EL CRIMEN
Alrededor del cadáver de aquel desconocido se habían congregado aquella tarde casi una veintena de vecinos de Zalamea. Las autoridades aún tenían en el recuerdo la trágica muerte de María Sánchez, la esposa del santero de San Vicente, apenas tres años antes (ver Un cadáver en San Vicente, dos morcillas, y los soldados que hablaban catalán, en Revista de Feria de Zalamea la Real 2019). Manuel Sánchez Bejarano, escribano público de la villa, hubo de coger el tintero, la pluma y el pliego de papel para desplazarse desde la comodidad de su despacho, al campo zalameño.
El calor del estío ya había quedado atrás, y aunque el veranillo del membrillo aún dejaba sobre los aldeanos los últimos coletazos de la canícula, las lluvias propias del otoño ya marcaban una nueva etapa en las faenas del campo.
El cuerpo sin vida se encontraba tendido del lado derecho, con la mano izquierda puesta en el pecho, el brazo derecho extendido, y con un trapo blanco atado al dedo pulgar de su mano. Aquel asunto destrozó por completo la cotidianeidad de los pocos habitantes que moraban en el Monte del Membrillo Alto. Todos dirigieron sus sospechas en la misma dirección, aunque nadie quiso dar el paso para encausar al presunto asesino.
Al sur de la aldea, entre Corchito y la Era del Santo, se encuentra la Cañada Temerosa, …a menos de medio quarto de legua del Monte del Membrillo Alto..., donde alrededor de la una y media de la tarde de aquel domingo 25 de octubre de 1795, se había informado con diligencia a los alcaldes ordinarios de la villa, del hallazgo de un cuerpo que presentaba graves signos de violencia.
Pedro Alonso Castilla y Julián Cornejo, que ostentaban el deber municipal en aquel año, tenían las competencias civiles y penales ajustadas a su cargo, para iniciar el proceso de esclarecimiento de aquel luctuoso asunto. Debían ejecutar las primeras diligencias de justificación de la causa, y si fuera necesario, conducir a prisión al sospechoso o sospechosos, y embargar sus bienes.
A las 15 horas de ese día, el improvisado séquito se encontraba alrededor del muerto. A los alcaldes les acompañaban Antonio Ramallo, cirujano del pueblo, para que determinara con su informe inicial, qué le había podido ocurrir a aquel cuerpo ya difunto; el alguacil mayor, Juan Serafín Salvador, como autoridad policial y responsable de la cárcel, y sus subalternos Francisco y José Ramos; José Pichardo y Ramón Ruiz presentes como testigos de aquel trance; …y demás personas que sean necesarias para la práctica de las diligencias, que en semejantes lances suelen ocurrir; y reconocido el cadáver, heridas, armas y alaxas que se encuentren […] se le remueva y conduzca a esta villa. Con ello se procedió al levantamiento del cadáver.
Los presentes no podían dar crédito de lo allí ocurrido, sobre todo observando la extrema violencia con la que el asesino había provocado la muerte a su víctima. El cuerpo se encontraba totalmente desfigurado, y parecía llevar en aquel lugar varios días. Los pájaros habían acabado de destrozar la figura de lo que parecía ser un muchacho de corta edad, pues su ojo izquierdo y el pómulo ya habían servido de festín para éstos.
Sánchez Bejarano comenzó a tomar nota según los dictados de las autoridades, que ya actuaban como jueces. Éstas servirían como diligencias para abrir el proceso penal en la localidad, y para posteriormente elevarlas a instancias judiciales superiores.
La descripción recoge la presencia sin vida de un muchacho de unos doce o catorce años, con pelo corto y color castaño oscuro. De estatura mediana, se le presumía un chaval delgado y enjuto, a pesar de presentar ya su vientre hinchado. Esto, junto a la extrema palidez de su piel y la nariz delgada que se dejaba entrever en un rostro ensangrentado y desfigurado, hacía prever que su muerte se había producido hacía algunos días. Aquel desgraciado se hallaba vestido…con chaleco azul, con golpe de portañuela encarnada, camisa de lienzo casero, calzones y botines negros de frisa, y zapatos nuebos de baca, todo ello al estilo de la villa de Valverde del Camino.
