Que la tierra te sea leve. La
idea de trascendencia que los romanos otorgaban a la vida más allá de la muerte
generó este tipo de epitafios que confirmaba la idea de una vida más allá de la
vida. Usado de forma generalizada en gran parte de las lápidas de época romana precristiana,
la abreviatura S·T·T·L (y sus variantes)
ofrecía al difunto el consuelo de los vivos para soportar el peso de la tierra
sepulcral. Esta idea de trascendencia es consustancial al hombre, o al menos a
los miembros de aquellas culturas y sociedades que generaron algún tipo de consciencia
mística o espiritual a lo largo de la Historia. Hemos comprobado
en múltiples ocasiones cómo desde los albores de la Humanidad los seres
humanos han intentado ofrecer a sus difuntos un liviano traspaso del mundo de
los vivos al de los muertos a través de una serie de rituales y liturgias
propias de cada época. Y un ejemplo muy cercano lo tenemos en los dólmenes que
aún mantienen sus estructuras en nuestros campos, los vestigios ceremoniales y
sepulcrales más antiguos conservados y repartidos por gran parte del término
municipal de Zalamea la Real.
La
riqueza antropológica, más allá de la histórica, que ofrece el hecho de la muerte
y de su afrontamiento por parte de los hombres, brinda a los investigadores un importante
caldo de cultivo para la investigación de la mentalidad de los individuos de
cada época. Así podemos decir que el estudio de la muerte es uno de las empresas más destacadas de aquello que se
conoce como Historia de las Mentalidades.
Dejando
a un lado el estudio de la muerte en época prehistórica y antigua, y
saltándonos la Edad Media,
nos introduciremos en los entresijos de la llegada de la muerte a un hogar zalameño
del siglos XVIII, cuando la religiosidad prácticamente rodeaba las formas de
actuar y de pensar de los habitantes de este pequeño núcleo de población del
antiguo Arzobispado de Sevilla.
Si es
cierto que el hecho absoluto de la muerte, es decir, el cese de la vida, afecta
a todos los ciudadanos por igual, el proceso que envolvía a la misma no se
desarrollaba en todos los hogares de forma paralela. En función de la capacidad
adquisitiva de cada familia, el moribundo tendría uno u otro trato en su propio
sepelio. No cabe duda que, como pasa hoy en día, los entierros no eran fruto de
la gratuidad de las personas ni de la iglesia, sino que su conquista estaba
determinada por el bolsillo del fenecido. Aquellos que por circunstancias
mundanas habían caído en la pobreza y en la enfermedad, o se encontraban lejos
de su hogar, o no tenía más recursos que la calle, sufrían un controvertido
acceso a un entierro cristiano digno. De ahí la aparición de los Hospitales de la Sangre o de los Hospitales
de la Caridad
que se hicieron cargo de aquellas personas que ahogaban sus vidas en la más
extrema pobreza y en el olvido. A este respecto la Historia de Zalamea la Real nos ha dejado claros
ejemplos del cuidado asistencial de los pobres. Tenemos constancia documental
de la existencia de tres hospitales en la localidad: la Hermandad de la
Vera Cruz (1580) ejercía su auxilio en el
Hospital de la Sangre
u Hospital de Santa María de Augusta, donde se daba acogida a peregrinos,
enfermos, pobres y moribundos y donde se ejercía la caridad con ellos
aportándoles atención. Dicho Hospital ya formaba parte de la cofradía desde su
fundación, teniendo, además de las funciones asistenciales, las propias de
culto:
“...establecemos y hordenamos esta nuestra hermandad a gloria y honra del
omnipotente dios y de la soberana virgen nuestra señora del angustia y culto de
la santa vera cruz para provecho y augmento de nuestras animas hordenamos la Regla y capítulos siguientes
cuyo titulo y devoción queremos tener en el Hospital de Santa Maria del
Angustia de esta villa de çalamea a donde los cofrades y hermanos se quiera
ayuntar a hacer sus cabildos y fiestas y devociones de disciplina del jueves
santo...” ; la Hermandad
de San Vicente (1425), que recordemos indicaba en sus reglas que Juan de las
Armas y su hermana Catalina González cedieron las casas y Hospital que se
nombro Hospital de la Cofradía del Señor San
Vicente, indicando además en sus reglas que “…se a de dar la charidad a todos los que binieren a rrogar a Dios por
los diffuntos y a los niños que binieren y para este effecto se ha de comprar
el bino que la hermandad acordare conforme viere la hermandad y los quessos que
ffueren menester y sea de acer cocido[...]y sea de rrepartir en esta forma con
los hermanos y pobres que binieren a reçar y con los niños que vinieren a el
dicho hospital dándole a cada uno su limosna igualmente de pan, queso y
vino...”.; y en tercer lugar el
Hospital de Nuestra Señora de la
Asunción “…que
bulgarmente llaman el Hospital de Balera …”, o al que se denominó también
en tiempo Hospital de San Francisco,
al que dedicaremos un artículo futuro. Junto a estos hospitales, otro ejemplo
de consuelo del más necesitado lo tenemos en la existencia de la Hermandad de la Santa Caridad, que ofrecía “…asistencia de pobres, curación de algunos
enfermos que en el discurso del año se recogen en el Hospital, entierro que se
hacen de limosna y otros que se le ofrecen los costea el número de hermanos
según su propia ordenanza hechas por sí y que están con aprobación del eclesiástico...”.
