viernes, 23 de agosto de 2019

Un cadáver en San Vicente, dos morcillas, y los soldados que hablaban catalán.

Al filo de las 8 de la noche del domingo 22 de abril de 1792, Alonso García, santero de la Ermita de San Vicente, se presentaba extasiado y sin aliento ante los alcaldes ordinarios de Zalamea, a saber, José Martín Zarza y José Sánchez Bejarano. Los dos regidores, siguiendo el protocolo propio de la justica local, buscaron con diligencia al escribano público Miguel Bernal de Contreras, para abrir con premura el auto de oficio que aclarase de alguna manera lo que el ermitaño había venido a señalar con su profundo sofoco.

El cuidador de la  Ermita de San Vicente,…distante de esta población como a dos tiros de bala a corta diferencia y en el campo…, contó a los alcaldes y al escribano cómo estando en su casa aneja a la propia ermita, mientras cenaba con su mujer, la pobre María Sánchez, se presentaron dos individuos, escopetas en mano, y sin mediar palabra alguna, comenzaron a disparar sus armas contra los propios ermitaños. María cayó al suelo, de espaldas, por el impacto del proyectil, causándole la muerte. Su marido, aprovechando la mala puntería (para con él) de los dos escopeteros, pudo huir de la minúscula salita, escapar campo a través hasta llegar al pueblo, y denunciar los hechos ante las autoridades locales.

Abiertas las diligencias del luctuoso caso, allá que bajaron hasta la ermita, con el interés de sacar alguna conclusión que pudiera dar con los asesinos de la ermitaña, los citados alcaldes, como administradores de justicia; un confesor, por si había tiempo aún de salvar el alma de María; el cirujano Don Antonio Ramallo, que se encargaría de completar el informe con el análisis forense del cuerpo de la víctima; y gente de auxilio que fueron prevenidas de armas… por lo que allí se pudieran encontrar. Junto a ellos, Bernal de Contreras con sus bártulos para tomar nota de todo lo que allí aconteciera, y una serie de vecinos que sin armas para su defensa, sin capacidad para administrar la extremaunción, sin conocimientos médicos para valorar las causas de la muerte, sin bártulos para escribir, y sin ser cargos electos del Concejo, llegaron para alcahuetear como buen hijo de vecino.

Allí estaba la desdichada María,…en el cuarto de la habitación del santero, cuia puerta sale al campo, caída en el suelo de espaldas, vestida según que diariamente lo estaba. Presentaba, según el reconocimiento de Ramallo, un tiro a quemarropa, a la altura del estómago…pues todo este lo tenía negro de la pólvora…, con una enorme boca provocada por la entrada de la bala,…que le causó tanto estrago como el haberle quitado la vida….El cadáver, postrado en el solar en la casa del ermitaño, aún seguía caliente, con la boca abierta y una pequeña mancha de sangre a su vera,  mientras los allí convocados llevaban a cabo sus diferentes quehaceres. La luz del habitáculo aún seguía encendida, y todo en su sitio, señal que indicaba que los asaltantes no habían ampliado su lista de delitos más allá del asesinato.

Los alcaldes, mientras el cirujano hacía su trabajo,  mandaron con diligencia a los armados entrar en la propia ermita, para comprobar si había alguien allí, y hacer extensivo el peinado de reconocimiento por los campos colindantes: el ruedo del propio edificio, las paredes de los pagos y cercados de la zona, o la calleja que iba a la Huerta de Santiago. Pero a pesar de la diligencia con la que se realizó la batida, no se encontró a nadie.

El informe que Don Antonio Ramallo, cirujano Titular de Zalamea hizo bajo juramento a Dios Nuestro Señor y por la Señal de la Santa Cruz, indicaba que María ya se encontraba cadáver cuando llegaron al lugar, y no era de extrañar teniendo en cuenta las características de la herida de bala…que se hallaba ocupando la boca superior del estómago, contigua a la ternilla mucronata, hecha al parecer con escopeta arcabuz. La marca de la herida, la ropa abrasada y los fragmentos de pólvora sobre la circunferencia de la propia herida no dejaban lugar a dudas. El socorro de la medicina, en este caso, hubiera sido en balde.

Pero el galeno hubo de poner en práctica con celeridad sus dotes profesionales por una causa aún mayor. María Sánchez se encontraba embarazada de cinco meses en el momento de su asesinato, y Ramallo no dudó en ejercer la cirugía para hacerle una cesárea al cadáver de la extinta madre,…extraer el embrión y ver si podía alcanzar agua. Y en efecto, vivo estaba, aunque con una herida cuya magnitud era comparable a …una peseta de cinco reale. Entonces  la celeridad se expandió al confesor, que en casos extremos era el que, cuando no se podía salvar ya el cuerpo, estaba en la obligación de salvar el alma. El clérigo…echó promptamente el agua con las ceremonias que en los casos de necesidad están prevenidas y mandadas… y aquella esperpéntica estampa propia de las extremidades del siglo XVIII llegó a su fin.