A la espera del detallado informe del cirujano, el primer reconocimiento indicaba que aquel chiquillo presentaba una herida muy grande en la cabeza, donde se apreciaba roto el casco y casi aplastado, lo que sin duda le habría causado la muerte. Al lado del mismo, a pesar del tiempo trascurrido desde su fallecimiento, aún se observaba un charco de sangre.
Según las pesquisas de los expertos, la herida se había realizado con un instrumento contundente,… y como a distancia de vara y media de dicho cadáver se encontró una piedra larga, que por una extremidad hacía figura angular, y por la otra triangular imperfectos. Además, la inspección ocular de aquella sobremesa añadió nuevas pistas al asunto: a unos trece pasos del cuerpo encontraron una casaca negra con las mangas atadas, y junto a ella, una porción de bellotas y un sombrero. Registradas las faldriqueras de los calzones del cadáver, no hallaron nada.
Una vez realizado el reconocimiento y practicadas las diligencias iniciales, levantaron el cadáver y lo condujeron a Zalamea, donde seguiría el proceso judicial para intentar esclarecer lo que allí había ocurrido. El escribano público se llevó además, la piedra, la casaca y el sombrero, como pruebas del delito.
EL INICIO DE LAS PESQUISAS
Una vez recorrida la legua que separaba el Membrillo Alto de Zalamea, los alcaldes ordenaron que el cuerpo fuese llevado a la iglesia del Hospital de la Santa Vera Cruz y Caridad, situado en la plaza pública (importante reseñar, por el dato, que a finales del XVIII la titularidad de dicho hospital lo ostentan, pues, esas dos hermandades). Allí se depositó al muchacho para su reconocimiento. Pero nadie lo identificó.
Pasado el trago de aquella macabra revista para vecinos y transeúntes, el turno fue para Antonio Ramallo, el cirujano titular de Zalamea. El galeno, una vez encomendado a Dios, procedió al análisis forense del cuerpo. En el recuerdo, la misma operación realizada a María Sánchez en 1792, mientras ésta yacía inerte en el suelo de la casa anexa a la ermita de San Vicente. En esta ocasión, también haría la inspección en suelo consagrado.
El finado presentaba…una herida transversal de longitud más de una cuarta con la que hallaba fracturado totalmente el hueso parietal del lado hizquierdo, y la maior parte del coronal que forma la frente, hallándose interesado el hosipital y hundidas las láminas superiores de los tres dichos huesos, sobre las meninges y substancias del cerebro y cerebelo… El informe concluía diciendo que la herida de muerte había sido provocada por un objeto contundente, ya fuera un palo de gran tamaño, o una piedra de similares características. Y que la piedra que habían recogido al lado del cadáver en el lugar del siniestro fue, con toda probabilidad, el arma homicida. Ramallo cerró su declaración aclarando que el golpe fue mortal de necesidad…y se advirtió no bastarían los auxilios del arte, aun cuando hubiera sido llamado inmediatamente que fue herido, porque se hallaban destruidas las alterias seneticas, basos del cerebro y substancia medular…, y que dada la inflamación de su vientre, y el resto de señales sobre su cuerpo, aquel joven llevaba fallecido unos tres días. Y el cirujano no se equivocó ni un ápice. El chico había expirado en la mañana del jueves 22 de octubre de 1795.
Juan Serafín Salvador, alguacil mayor, y los vecinos José Pichardo y Ramón Ruiz, que habían estado en la Cañada Temerosa con la justicia, confirmaron todo lo anterior.
Una vez cerradas las diligencias oportunas sobre esta primera fase del esclarecimiento del asunto, los jueces, dadas las circunstancias de los restos, esto es, el cadáver no había sido reconocido por nadie y, sobre todo, porque ya presentaba, después de tres días muerto, un lamentable estado de conservación, decidieron darle cristiana sepultura.
El cura semanero de turno para aquellos últimos días de octubre era don Manuel Álvaro Prieto y Lobo, que una vez informado por el Concejo, procedió a enterrar el cadáver del muchacho. A las seis y media…de la noche… aquel pobre niño entregó su cuerpo a la tierra, decidiendo el sacerdote que sus restos quedaran inhumados para la eternidad bajo una losa …en la primera sepultura inmediata a la puerta principal de la Iglesia de la villa, junto al umbral.