Además
de todo ello, cada una de las Hermandades existentes en el pueblo tenía una
serie de obligaciones que cumplir para el velo y sepelio de los hermanos
difuntos, con lo que todo el mundo tenía garantizada, de alguna manera, la
oración y el respeto ante la muerte y su traslado a la sepultura.
Pero
aquellos personajes más pudientes, en función de su riqueza y del deseo de mantener su alma a buen recaudo, sí que
tenían un protocolo bien demarcado en
sus horas finales. Fiel reflejo de ello es el estudio de los testamentos que se
conservan en los archivos y que ponen de manifiesto una clara imagen de esa
mentalidad piadosa del hombre ante la muerte. No vamos a hacer en este escueto
artículo una extensa disertación sobre el hecho de la muerte del hombre del
Antiguo Régimen en Zalamea la
Real, pero, al menos, vamos a identificar los componentes más
destacados del texto final del moribundo a la hora de hacer testamento, pues
ahí si que se pone de manifiesto la situación psíquica del doliente ante lo que
se le avecinaba, y es que memento homo,
quia pulvis es, et in pulieren reverteris.
Pongamos
algunos ejemplos:
1
La invocación: Cada testador y cada escribano
público utilizará en el texto del testamento una serie de apartados cuyo
contenido literal será revelador de los últimos deseos del agónico personaje.
El primero será la invocación, donde se abría el testamento invocando a la
divinidad (Dios, la Virgen,
los Santos y la Santísima Trinidad):
§
“En
el nombre de Dios nuestro Señor Todopoderoso Amén”
(Testamento de Francisco Domínguez Bernal en 1797).
§
“In
Dei Nomine, Amen” (Testamento de Juan de la
Cruz López en 1797)
§
“En
el nombre de Dios Amén” (Testamento de Gabriel Alejandro Sanz en 1791)
2 La
salud: tratándose de su última voluntad, el testador, que iba a ceder a sus
herederos las posesiones que estimaba oportunas, dejaba bien claro ante el
escribano público su completa disposición mental para hacerlo, a pesar del definitivo momento vital por el que
atravesaba. Era esencial para que los herederos no alegaran ningún tipo de
manipulación en la concesión de heredades motivadas por la delicada salud del
futuro finado.
§
“…estando
enfermo del cuerpo y sano de la voluntad, en mi entero juicio y entendimiento
natural y que Dios nuestro señor fue servido quererme dar…” (de
Francisco Domínguez Bernal en 1797).
§
“…hallándome
como me hallo con una avanzada edad y con varios achaques habituales que trae
consigo y al presente en cama pero en mi cabal juicio, habla, memoria y natural
entendimiento qual la divina majestad ha sido servido quererme dar…” ( de Juan de la
Cruz López en 1797).
§
“…estando
gravemente enfermo del cuerpo pero sano y libre de mis potencias y sentidos, en
mi entero juicio y entendimiento natural que Dios nuestro señor fue servido
quererme dar…” (de Silvestre González, de El Villar, en
1797).
3
La Protestación de Fe: es el apartado
del testamento donde el enfermo va a declarar profusamente su fe católica. Toda
una declaración de fidelidad a sus profundas creencias cristianas:
§
“…creyendo
como firme y verdaderamente creo en el soberano y Divino Misterio de la Santísima Trinidad,
Padre, Hijo y Espíritu Santo, tres personas distintas, y un solo Dios
verdadero, en todos los demás artículos y misterios, que cree, confiesa,
predica y enseña nuestra Santa Madre Iglesia Catholica, Apóstolca, Romana bajo
cuya fe y creencia he vivido y protexto vivir y morir como fiel católico
christiano y porque temo la muerte, que es cosa natural a toda criatura
humana…” (de Francisco
Domínguez Bernal en 1797).
