tendemos siempre a admirar lo ajeno, más fama tomó, aunque ya iba casi con un siglo de retraso, lo que hicieron los norteamericanos, que venía a ser lo mismo, pero en inglés, que gusta más.

En los Estados Unidos, el Arbor Day y la Arborday Society se instauraron en los 70 del XIX. Y como somos grandes esnobs, pues mejor copiar aquello del Arbor Day de las barras y estrellas, en vez de las buenas maneras de Don Ramón Vacas. Por ello, cruzando el charco fue España el primer país europeo en coger la pala y el azadón y pinchar plantones de especies varias en el suelo propio a imagen y semejanza de las gentes de Omaha.

Autores como Moreno Castro nos indican cómo personajes como el ingeniero valenciano Rafael Puig y Vals (hubo otros) fueron precursores en asentar esta noble actividad en estos lares. Tanto fue su interés que en 1898 creó la Asociación de los Amigos del Árbol, para enfatizar su empeño e involucrar a la clase política nacional. Pero ya desde mediados de esa misma década la festividad se había extendido por la piel de toro, destacando las celebradas en nuestra Andalucía.

Fue tal el auge (por suerte para nuestro entorno natural) que el 11 de marzo de 1904 se firmaba el Real decreto dictando reglas para la propagación y eficacia en los resultados de la “Fiesta del Árbol”, donde se determinaban todos los entresijos para desarrollar el ecológico evento. El ministro de Agricultura, Industria, Comercio y Obras Públicas,  Manuel Allendesalazar y Muñoz de Salazar informaba al barbilampiño Alfonso XIII que…la conveniencia, cada día más notoria, de repoblar la zona forestal española aconseja despertar en el pueblo el amor a los árboles y el respeto a los montes.

A nosotros, que habíamos muerto bajo las herraduras y las bayonetas del Regimiento de Húsares de Pavía pocos años antes, en 1888, por pedir respeto por nuestra salud y nuestros montes, nos querían dar lecciones medioambientales desde la Corte de Madrid, a pesar que la Corona permitió tener encendidas las teleras hasta 1907. Pero siendo prestos con la ley, la Zalamea de inicios del XX no dudó en llevar a cabo su propia “Fiesta del Árbol”.

A tenor con lo dictado en la R.O. citada, en Zalamea se constituiría la Junta de la que formarían parte todas las personalidades de la localidad, independientemente de cuál fuera sus ideas políticas, sociales o religiosas. Esta junta sería la responsable de organizar el acto, adornando con follaje, gallardetes y banderas el lugar de la plantación,…e impresionar la imaginación de los niños. Porque serían los escolares, acompañados de sus mentores, los que llevarían a cabo la repoblación arbórea. El acto incluso tenía su himno oficial. Uno de ellos, pues fueron muchos los autores que quisieron contribuir con su arte a engrandecer con letra y música esta lúdica empresa medioambiental. La letra canturreada en Zalamea era la que por acuerdo de los Amigos de la Fiesta del Árbol de Barcelona, con letra de Manuel Marinello y música del maestro José Sancho Marraco, había sido declarada himno oficial de la fiesta en 1901. Éste decia así:

Cantemos a Ceres que dora las mieses
y llena las cubas de rojo licor,
y al par que alabemos al noble labriego
que el suelo fecunda con ruda labor;
que ésta es una fiesta de paz y de amor

Bien hayan las flores que adornan la tierra,
los frutos que ofrecen sabroso manjar;
mil veces bendita la Fiesta del Árbol
que a la agricultura nos hace cantar.

Cantemos a Ceres, etc.

Bien hayan los bosques que atraen la lluvia
y al hombre le brindan maderas sin par;
los prados que nutren inmensos rebaños
los ríos que abonan el suelo feraz.

Cantemos a Ceres, etc.

Los agujeros para los plantones estarían ya hechos en la tierra previos al acto infantil, para evitar lesiones y para que se meteorizara la tierra; y los alumnos no se irían de vacío, pues mientras plantaban, en grupos de cuatro para evitar competencias innecesarias, recibirían una instructiva clase de arboricultura. Al acabar, de nuevo todos dispuestos a cantar.

Si bien la pieza de Marinello y Marraco había sido declarada, como hemos indicado, himno oficial, ni mucho menos fue la única trova que acompañó a tan singular evento. Muchos fueron los autores que quisieron contribuir con su arte a engrandecer la plantación de especies arbóreas. Y como suele ocurrir, al margen del oficial surgió una pieza musical que a la postre se hizo más famosa que la primera. Es el caso de la canción letrada por Ezequiel Solana y cuya partitura pertenecía al maestro José López y Ahijado. Quizás la fama no vino tanto por ser premio de un importante certamen musical a nivel nacional, sino porque la editorial Magisterio Español editó y difundió la pieza entre los maestros de Primera Enseñanza del país. Y fue en la escuela donde se aprendía este tipo de canciones, por lo que el éxito estaba garantizado. La letra  alababa al árbol de esta guisa:
 
Es el árbol el símbolo augusto
de la industria el progreso y la paz;
restauremos los montes talados
si a la patria queremos honrar.