El domingo, ya entrado en la profunda oscuridad de las tardes de octubre, pospuso las averiguaciones para el día siguiente.
EL INTERROGATORIO
Pero, ¿quién era aquel muchacho que había aparecido asesinado en medio del campo, y que nadie había reconocido? Y lo más importante ¿quién le había arrebatado la vida de esa forma tan cruel?
Al día siguiente del sepelio, los jueces de la causa hicieron llamar uno a uno a varios habitantes del Membrillo Alto, con el objetivo de esclarecer cuanto antes aquel homicidio. Un asesino andaba suelto y la extraña sensación de calma entre los moradores de la aldea hizo sospechar a la autoridad sobre la cercanía del culpable. Durante tres jornadas, entre el 26 y el 28 de aquel mes, se llevó a cabo el interrogatorio.
Los hermanos Díaz, Ana y José, fueron los primeros. Al ser menores de edad, no se les tomó juramento al uso habitual de los mayores, aunque se les advirtió del cumplimiento que debían ejercer ante Dios y ante la Justicia.
La niña dijo a los jueces no conocer al muerto, y menos el asesino. Pero afirmó haber estado presente durante el levantamiento del cadáver realizado el día anterior, y ahí sí que reconoció al sujeto, señalando que era un forastero que había llegado a la aldea unos días antes.
La tarde del día 21 de octubre, una hora antes de ponerse el sol, mientras Ana y su hermano José jugaban al “hoyuelo”, arribó en el Membrillo Alto un muchacho. Dijo llamarse Diego, como su padre, y contó que llevaba varios días de trasiego desde la villa de Aznalcollar, donde su progenitor trabajaba, hasta su pueblo natal, Valverde del Camino. Por mandato de su padre realizaba aquella travesía con la intención de entregar a su madre parte del dinero que éste había ganado en las labores llevadas a cabo en aquella localidad sevillana. Su hermano José corroboró la información, señalando que Diego … le manifestó doce duros que sacó de una bolsa azul hecha como para guardar trastos de candela, y observó el testigo, que entre ellos había uno negro. José indicó a los jueces que había reconocido la casaca y el sombrero que se encontraron junto al cadáver en la Cañada Temerosa, y dijo que le pertenecían al tal Diego, puesto que el muchacho les había dicho que aquellas prendas se las había dado su padre …para que se tapase… durante el trayecto.
El escribano, Sánchez Bejarano, tomaba nota de todo aquello, mientras los jueces seguían con las indagaciones. Y entonces los hermanos ofrecieron un dato muy llamativo al respecto: mientras hablaban con aquel chico, llegó otro vecino de la aldea, Antonio de León, que se incorporó a la conversación. Éste invitó a Diego, antes de que anocheciera, a ir hasta El Pozuelo para pasar allí la noche. Pero el chiquillo le manifestó que en aquella aldea no conocía a nadie, y que si en el Membrillo había quién le admitiese en su casa, allí se quedaría. Antonio de León, en un gesto de solidaridad, le indicó que podía quedarse con él y con su hermano Simeón aquella noche.
A la mañana siguiente, José coincidió de nuevo con Antonio, y le preguntó por su huésped. Éste señaló que habían cenado la noche anterior en su casa, y también habían almorzado juntos esa misma mañana antes de que el chico partiera. Además, Antonio especificó que antes de la marcha de Diego, habían jugado al hoyuelo, y ahí le había ganado …tres cuartos y medio… al muchacho.
La actitud de José inquietaba a los jueces ante la necesidad que presentaba éste de buscar información sobre el paradero de Diego, como si el niño temiera por la integridad de aquel forastero. Tanto es así, que también señaló en su comparecencia que había oído decir a Martín García, otro de los vecinos del Membrillo, que aquella mañana había visto a un muchacho a quién no conocía, cogiendo bellotas en el sitio de Las Lagunillas. José identificó a aquel desconocido con el joven de Valverde, con lo que quedó satisfecha su curiosidad sobre su paradero.
Los jueces no dudaron entonces en buscar a aquellos vecinos cuyos nombres salieron a la luz en la comparecencia de Ana y José.