§
“…después
de confesar como verdaderamente confieso por ciertos y verdaderos todos los soberanos misterios de nuestra
Santa Religión que están contenidos en el Credo, y artículos de la santa fee,
los que creiendo sin duda alguna, y lo demás que Dios ha revelado a su esposa
amada Nuestra Santa Madre la
Iglesia, y esta ha porpuesto, en cuia firme fee y segura
creencia he vivido siempre, y espero morir…” (de Gabriel Alejandro Sanz en 1791).
4 La
encomienda: el doliente muestra la
disposición del futuro difunto para dejar su alma en manos de Dios:
§
“Encomiendo
mi alma a Dios Nuestro Señor, que la crió de la nada, hizo y formó a su ymagen
y semejanza y redimió de la culpa con el infinito precio de su Santísima
Sangre, Pasión y Muerte que por ello padeció y le suplico me la quiera llevar a
su gloria eterna con sus excogidos y el cuerpo ofrezco a la tierra de cuio
elemento fue formado…” (de Juan de la
Cruz López en 1797).
§
“…encomiendo
mi alma a Dios Nuestro Señor, que con su poder la crió de nada y la pongo en
sus divinas manos pues de ellas la recibí para que mediante los superabundantes méritos de mi señor Jesu
Christo quien a costa de haver derramado su sangre preciosísima la redimió con
ella, se digne por propio efecto de su bondad inmensa llebarla a descansar a la
eterna gloria, teniendo misericordia de ella y perdonándome todas las culpas y
pecados con las demás ofensas que contra su divina Magestad hubiere ejecutado y
cometido.” (de Gabriel Alejandro Sanz en 1791).
5
La Intercesión: el cristiano,
temeroso de Dios a lo largo de la historia, buscó intercesores celestiales para
acceder al Dios verdadera como paso intermedio para llegar a la gracia divina.
Los testamentos también ponen de manifiesto la particular devoción de cada
testador:
§
“…para
lo que invoco por mi intercesora y abogada a la Soberana siempre Virgen
María y demás Santas y Santos de la
Gloria que rieguen a Dios por mí…” (de
Francisco Domínguez Bernal en 1797).
§
“…para
lo qual pongo por intercesora, medianera y abogada a la Reyna de los Ángeles María
Santísima Señora Nuestra a el Santo Ángel de mi Guarda, los de mi nombre y
devoción, y a todos los demás de la Corte
Celestial para que impetren y me alcanzen de Nuestro Señor y
Redentor Jesu-cristo el perdón y remisión de todas mis culpas y pecados, que
por sus infinitos méritos espero conseguir y que después de esta presente vida
lleve mi alma a gozar de su beatífica presencia…” (del
Bachiller Manuel Bernal, Presbítero, en 1836).
6 La
sepultura: como decíamos al inicio, no todos los habitantes de la localidad
tenían el mismo tipo de enterramiento. Por regla general, aquellos que hacían
testamento eran las personas de vida más acomodada, por lo que generalmente
poseían un lugar de enterramiento (siempre en el interior de la iglesia de
Nuestra Señora de la Asunción)
que había pertenecido históricamente a su familia. Además de ellos, los
Sacerdotes tenían un lugar privilegiado de enterramiento, normalmente en el
Coro de la Iglesia
o bajo el altar mayor. Junto al lugar de sepultura, es indicativo la mortaja
usada por cada difunto, dispuesta con antelación a la muerte en el mismo
testamento:
§
“Y
mando que verificándose mi fallecimiento mi cuerpo sea sepultado en la yglesia
parrochial de esta villa su título Nuestra Señora de la Asumpcion con la mortaja
de costumbre, y se me haga un entierro según y en mi conformidad lo dispusiese
Juan Domínguez Bernal, mi hijo legítimo a quien he nombrado por uno de mis
albaceas…” (de Francisco
Domínguez Bernal en 1797).
§
“…mando
que verificándose mi fallecimiento, mi cuerpo sea sepultado en la Iglesia Parrochial
de esta villa, amortajado con la túnica blanca que tengo como Hermano de la Hermandad de la
Santa Vera Cruz…” (de
Manuel Lorenzo Trigo en 1774).
§
“…item,
mando que verificándose mi fallecimiento, mi cuerpo amortajado, según
dispusiesen mis albaceas, sea sepultado en la iglesia Parrochial de esta villa,
su titular Nuestra Señora de la
Asunción, en una sepultura de la capilla de Nuestra Señora del
Carmen…” (de Lucía Gómez en 1775).