Aquella noche del 22 de abril de 1792 el cuerpo inerte de María, al ser notoria su suma pobreza…y por razón de ella vivía con su marido en este despoblado… se llevó al pueblo para ser velado …en el Hospital de la Santa Misericordia, donde estuvo acompañado toda la noche por la mayoría de los vecinos del lugar, que desfilaron por la capilla ardiente atraídos por la pena, el dolor, el morbo y la curiosidad.

El cuerpo vivo de Alonso García, el santero de San Vicente, dio con sus huesos en la cárcel del Concejo, al convertirse en el principal sospechoso ante la ausencia de otros culpables. Allí, mientras velaban a su esposa, los alcaldes ordinarios, administradores de justicia, comenzaron el interrogatorio: que dijera realmente cómo sucedió la muerte, los posibles motivos y antecedentes que pudieran haber llevado a aquel desenlace; cuántos eran los delincuentes y si los había reconocido; si sabía sus nombres y vecindad.; y todo aquello que pudiera esclarecer los hechos.
El santero, bajo juramento, comenzó a describir lo ocurrido aquella noche, mientras cenaba junto a su esposa. La declaración habría nuevos detalles. Alonso había mandado a su mujer levantarse de la mesa para ir a cerrar la puerta de la calle, puesto que ya era tarde y vivir en aquel descampado no era del todo seguro. Desde el exterior llegaron los disparos, el impacto sobre el cuerpo de María, el desvanecimiento de ésta, y el intento de huida del aterrado santero. El ermitaño se levantó para cerrar la puerta, viendo a dos hombres que lo encañonaban mientras uno gritaba al otro,…acábalo de matar. Pero asiendo uno de los cañones de los escopeteros, lo pudo esquivar y salir corriendo. Uno de aquellos dos delincuentes le siguió hasta la…Capilla del Santo Sepulcro, que está a la mediación del camino, mientras el otro le gritaba al compañero que lo siguiera en su huida.

Alonso García  indicó que aquellos dos escopeteros no llevaban caballerías ni capas,…pero sus vestidos eran de paño y pardos, y que ambos portaban sombrero. Además de ello, se aventuró a decir que los delincuentes eran desertores,…pues sus ropas se parecían a las de los portugueses.Y que no podían ser de Zalamea pues nunca había tenido quimera con ningún otro vecino.

Pero sí recordó un detalle que su mujer le había contado días antes. El mismo viernes día 20, dos días antes de la muerte de María, aprovechando que el mismo declarante estaba ausente,…se dejó ver en los poios del portal de la hermita un señor envuelto en una capa. María corrió a cerrar la puerta del hogar, a lo que el individuo se le acercó y comenzó a insultarla por el tiempo de dos horas, tratándola de indignan…y diciéndole que los demonios se la habían de llevar aquella misma noche. La ermitaña no reconoció al asaltante, que no llevó su irá más allá del insulto.

Los interrogadores no quedaron satisfechos con la declaración, pues mantuvieron a Alonso García aquella noche en la cárcel,…sin haver tocado antes en sitio sagrado ni lugar inmune, bajo vigilancia del Alguacil Mayor Manuel González Luis. Antes, el ermitaño hubo de entregar a las autoridades las llaves de la ermita y del cuarto habitación contigua.

La actividad pesquisidora de aquella noche se completó con una intensa ronda por la localidad llevada a cabo por las autoridades del Concejo y aquellos vecinos que desde hacía horas se habían unido a la empresa para dilucidar los hechos. La falta de indicios en el lugar llevó a los alcaldes ordinarios a enviar requisitorias a los pueblos que eran raya con Portugal, con la descripción de los presuntos asesinos. Y dada la magnitud del caso,  con la elevación al Gobernador y Alcalde del Crimen de la Real Audiencia de Sevilla de lo allí acontecido.

El día 23 de abril, se llevó a cabo la sepultura de María Sánchez. El cura semanero, Juan Domingo López, celebró el sepelio en la iglesia de la villa, a donde mismo se enterró, amortajado con el mismo vestido con el que cenaba la noche anterior,…en una sepultura que está en la segunda padronera entrando por la puerta principal al lado de la mano derecha, de manera que la dicha puerta al abrirla y al cerrarla corre por encima de la dicha sepultura.