Martín García fue el siguiente. El aldeano, bajo juramento, señaló que en la mañana del 22, mientras araba junto a Florencio García Barrera en Las Lagunillas, vieron a un muchacho al que no logró reconocer. Pero el tal Florencio le dijo que aquel era el hijo de Diego Domínguez de la Gangosa, que estaba criando cerdos por aquellos campos.
El escribano, por mandato de los jueces, mandó llamar para comparecer a Florencio García, para que corroborara lo indicado por Martín. Así, el labrador dijo que sobre las 11 del día 22 de octubre estaba arando junto a Martín García en Las Lagunillas, lugar no muy distante de la Cañada Temerosa. Allí vio llegar a Antonio León, sobrino de Martín, desde la zona de la cañada. Entonces el tío preguntó al sobrino que a dónde iba, a lo que le respondió que se dirigía a recoger unas …carguillas de leña…, pero como no las encontró, pues se volvía de vacío. Martín le dijo que fuera a su casa y dijera a su esposa, María, que le hiciera un ajo y se lo llevara para comer. Al volver con la comida, Antonio enseñó a su tío …una bolsa azul de frisa a modo como para guardar trastos de encender candela y sacó de ella siete u ocho pesos duros de plata, tres o cuatro pesetas de a cinco reales y algunos quartillos.
El cerco sobre el asesino se iba cerrando. Y parecía tener un cómplice: Martín García había obviado la presencia de su sobrino en el lugar del crimen, e intentó desviar la atención sobre la identidad del muchacho, poniendo en boca de Florencio la idea de que era aquel criador de cerdos. Aquello hizo sospechar sobremanera a Pedro Alonso Castilla y Julián Cornejo. Así que sin dilación mandaron llamar a las últimas personas que habían visto con vida a Diego aquella mañana: los hermanos Antonio y Simeón de León.
El mayor, Antonio, de 15 años, confirmó todo lo que habían señalado Ana y José. Afirmó que estando junto a la víctima en la noche del 21, vio a través de una rotura de la casaca, que el visitante traía algo de pan, señalando a Diego que traía poca cantidad de ese alimento, a lo que el muchacho respondió que no traía más pan, pero sí dinero para comprarlo. Parece ser que el hospedaje iba a tener un precio.
Aquella noche, como ya indicó José Díaz, la pasó con el joven de Valverde y su hermano Simeón, en su casa, donde cenaron y almorzaron a la mañana siguiente. Aquella misma noche, Antonio había ido un rato a casa de su tío Martín García, a contarle lo de los doce duros en la talega azul. Acabó el interrogatorio confirmando que la última vez que vio a Diego fue el día 22 sobre las 8 de la mañana, cuando partió del Membrillo hacia su localidad natal. Desde entonces no supo nada más de él.
Su hermano Simeón, tres años menor que él, corroboró lo concerniente a la visita y pernoctación de Diego en su hogar. Además de decir que Antonio salió a casa de su tío, y que debió tardar el volver, puesto que cuando lo hizo, ya estaban dormidos. También aclaró que no se había enterado del asunto del muerto en la Cañadas Temerosa puesto que había estado guardando cerdos durante todo el domingo, hasta llegar a casa por la noche.
LA DETENCIÓN DEL PRESUNTO ASESINO
A los jueces de la causa les bastaron las declaraciones de estos 6 vecinos para llegar a una conclusión definitiva sobre la identidad del asesino. El testimonio de Florencio García señalando cómo Antonio de León había mostrado a su tío una bolsa azul de frisa llena de monedas fue el indicio definitivo.
El día 28 de octubre, tres días después de hallarse el cuerpo de Diego y 6 después de su muerte, el alcalde y juez Julián Cornejo; el alguacil mayor, Juan Serafín Salvador, junto con su ayudante José Ramos; y el escribano, Manuel Sánchez Bejarano, se dirigieron al Membrillo Alto a prender al presunto asesino. Al llegar a la aldea, comprobaron que éste no se encontraba allí, así que fueron a buscarlo a la Huerta de los Manzanos, de su propiedad, donde lograron detenerlo. Con él ya reo, volvieron a su domicilio para iniciar un registro, y allí encontraron un arca donde había una bolsa corta de lienzo, algo sucia, que se cerraba con una guita. Contenía siete pesos fuertes de plata, uno de ellos muy negro, tal como había descrito por José Díaz.
