Los gorriones, sagaces seres alados que no dejan que el silencio se abra paso entre nuestras calles con su impetuoso e incansable “chan-chan” y otras onomatopéyicas alusiones, que a veces incluso desbordan el aberrante e increíblemente permitido sonido de los niñitos de los coches tuneados. Gorriones bajos las tejas, levantando su cóncava rojez para desprestigiar la labor de este bendito material arabesco que nos libra de las temibles goteras en nuestros doblados; gorriones en cualquier hueco de nuestras casas, obstruyendo con pajizos el tiro de la chimenea o la salida del hueco de la campana extractora de la cocina; construyendo auténticos diques de pasto en nuestras canales; gorriones que grafitean con sus blanquinegros excrementos fachadas y ventanales, enrejados y claraboyas; gorriones que en tiempo de cría dejan cadáveres de muchos de sus impetuosos vástagos en el asfalto, que creyendo saber volar, se lanzan al abismo de Zalamea limitando su futuro al cálido y duro pavimento; gorriones culpables de que niños y no tan niños salgan a correr tras los volanderos pajarillos bajo un sol de justicia, arriesgándose a que les caigan esos bichos en la cabeza que tantas abuelas usan como eufemismo de ¡duérmete ya la siesta, niño!. Y por supuesto, gorriones que abastecen sus buches con trigales verdes y otros granos de la agricultura zalameña, a pesar de espantapájaros manufacturados artesanalmente, de inconstantes bolsas de plástico atadas entre los cultivos, o de cd’s y dvd’s asidos a los frutales de nuestros huertos con una fina tanza.
La historia siempre nos muestra aspectos cotidianos de esta España nuestra que, si bien en tiempo fueron causa de mayor importancia, el filtro del tiempo los convierte en recursos para engrosar el anecdotario de las historias locales. Y los gorriones también tienen cabida en este mundo de la historiografía popular.
El 12 de marzo de 1776, en la ciudad de Sevilla, D. Juan Antonio de Santa María, Teniente Primero, en ausencia de D. Pablo de Olavide, Intendente General de los quatro Reynos de Andalucía dixo que como se había realizado en los años anteriores de 1755,1757 y 1773 una matanza de gorriones, por el perjuicio tan notable y gravoso que ocasionan a las Sementeras, y Recolección de Granos, causando el efecto que se esperaba […] y por estar hoy en tanta abundancia la cría de estos pájaros que excedía a los años antecedentes, sobre que se le ha pedido remedio, y que de no ocurrir al más pronto y oportuno, para su exterminio, como debe, y ha debido practicarse, por el general beneficio, que producen estas Providencias, será inagotable, perjudicial y dañosa su numerosa extensión, siendo el presente tiempo el más oportuno, por ser en el que hacen sus crías, mandó a las Justicias de los Pueblos en acuerdo con sus Cabildos que se procediese al repartimiento entre los vecinos labradores y hacendados, sin reserva de persona alguna, incluyendo aun al mas pobre, por ser asunto en que tanto se interesa no solo al labrador, sino también al común de las demás gentes, del número competente de dichos pájaros, nidos o criaderas, de forma que cada uno ha de entregar cuando menos una docena de cabezas por una vez, y de ai arriba a proporción de sus posibles.
El Cabildo zalameño, el día 25 de abril de dicho año, a través de los Alcaldes Ordinarios Alonso Romero y Thomas Sánchez, de Joseph González, Alguacil Mayor, y de los Regidores del Concejo, Pedro Alonso Castilla, Juan Lorenzo Serrano y Pedro Martín Beato, atendiendo a esta orden de la superioridad en defensa del bien común y del atentado ejercido por estos pajarillos en los cultivos de nuestros campos, llevaron a cabo la ejecución de la orden de Santa María. El Cabildo decidió que a todo el vecino que no sea labrador se le reparta el numero de media docena; y a aquellos que lo son, una, pues de esta suerte quedara extinguida esta especie, y para que se haga la matanza señalan sus Mercedes el termino de veinte días.
Decir que después de corretear tras los susodichos pájaros durante los veinte días contemplados, con tirachinas, redes, piedras, palos, algún que otro uso de pólvora y otras artimañas (el aire comprimido de la escopetilla de plomo “cometa” aún no se usaba), los zalameños cumplieron con la orden dada por el Cabildo, y muchos fueron los colaboradores de tan esperpéntico designio. Tantos como más de 770 vecinos que impidieron seguir revoleteando entre los tejados de este pueblo a la más que macabra cifra de 6.000 de estos ejemplares (para toda Andalucía, según el recuento realizado posteriormente, se sacrificaron 255.000 gorriones). Decir que algunos vecinos aportaron su granito de arena mostrando tan solo dos o tres trofeos, aunque otros de sus conciudadanos no dudaron en aparecer con 14 ó 15 aves. No obstante, a razón de suavizar la tétrica visión que puedan estar formando en su cerebelo, donde es posible que estén acumulando sobre el suelo del propio edificio del Concejo tan plumífera montonera, decir que más del 80% de los trofeos fueron huevos arrebatados de los nidos a sus progenitores.
Los cultivos zalameños bien pudieron despuntar bajo el amarillo sol sus semillas ante la marcada ausencia de sus principales devoradores. Y no solo por este año, puesto que en los sucesivos, se siguió solicitando que se volviera a aplicar esta orden, ejecutándola por los aguerridos cazadores hasta lograr cifras similares. Todo fuera, permítanmelo decir, por la subsistencia del alimento de estas gentes.
José Manuel Vázquez Lazo
Revista de Feria de Zalamea la Real 2011
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