La noticia del asesinato corrió como la pólvora entre los moradores del término zalameño, y con ella, el temor ante la evasión de los dos presuntos asesinos de la ermitaña. A poco que los cometarios comenzaron a extenderse, algunos vecinos de la comarca llegaron ante los jueces para dar testimonio de lo oído. El primero, el día 24, fue Gonzalo Linares. Este joven mozo dijo que tras haber ido a comprar leche a la cabreriza  de Blas Vázquez, en el Monte del Campillo, frente a la Huerta del Padre Zarza, encontró un gran revuelo de personas hablando de lo ocurrido. Al poco de estar allí llegó, Constanza Vázquez,  la hija del mismo Blas Rodríguez, desde el Monte del Campillo diciendo que sus moradores estaban muy alterados, puesto que la tarde del domingo 22 de abril, dos hombres …moradores en el Monte que llaman de Las Ventas…, de la jurisdicción de Campofrío, llegaron diciendo que les dieren dos escopetas, puesto que iban a matar a Alonso García, santero de la Ermita de San Vicente. Éste se había presentado el día 21 en la casa de uno de ellos a pedir limosna para el santo, como era costumbre,  mientras se celebraba el sepelio de un párvulo, y mientras se velaba al niño pequeño, aprovechó para robar 280 reales en pesos duros de plata y alguna que otra morcilla. Y aquello, dada las circunstancias, hizo entrar en cólera a los campurrianos.

Otro testigo, Rosa Sevillano, en la misma cabreriza, dijo que había escuchado a una tal Josefa Rodríguez, del Monte del Campillo, decir que aquellos hombres armados habían vuelto a pasar por la aldea, diciendo que habían dado muerte a la mujer del santero, y que habían seguido a éste hasta la capilla del Santa Sepulcro de Zalamea.

Pero la declaración más definitoria la dio Manuela Vázquez, mujer de Juan Alberto, vecinos del Monte del Campillo. Indicó que estando enferma el mismo domingo de autos, su hermana Juana le había ido a visitar. Allí le contó que dos hombres habían estado en la aldea: uno llamado Vicente Martín, morador en el Monte de la Majada o Ventas de Abajo, próximo a Las Ventas, natural del mismo Monte del Campillo; que vino acompañado de otro, de la misma Venta, armado y con la intención de buscar a Alonso García para solventar un robo de dinero. Allí fueron a casa de Juan Domínguez a solicitar le entregaran otra escopeta.

Otros vecinos vieron como el tal Vicente, al que reconocieron sin dudarlo puesto que era natural de la propia aldea, salía de ella…por el callejón que nombran del Pozo, acompañado de otro hombre con una manta al hombro, al que algunos declararon conocer como Santiago Martín, uno de los regidores del Concejo de Campofrío. Ambos iban armados. Y los testigos, inocentes, pensaron que iban a correr jabatos con otros vecinos del Monte de Traslasierra por el lugar de Las Cañadas. La justicia los declaró en busca y captura y ordenó que se le embargasen todos sus bienes. La descripción de alguno de los testigos fue detallada.

Ni en el Cerro, ni en Calañas, ni en Cabezas Rubias, ni en Santa Bárbara, ni en Cortegana, ni en Almonaster, ni en Jabugo, ni en Galaroza, ni en  ni en todo el término de Zalamea se halló ninguna pista sobre los presuntos criminales. Pero identificados éstos, las autoridades no tardaron en comenzar el embargo de todas sus propiedades, hasta que se esclarecieran los hechos. Las siguientes damnificadas por este proceso, las esposas de Vicente y Santiago, es decir, Antonia Charneco y Gregoria Miguel, respectivamente. Ninguna de las dos supo (o quiso) decir dónde se encontraban sus maridos desde el día 22 de abril. Y eso afianzó las sospechas sobre los dos acusados.

Mientras tanto, el santero, cuyas sospechas iniciales de asesinato había conseguido solventar, se encontró con un nuevo escollo judicial. El Concejo de Campofrío requería al de Zalamea con la orden de entregar al mismo Alonso García por el robo del dinero y las morcillas en casa de Santiago Martín. La Real Audiencia de Sevilla decretó que a los autos sobre el asesinato de María Sánchez se uniera el robo perpetrado por Alonso García.