Antonio de León fue conducido reo a la cárcel del Concejo, anexa al Hospital de la Vera Cruz, donde se había expuesto el cuerpo de su víctima. Allí quedó incomunicado hasta nueva orden. Además, se le embargaron la cuarta parte de la Huerta de los Manzanos; un cercado de pan sembrar…que está en el pago que llaman de abajo…; una vaca y una becerra añoja; una mesa con un cajón, un caldero de azófar, y una sartén. Se nombró depositario de todo al vecino de Zalamea, Juan García Barrera, a la espera de lo que dictase el juez.
Todas las diligencias se trasladaron a los gobernadores y alcaldes del crimen de la Real Audiencia de Sevilla.
LA CONFESIÓN
La justicia comenzó entonces a preparar el enjuiciamiento de aquel lamentable caso.
Al ser el reo menor de 25 años, mandaron se le notificara un procurador que lo asistiera en el caso, con lo que se nombró para ello al vecino Rodrigo Alonso Cornejo. Éste juró defender al menor en la causa haciendo las diligencias judiciales y extrajudiciales necesarias,…y lo que no alcanzare consultará con personas de ciencia y conciencia para que le encaminen en el maior acierto en la defensa del menor.
Presente su defensor, Antonio comenzó diciendo que realmente no sabía por qué estaba preso, aunque imaginaba que era por aquella muerte en la Cañada Temerosa. Se le preguntó sobre qué hizo aquella mañana del jueves 22 de octubre, y si conocía al reo, puesto que algunos vecinos habían afirmado que había pasado la noche en su casa. Y entonces comenzó su confesión inculpatoria: dijo que sabía que Diego tenía doce pesos duros, y que …pensó quitárselos engañado por el demonio, y salió a esperarlo al sitio de la Cañada Temerosa […] le dixo vamos a coger aquí unos mortinillos, con la intención de apartarlo del camino, quitarle el dinero y matarlo. Señaló que una vez allí, y al ver que estaban lo suficiente retirados del camino que le conducía a Valverde, lanzó una piedra a aquel niño, por lo que el crío comenzó a llorar al recibir el impacto.
Pero parece que a su asesino no le bastó con ello, que acto seguido le lanzó una segunda piedra cuyo golpe le hizo caer al suelo. Mientras aquel chico yacía moribundo, Antonio…cogió la casaca que traía aquel y entró la mano en una manga que estaba atada con un hilo de acarreto, y sacó de ella una bolsa azul hecha a manera de yesquero en que hayó doce pesos duros de plata. La mala suerte del pobre chaval se completó cuando su matador comprobó que aún seguía con vida, aunque ya sin habla, por lo que le …arrojó en la cabeza una piedra gruesa, con la que la rompió y quedó muerto.
Una vez consumado el asesinato, mientras volvía a la aldea, encontró en Las Lagunillas a su tío Martín y a Florencio. Al primero mostró la bolsa del dinero de Diego.
Antonio reconoció la piedra con la que había quitado la vida al chico, e hizo lo propio con la bolsa que los justicias habían encontrado en el arca de su casa, aunque reconoció que no era la original que había robado, porque recelaba que alguien la identificara.
Señaló que pronto hizo buena cuenta de los 12 pesos duros que había mangado: gastó 51 reales en una fanega de trigo que compró a Pablo Delgado; 20 reales que le cambió a Bibiana García, del Membrillo Bajo, para para pagar 18 cuartos que debía a Rosa Cornejo por la compra de fruta y verduras de su huerta.; otros 20 en el puesto público del aceite y jabón de esta villa, que está a cargo de José Delgado, donde compró media libra de jabón; otros 20 en la huerta de Alonso Romero, del Montesorromero, a quién compró “…siete libras de higos y dos de tomates y le pagó con un peso fuerte de plata.”; y 55 reales que pagó a Pablo Delgado por una fanega de trigo.