§
“Mando
que cuando Dios Nuestro Señor Sea mandado llevarme de ésta para la otra vida, mi cuerpo
sea sepultado en la Iglesia Parrochial
de esta villa en una sepultura que para este efecto se me abrirá en la entrada
de una de sus puertas la que mira al
mediodía amortajado con el habito de Capuchinos de cuia Religión soy y he sido
síndico y hermano espiritual y enzima las vestiduras sacerdotales” (de
Juan Lorenzo de Bolaños, Presbítero, en 1776).
§
“…verificado
mi fallecimiento, quiero que sea sepultado en la Iglesia Parrochial
de esta villa con vestiduras sacerdotales y en la sepultura que mis albaceas
elijan, pero mi voluntad es que sea en el coro, a los pies donde tengo mi asiento como tal cura.”
(Juan Vázquez de León, Presbítero, en 1771).
§
“…mando
mi cuerpo a la tierra de que fue formado y por cuanto soy único Patrono y
Fundador de la devota Hermita del Santo Sepulcro de esta villa por haberla
hecho construir y edificar a mis expensas según consta de los justos y
legítimos títulos que de todo tengo, quiero y es mi voluntad que usando de la
licencia que para hacerlo se halla en mi poder, sea en ella enterrada mi cuerpo
y se le de sepultura en el modo y forma que aquí se expresa…” (de
Gabriel Alejandro Sanz, en 1791).
7
El entierro: el deseo de perpetuar el alma en
la gloria del cielo llevó a los testadores a crear todo un entramado de misas
por su alma que, por ello, logró
mantener un nutrido grupo de sacerdotes en Zalamea (hasta 43 simultáneamente se
contabilizan en cierta la
Modernidad zalameña). La fundación de Capellanías y Obras
Pías por los ciudadanos de mayor capacidad monetaria también logró sustentar a
muchos sacerdotes beneficiados que vivieron de las rentas de las misas que los
finados dejaban pactadas por escrito:
§
“…se
me haga un entierro de tres posas en el tránsito, una vigilia, Misa Cantada de
Cuerpo Presente y después unas grazias que vendrán a rezarse a las casas de mi
morada. Así mismo se me diga otra misa cantada en lugar de cabo de año, y que
en este día se repitan otras grazias como las antecedentes en dichas casas.
Ygualmente mando se digan por mi ánima e intención las de dichos mis Padres y
demás del Purgatorio que sean de mi obligación, ciento y cincuenta misas; y por
cargos de conciencia, cincuenta, todas rezadas, con la limosna de quatro reales
de vellón cada una, la quinta parte de todos a la Colecturía y las demás
las distribuirán mis albaceas para que sean dichas en esta citada villa y solo
en el caso que no puedan ser aplicadas con brevedad los podrían mandar decir
fuera de ella…” (de
Juan de la Cruz López
en 1797).
§
“el día de mi fallecimiento, o en el
siguiente, se cante una misa de vestuario en el altar del Señor San Miguel que
está en la Hermita
de Señor San Juan Bautista de esta villa […] Mando y ordeno que aquella cera que
se suele poner en las sepulturas para sufragio de las almas de los que yacen en
ellas, y que por charidad me havian de poner en la mía mis parientes, o amigos,
lo pongan en el Altar donde esta el Santísimo Sacramento oculto o manifiesto
pues quiero cederle al Señor este honor […] Mando y es mi voluntad instituir, y
de hecho instituyo una memoria perpetua de nueve misas rezadas, su limosna 3
reales de vellón cada una, las que quiero se digan en la hermita de esta villa
conocida a el presente por el de la
Pastora, en el altar propio del Señor San Miguel, que he
costeado a mis espensas, haciéndole camarín, retablo y demás adornos que hoy
tiene […]” (de Juan Lorenzo de Bolaños, Presbítero, en 1776).
Al
margen de la imagen de la muerte durante el periodo, ni que decir tiene la
riqueza informativa que nos dejan los testamentos a la hora de estudiar otros
aspectos de la vida zalameña. La visión que nos ofrece este tipo de documentos es
especialmente relevante para conocer mentalidades, lugares, fechas, nombres,
cargos, personajes y heredades durante la Edad Moderna en Zalamea la Real.
La
muerte, como hemos podido comprobar, es su faceta más material, distinguía
entre ricos y pobres (aunque esta verdad no dista mucho de lo que hoy en día se
manifiesta). Pero, como dice la locución latina, aequat omnes cinis, la ceniza nos iguala a todos.
José
Manuel Vázquez Lazo