Éste fue llamado a declarar sobre lo ocurrido. Y dijo que sí era verdad que había salido a pedir limosna para el Santo días antes del asesinato (y el robo), pero que había ido a Alájar, y que de vuelta por Aracena, en la tarde del día 20 de abril, se encontró con dos pastores cerca de Campofrío, con quienes pasó la noche. A la mañana siguiente, y tras las indicaciones de los cabreros, tomó el camino más corto hacia Zalamea. En el camino dijo encontrarse con…dos soldados al parecer desertores pues tenían vestido del Rey encarnado y su capotillo azul, bayoneta y cartuchera, pero ningún fusil, quienes con la vista del declarante comenzaron a hablar en catalán. Éstos le invitaron a acercarse con ellos a las Casas de la Majada. Allí, en una calleja, los soldados indicaron alermitaño que se quedara vigilando las puertas de una de las casas, que por allí ya habían entrado el año pasado y no habría problemas, mientras le amenazaban con buscarle más tarde y darle su merecido si no accedía a lo que le solicitaban.  Poco después, los milicianos salieron por el tejado de una de las casas con una bolsa de dinero, varias piezas de chacina, alguna hogaza de pan,  y unos zapatos de mujer totalmente nuevos. Ellos continuaron su camino hacia el norte, y él hacia Zalamea, cargado con algunas piezas ofrecidas por los soldados ladrones, además de los citados zapatos.

La cuestión es que como no hallaron rastro de aquellos soldados desertores que hablaban en catalán, sobre Alonso García cayeron todas las sospechas del hurto y a él le endilgaron la larga lista de efectos sustraídos en casa de Santiago Martín, a saber: los 280 reales en pesos duros de plata, más medio peso duro y una moneda de dos reales; dos panes, dos ciegos de entrañas, algunos chorizos, dos morcillas, un poco de tocino en pedazos unos zapatos de mujer nuevos y estampados, un peine blanco de hueso nuevo al que le faltaba una púa, un bollo de chocolate, un cordón de color blanco, verde, amarillo y encarnado.

La vía del hurto abrió una nueva investigación, y tras una profunda inspección de la pequeña casa de los ermitaños se hallaron los dos zapatos, dos ciegos de entrañas y algunas piezas de tocino, pero ni rastro del dinero. Así el Concejo de Zalamea hubo de solicitar al Priorato de Ermitas del Arzobispado sevillano el permiso para buscar en la Ermita de San Vicente los elementos robados. Los alcaldes, como jueces ordinarios de la causa, el vicario de la villa, José Felipe Serrano (recordemos fue el que respondió al cuestionario del geógrafo Tomás López), y el mayordomo de San Vicente Mártir, Felipe Sánchez Bejarano, fueron los encargados del registro de la propia ermita. Pero allí no se halló nada.

Y para colmo de males, después de más de mes y medio recluido en la cárcel mientras se dilucidaba el auto criminal, el médico titular de Zalamea, Lázaro José Vázquez, llamó la atención a las autoridades cuando detectó disentería en el reo debido a las condiciones de humedad del presidio, además de melancolía (o lo que es lo mismo, un cuadro depresivo agudo). El galeno indicaba que Alonso presentaba… un color pálido cetrino, cutix frío, pulso anacroto y obstruidas quasi todas las entradas del vientre inferior, lo que se ha seguido de malas digestiones y corrupción de los jugos mal cocidos. Entre lavativa y lavativa, el médico alertó a las autoridades de las malas condiciones de salud del santero.

El día 10 de junio de 1792, Don Lázaro José Vázquez visitó a eso de las 6 de la mañana al reo, donde lo halló con calentura muy alta y la lengua inflamada. A las 10 volvió y encontró a Alonso fuera de sentido, convulsionando, los ojos blancos y el semblante propio de un cadáver. Acto seguido indicó a las autoridades que administraran al desdichado ermitaño un caldo, y de paso, los sacramentos.

Con la parca en el umbral de la cárcel, Alonso García solicito mandar llamar a una parienta de su difunta mujer, la vecina María Sánchez, esposa de Juan Fernando Linares, para contarle sus desdichas antes de emprender su último viaje. Y ello dio pie a que las mismas autoridades, acabada la confesión del moribundo, llamara a declarar a la propia María. Ésta informó que Alonso había confesado que en la ermita tenía escondida una bolsa con dinero, pero no más de seis pesos. Pero no le indicó el lugar exacto del escondite. Dicho esto, las autoridades, el vicario y la parienta de la difunta bajaron de nuevo a la ermita para realizar una segunda inspección. Miraron con detenimiento la zona baja del retablo, donde había varios huecos, para lo que usaron de las habilidades de un muchacho dado que solo a alguien de corta edad le cabía el brazo en aquellas oquedades; y a falta de éxito, subieron a lo alto del retablo para seguir con la búsqueda, pero con el mismo resultado. Nada.
A las 3 de la tarde del 13 de junio,  Alonso García, ermitaño de la Ermita de San Vicente Mártir, fallecía en la cárcel de Zalamea después de dos meses de penurias, de haber enviudado violentamente, haber perdido a su hijo nonato,  y de haber sido acusado de robo por el Concejo de Campofrío. Fue sepultado con la mortaja de su propio vestido,…en una sepultura que es la que está en la pared de dicha iglesia y la única que hay sin padronera entre la puerta principal y el altar de la Virgen Santísima de los Dolores, por encima de la qual sepultura se acostumbra poner en dicha pared el Simpecado del Rosario de noche. Al entierro asistieron muchos vecinos.