Ved los montes cubiertos de fronda
cual detienen la nube al pasar,
como arrancan del suelo las raíces
de agua fresca y copioso raudal;
fertilízanse cerros y valles,
los ganados se ven prosperar,
y el país, antes árido y pobre,
 se hace luego abundante y feraz.

Es el árbol el símbolo augusto, etc.

¿Queréis sombra? Buscadla en el árbol.
¿Queréis frutas? El árbol las da.
¿Queréis agua? Los bosques la traen.
¿Aires puros? Los hace el pinar.
Son los campos de fronda vestidos
de riqueza y salud manantial:
Sin el árbol no hay vida posible,
 no hay industria ni habrá bienestar.

Es el árbol el símbolo augusto, etc.

Restaurar hoy los bosques talados,
recubrir de verdor el erial,
detener en los montes la tierra
que ahora arrastra cualquier temporal,
es hacer de los montes vergeles,
leche y miel es hacerlos manar,
hacer sanos y ricos los pueblos
y crear allí vida industrial.

Es el árbol el símbolo augusto, etc.

Vea el niño en el árbol su amigo,
vea el hombre en el árbol su afán,
 vea el pueblo riquezas y bienes
y la Patria el progreso y la paz:
Repoblemos los montes que el árbol
doquier luzca en fronda eternal,
y así haremos que España sea grande,
noble, rica y hermosa sin par.

Es el árbol el símbolo augusto, etc.


Al margen de los dos anteriores, que según nos determina la documentación consultada, se usaban en Zalamea para alegrar las labores de reforestación durante la fiesta, fueron muchas las canciones que se publicaron para amenizar el acto. Unas con más difusión, y otras con menos, según el lugar donde se desarrollaron.

Acompaña a este artículo una serie de hojas manuscritas con una serie de letras alusivas a la Fiesta del Árbol en Zalamea, cuyos versos bien pudiero ser canturreados o recitados mientras se estercolaba la tierra. No hemos encontrado ninguna parecida en las celebraciones realizadas en el resto de España. Y han sido muchas las consultadas. Por ello entendemos que dichas estrofas debieron ser producto de la lírica zalameña de algún escolar de la tierra, o de alguno de los maestros de Primeras Letras de la localidad, que se afanó en enfatizar esta fiesta del medio ambiente entre su alumnado.

Al margen de tan singular documento, conservado en el Archivo Municipal de Zalamea la Real, no tenemos referencia sobre la comisión municipal que debía ser creada a tal efecto, según determinaba la ley. Tampoco tenemos referencias directas sobre el hecho en sí, ni descripciones sobre su desarrollo (probablemente nuestros mayores puedan recordar alguna referencia sobre ésta rescatada del recuerdo de sus padres), pero curiosamente, y si nos acercamos a los libros de Presupuestos Municipales, decir que el ayuntamiento comenzó a contemplar una partida para la plantación de árboles en los caminos y paseos públicos de la localidad a partir de 1904, que pasó de las 200 ptas iniciales ese mismo año, a las 2500 apenas cuatro años después. Cifra que seguiría creciendo en años posteriores.

En torno a la fiesta, en los años siguientes fueron surgiendo una serie de Reales Decretos que la fueron apuntalando poco a poco. O al menos esa era la intención de los Gobiernos de turno. Por su interés destacamos la Real Orden de 1915, donde se disponía la obligatoriedad de celebrar la “Fiesta del Árbol” en cada uno de los municipios del territorio nacional, indicando que ésta podría ser también la  “Fiesta del Árbol Frutal”, y así aprovechar la coyuntura para sembrar especies que posteriormente pudieran ofrecer algún que otro beneficio culinario.

Más tarde, en 1926, otra Real Orden instaba a que, en mayor medida, durante la fiesta,  la plantación fuera de moreras, a fin de abastecer a la cría de gusanos de seda en las Escuelas Nacionales (quién no ha criado gusanos de seda en una caja de zapatos en su infancia gracias al anual abastecimiento de bombyx mori en el ámbito escolar).

A partir de 1936, como el agujero negro que lo engulle todo en la Historia Contemporánea de España, desaparecen de los presupuestos municipales las partidas para este asunto.

Quizás, gran parte de la arboleda que disfrutamos hoy en nuestro entorno más cercano sea fruto de esa gran fiesta de la naturaleza que fue la “Fiesta del Árbol” en Zalamea la Real.

JOSÉ MANUEL VÁZQUEZ LAZO