El auto abierto por el escribano público de Campofrío, Antonio Arcadio, para clarificar el tema del robo contenía la declaración de varios vecinos de las Casas de la Majada (Ventas de Abajo) y de aquellos pastores con los que Alonso García había pasado la noche. Éstos habían descrito los rasgos físicos del ermitaño, así como la ropa que llevaba puesta mientras les acompañó aquella noche. Y la descripción coincidió plenamente con algunos declarantes que decían haber visto a un hombre en el tejado de la casas de Santiago Martín.

La confesión de Gregoria Miguel, mujer de éste último, ofrecía una nueva versión de los hechos: parece ser que en la mañana del día 22 de abril, Santiago,  su marido, acompañado de Vicente Martín, emprendió camino a Zalamea a denunciar ante sus Justicias los hechos del hurto. Pero en la noche de ese mismo día, su marido volvió alterado a casa,…tan asustado que parecía difunto. Contó que camino de Zalamea decidieron no dar parte a la justicia y sí tomársela por su cuenta intentando asustar al presunto ladrón, y con ello recuperar los enseres robados.  Al llegar a la ermita, la vieron cerrada, y esperaron a los santeros escondidos en un cercado. Llegados Alonso García y María Sánchez, entraron en su casa, momento en el que los justicieros se acercaron a la puerta, con las escopetas bajo el brazo, y saludaron a los del interior. Los ermitaños salieron y cada uno asió el cañón la escopeta de su oponente, con la mala fortuna de que con la que forcejeaba María se disparó fortuitamente. Alonso huyó, y los escopeteros, en vez de perseguirlo huyeron despavoridos a las Casas de la Majada. Una vez allí, contaron a sus familias lo ocurrido y decidieron huir a Portugal.
                                                      
A final del mismo mes de junio, cuando se habían realizado varios llamamientos a entregarse por parte de los pregoneros de las villas de Zalamea y Campofrío, Vicente y Santiago Martín fueron declarados en rebeldía, y con ello, fueron sentenciados a 8 años de presidio y al pago de las costas del proceso: 1.248 reales por parte de Santiago Martín, y 220 por Vicente Martín. El dinero fue abonado por sus esposas.

Poco después, unos nuevos ermitaños se harían cargo de los cuidados de la ermita y del Santo. La bolsa con el dinero quedó escondida entre sus muros.

José Manuel Vázquez Lazo.

lunes, 3 de junio de 2019

Francisco Castellano Rodríguez


El 26 de noviembre de 1937, después de que enfermara de gravedad el día 12 del mismo mes, fallecía en Zalamea el sacerdote Francisco Castellano Rodríguez. Por su lecho de la casa parroquial de la calle Castillo desfilaron, según algunas crónicas, la mayoría de los hombres de la localidad. Parece ser que éstos, aunque generalmente no muy dados a cumplir con los servicios religiosos, sí que quisieron manifestar su último adiós al sacerdote, que en palabras de muchos, quisieron agradecer “su gran amor a Zalamea”.
Natural de Sanlúcar de Barrameda, había cumplido con su ministerio en la localidad durante 50 años, casi la totalidad de su vida eclesiástica. La longevidad en el cargo había creado un vínculo necesario entre el propio sacerdote y su feligresía, convirtiéndose en un vecino de derecho más, y completando así esa estrecha relación entre vecinos propia de los que conviven el día a día.
Pero sus últimos años hubo de sufrir los delirios de la ambición de otro miembro de la Santa Iglesia. Pocos años antes de su fallecimiento, José María Arroyo Cera había sido nombrado párroco de la aldea de El Villar y coadjutor de la de Zalamea. Muy beligerante hacia las autoridades civiles durante la etapa republicana, José María Arroyo no dudó en extender su beligerancia hacia el párroco titular de la localidad. Así, Francisco Castellano fue denunciado en varias ocasiones ante el mismo Arzobispado por Arroyo, y por varios motivos.
Un ejemplo, de los muchos que tenemos documentados, lo desarrollamos a continuación: “con gran pena tomo la pluma para comunicar a  Vuestra Excelencia Reverendísima el último desacato grave de las leyes de la Iglesia del Sr. Párroco de esta, D. Francisco Castellano…” Arroyo Cera realizaba un informe pormenorizado sobre lo que él consideraba un nuevo atropello de Castellano a la Iglesia: el viejo sacerdote había querido dar una sepultura cristiana a un señor que días antes se había suicidado arrojándose a un pozo (mantenemos el anonimato del finado por respeto). Francisco Castellanos, que como decimos ya había consolidado una estrecha vecindad con los zalameños después de cinco décadas en la villa, había querido dar una digna sepultura religiosa al fallecido, al que conocía como vecino de la villa que era. Pero a José María Arroyo este hecho le había soliviantado hasta tal punto que no dudó en interrogar al médico forense y a parte de la familia de aquel señor para comprobar si éste padecía algún tipo de enajenación mental que excusara el entierro católico.
El informe, no exento de rabia por parte del coadjutor, indicaba que el fenecido tenía una hija sin bautizar y estaba separado de su mujer, lo que unido al suicidio voluntario (y sin mediar ninguna enfermedad mental) le hacía indigno de ser enterrado en lugar sagrado.  Acusaba además de al sacerdote titular, al Medico Manuel Molina Lancha (nuestro anterior personaje de esta “Historia a Color”) de no tener conciencia científica en su empleo y de emitir los informes que el propio Castellano le solicitaba. Molina Lancha sí había determinado la enajenación mental de aquel hombre, lo que dejaba vía libre al enterramiento católico del pobre fallecido. Arroyo acusaba que la gran amistad que mantenían  Francisco Castellanos y Molina Lancha había hecho que el doctor emitiera un informe favorable para excusar al sacerdote. Con ello,  Molina Lancha también se había ganado un gran enemigo en la localidad que condicionaría su futuro (como ya hemos comprobado).
Otras muchas fueron las denuncias (no tener el archivo parroquial al día, obviar ciertos quehaceres en el rito,…) que fueron enviadas una y otra vez a la sede arzobispal hispalense, hasta el fallecimiento del sacerdote sanluqueño.
A los 75 años fallecía Francisco Castellano (según el certificado de defunción, por una insuficiencia cardiaca), a las 6 de la mañana de ese 26 de noviembre de 1937. “El entierro fue solemnísimo, presidido por el Sr. Arcipreste D. Jesús Mora y por todos los sacerdotes de los pueblos limítrofes. Cerró el comercio, establecimientos, escuelas y talleres” indican las crónicas.
José María Arroyo, su coadjutor, pasaba a sacerdote titular de la villa de Zalamea, después de haber intentado terminar con la carrera de su predecesor desde que llegó al lugar. José María Arroyo Cera fue conocido como “El Breva”, de doloroso recuerdo para muchos zalameños.

José Manuel Vázquez Lazo

jueves, 25 de abril de 2019

LA FIESTA DEL ÁRBOL


No hay nada nuevo bajo el sol, eso ya lo sabemos. El Día Mundial del Medio Ambiente ya fue una reclamación decimonónica en esta España nuestra que había pasado de aquella que describía la anécdota de Estrabón, y que decía que en la esplendorosa etapa romana en suelo patrio, una ardilla iba de rama en rama desde Algeciras a los Pirineos;  a la deforestación de amplias zonas del estado debido al aumento demográfico e industrial. Y aunque la quimera de la ardilla funambulista es más que debatible, pues Estrabón ni era romano, sino griego, ni historiador, sino geógrafo, y nunca había tenido el placer de venir por estos lares, la pérdida de arboleda sí que era evidente en algunos lugares. Así, ciertos sectores concienciados con la depauperación medioambiental no dudaron en buscar una solución a dicho problema, esto es, reforestar pequeñas zonas municipales. Y para hacer de esta actividad un episodio lúdico anual, envolverlo en un aura festiva. Así tenemos lo que se conoció como “Fiesta del Árbol”.

Decía el regeneracionista Joaquín Costa (este sí era historiador), que ya antes de la propia Guerra de Independencia había encontrado indicios de que este ímpetu lúdico-reforestador  se había desarrollado con cierto lustre en determinadas zonas de España. Hagamos pues un hueco en la Historia al señor cura de la cacereña villa de Villanueva de la Sierra, Don Ramón Vacas, que desde 1805, además de repartir los Santos Sacramentos, cogió a maestros y alumnos de la escuela local, y cada martes de carnaval iba a plantar árboles a los ejidos del pueblo. Y tanto fue el cántaro a la fuente que apenas hace un año, se declaró BIC a dicha festividad en dicha localidad.
Pero como somos muy desidiosos con lo nuestro, y tendemos siempre a admirar lo ajeno, más fama tomó, aunque ya iba casi con un siglo de retraso, lo que hicieron los norteamericanos, que venía a ser lo mismo, pero en inglés, que gusta más.

En los Estados Unidos, el Arbor Day y la Arborday Society se instauraron en los 70 del XIX. Y como somos grandes esnobs, pues mejor copiar aquello del Arbor Day de las barras y estrellas, en vez de las buenas maneras de Don Ramón Vacas. Por ello, cruzando el charco fue España el primer país europeo en coger la pala y el azadón y pinchar plantones de especies varias en el suelo propio a imagen y semejanza de las gentes de Omaha.

Autores como Moreno Castro nos indican cómo personajes como el ingeniero valenciano Rafael Puig y Vals (hubo otros) fueron precursores en asentar esta noble actividad en estos lares. Tanto fue su interés que en 1898 creó la Asociación de los Amigos del Árbol, para enfatizar su empeño e involucrar a la clase política nacional. Pero ya desde mediados de esa misma década la festividad se había extendido por la piel de toro, destacando las celebradas en nuestra Andalucía.

Fue tal el auge (por suerte para nuestro entorno natural) que el 11 de marzo de 1904 se firmaba el Real decreto dictando reglas para la propagación y eficacia en los resultados de la “Fiesta del Árbol”, donde se determinaban todos los entresijos para desarrollar el ecológico evento. El ministro de Agricultura, Industria, Comercio y Obras Públicas,  Manuel Allendesalazar y Muñoz de Salazar informaba al barbilampiño Alfonso XIII que…la conveniencia, cada día más notoria, de repoblar la zona forestal española aconseja despertar en el pueblo el amor a los árboles y el respeto a los montes.

A nosotros, que habíamos muerto bajo las herraduras y las bayonetas del Regimiento de Húsares de Pavía pocos años antes, en 1888, por pedir respeto por nuestra salud y nuestros montes, nos querían dar lecciones medioambientales desde la Corte de Madrid, a pesar que la Corona permitió tener encendidas las teleras hasta 1907. Pero siendo prestos con la ley, la Zalamea de inicios del XX no dudó en llevar a cabo su propia “Fiesta del Árbol”.

A tenor con lo dictado en la R.O. citada, en Zalamea se constituiría la Junta de la que formarían parte todas las personalidades de la localidad, independientemente de cuál fuera sus ideas políticas, sociales o religiosas. Esta junta sería la responsable de organizar el acto, adornando con follaje, gallardetes y banderas el lugar de la plantación,…e impresionar la imaginación de los niños. Porque serían los escolares, acompañados de sus mentores, los que llevarían a cabo la repoblación arbórea. El acto incluso tenía su himno oficial. Uno de ellos, pues fueron muchos los autores que quisieron contribuir con su arte a engrandecer con letra y música esta lúdica empresa medioambiental. La letra canturreada en Zalamea era la que por acuerdo de los Amigos de la Fiesta del Árbol de Barcelona, con letra de Manuel Marinello y música del maestro José Sancho Marraco, había sido declarada himno oficial de la fiesta en 1901. Éste decia así:

Cantemos a Ceres que dora las mieses
y llena las cubas de rojo licor,
y al par que alabemos al noble labriego
que el suelo fecunda con ruda labor;
que ésta es una fiesta de paz y de amor

Bien hayan las flores que adornan la tierra,
los frutos que ofrecen sabroso manjar;
mil veces bendita la Fiesta del Árbol
que a la agricultura nos hace cantar.

Cantemos a Ceres, etc.

Bien hayan los bosques que atraen la lluvia
y al hombre le brindan maderas sin par;
los prados que nutren inmensos rebaños
los ríos que abonan el suelo feraz.

Cantemos a Ceres, etc.

Los agujeros para los plantones estarían ya hechos en la tierra previos al acto infantil, para evitar lesiones y para que se meteorizara la tierra; y los alumnos no se irían de vacío, pues mientras plantaban, en grupos de cuatro para evitar competencias innecesarias, recibirían una instructiva clase de arboricultura. Al acabar, de nuevo todos dispuestos a cantar.

Si bien la pieza de Marinello y Marraco había sido declarada, como hemos indicado, himno oficial, ni mucho menos fue la única trova que acompañó a tan singular evento. Muchos fueron los autores que quisieron contribuir con su arte a engrandecer la plantación de especies arbóreas. Y como suele ocurrir, al margen del oficial surgió una pieza musical que a la postre se hizo más famosa que la primera. Es el caso de la canción letrada por Ezequiel Solana y cuya partitura pertenecía al maestro José López y Ahijado. Quizás la fama no vino tanto por ser premio de un importante certamen musical a nivel nacional, sino porque la editorial Magisterio Español editó y difundió la pieza entre los maestros de Primera Enseñanza del país. Y fue en la escuela donde se aprendía este tipo de canciones, por lo que el éxito estaba garantizado. La letra  alababa al árbol de esta guisa:
 
Es el árbol el símbolo augusto
de la industria el progreso y la paz;
restauremos los montes talados
si a la patria queremos honrar.

Ved los montes cubiertos de fronda
cual detienen la nube al pasar,
como arrancan del suelo las raíces
de agua fresca y copioso raudal;
fertilízanse cerros y valles,
los ganados se ven prosperar,
y el país, antes árido y pobre,
 se hace luego abundante y feraz.

Es el árbol el símbolo augusto, etc.

¿Queréis sombra? Buscadla en el árbol.
¿Queréis frutas? El árbol las da.
¿Queréis agua? Los bosques la traen.
¿Aires puros? Los hace el pinar.
Son los campos de fronda vestidos
de riqueza y salud manantial:
Sin el árbol no hay vida posible,
 no hay industria ni habrá bienestar.

Es el árbol el símbolo augusto, etc.

Restaurar hoy los bosques talados,
recubrir de verdor el erial,
detener en los montes la tierra
que ahora arrastra cualquier temporal,
es hacer de los montes vergeles,
leche y miel es hacerlos manar,
hacer sanos y ricos los pueblos
y crear allí vida industrial.

Es el árbol el símbolo augusto, etc.

Vea el niño en el árbol su amigo,
vea el hombre en el árbol su afán,
 vea el pueblo riquezas y bienes
y la Patria el progreso y la paz:
Repoblemos los montes que el árbol
doquier luzca en fronda eternal,
y así haremos que España sea grande,
noble, rica y hermosa sin par.

Es el árbol el símbolo augusto, etc.


Al margen de los dos anteriores, que según nos determina la documentación consultada, se usaban en Zalamea para alegrar las labores de reforestación durante la fiesta, fueron muchas las canciones que se publicaron para amenizar el acto. Unas con más difusión, y otras con menos, según el lugar donde se desarrollaron.

Acompaña a este artículo una serie de hojas manuscritas con una serie de letras alusivas a la Fiesta del Árbol en Zalamea, cuyos versos bien pudiero ser canturreados o recitados mientras se estercolaba la tierra. No hemos encontrado ninguna parecida en las celebraciones realizadas en el resto de España. Y han sido muchas las consultadas. Por ello entendemos que dichas estrofas debieron ser producto de la lírica zalameña de algún escolar de la tierra, o de alguno de los maestros de Primeras Letras de la localidad, que se afanó en enfatizar esta fiesta del medio ambiente entre su alumnado.

Al margen de tan singular documento, conservado en el Archivo Municipal de Zalamea la Real, no tenemos referencia sobre la comisión municipal que debía ser creada a tal efecto, según determinaba la ley. Tampoco tenemos referencias directas sobre el hecho en sí, ni descripciones sobre su desarrollo (probablemente nuestros mayores puedan recordar alguna referencia sobre ésta rescatada del recuerdo de sus padres), pero curiosamente, y si nos acercamos a los libros de Presupuestos Municipales, decir que el ayuntamiento comenzó a contemplar una partida para la plantación de árboles en los caminos y paseos públicos de la localidad a partir de 1904, que pasó de las 200 ptas iniciales ese mismo año, a las 2500 apenas cuatro años después. Cifra que seguiría creciendo en años posteriores.

En torno a la fiesta, en los años siguientes fueron surgiendo una serie de Reales Decretos que la fueron apuntalando poco a poco. O al menos esa era la intención de los Gobiernos de turno. Por su interés destacamos la Real Orden de 1915, donde se disponía la obligatoriedad de celebrar la “Fiesta del Árbol” en cada uno de los municipios del territorio nacional, indicando que ésta podría ser también la  “Fiesta del Árbol Frutal”, y así aprovechar la coyuntura para sembrar especies que posteriormente pudieran ofrecer algún que otro beneficio culinario.

Más tarde, en 1926, otra Real Orden instaba a que, en mayor medida, durante la fiesta,  la plantación fuera de moreras, a fin de abastecer a la cría de gusanos de seda en las Escuelas Nacionales (quién no ha criado gusanos de seda en una caja de zapatos en su infancia gracias al anual abastecimiento de bombyx mori en el ámbito escolar).

A partir de 1936, como el agujero negro que lo engulle todo en la Historia Contemporánea de España, desaparecen de los presupuestos municipales las partidas para este asunto.

Quizás, gran parte de la arboleda que disfrutamos hoy en nuestro entorno más cercano sea fruto de esa gran fiesta de la naturaleza que fue la “Fiesta del Árbol” en Zalamea la Real.

JOSÉ MANUEL VÁZQUEZ LAZO