Pero la confesión del reo no satisfizo por completo a los jueces. Antes de enviar toda la documentación a la Real Audiencia de Sevilla, estos querían cerciorarse de que Antonio había actuado solo en su crimen. Y para ello dirigieron sus miradas hacia su tío Martín, cuya actuación en el interrogatorio, y dada la posterior confidencia del culpable, dejaba algunas dudas sobre su intencionalidad en este asunto.
Llamado de nuevo a declarar, Martín García quiso justificar su silencio ante los hechos acaecidos aquel domingo 25 de octubre. Ante la presión de las autoridades, confesó que en la anterior declaración no manifestó la verdad sobre lo que fue preguntado …porque creyó que le era lícito ocultarla a fin de que no se procediese en esta causa contra Antonio León su sobrino, y además no sabe las penas humanas en que incurren los que faltan a la verdad siendo preguntado bajo juramento. Pero que ahora, tras la confesión de Antonio, no le quedaba más remedio que ofrecer la verdadera versión de lo ocurrido:
A primera hora de la noche del miércoles 21, llegó a su casa su sobrino Antonio. Éste le comentó que tenía recogido a un muchacho que se dirigía a Valverde a entregar el dinero de su padre. Y ahí quedó la conversación, hasta que lo volvió a ver al día siguiente en Las Lagunillas. Allí, mientras araba, y cerca del mediodía, vio a su sobrino que volvía de la Cañada Temerosa,…y no sabía de qué puesto que es una zona quebrada. Al preguntar, Antonio dijo venía de arrancar una carguilla de jaras, pero que éstas no le agradaron y volvía de vacío. Entonces le mandó a por la comida, y cuando dejara de llover, le dijo también que llevara algo de heno. Al volver con su esposa y la pitanza, el muchacho les enseñó la bolsa con las monedas. Nunca se preguntó cómo las había adquirido, pero al enterarse de la muerte del muchacho, comenzó a sospechar de él,…que además tenía interés en comprarse dos cerdos pequeños. Así que directamente le preguntó si él había asesinado a aquel muchacho, porque la justicia lo había llamado como testigo. Pero no obtuvo respuesta.
Tras su declaración, se llamó a María Domínguez, su esposa, que corroboró todo lo dicho, añadiendo que el propio Antonio, ya con la bolsa de dinero en la mano, dijo…que le había de comprar una mantilla a la niña, y ella le recriminó que eso llevaba diciéndole todo el año y no la compraba.
El asunto poco a poco se iba haciendo más complejo, por lo que el Concejo de Zalamea tuvo que solicitar asesoramiento legal para el caso, nombrando para ello al licenciado don Francisco González de Haro, abogado de los Reales Consejos y vecino de Sevilla, quién prestó su asistencia.
Lo primero que hizo fue solicitar al Concejo de la villa de Aznalcollar que remitiera al padre de la víctima una misiva donde se narraban los hechos y donde se solicitaba que se personase en Zalamea como acusador. Juan Rodríguez (y no Diego como le habían bautizado los testigos) andaba en aquella villa…arrancando cepas para carbón de humo. Una vez localizado, y puesto en conocimiento de la desgracia, inició su camino hacia Zalamea, donde compareció el 14 de noviembre. Tras llegar y tomar hospedaje, se le llamó a declarar y se le preguntó si iba a ser parte acusadora contra Antonio de León, a lo que respondió que…no tenía que pedir nada porque la justicia obrará como hallare, pero que se le devuelva el dinero requisado, la casaca y el sombrero.
Ante la negativa (o la indolencia) de Juan Rodríguez, las diligencias para iniciar el litigio estaban listas.
EL JUICIO
El proceso se desarrolló en la sala de audiencias de la cárcel del Concejo, situada en la calle de La Plaza. El Cabildo (ante la apatía de Juan Rodríguez) actuó como acusación particular; Rodrigo Alonso Cornejo como curador o defensor del reo; y se nombró al vecino Nicolás Serrano, como Promotor Fiscal.
El 24 de noviembre, el acusado lo confesó de nuevo todo en presencia de su defensor. Y añadió que no solo había enseñado el dinero a los hermanos Díaz y a sus tíos, sino que en un acto de alarde, se lo había mostrado a media aldea del Membrillo Alto, y parte del Membrillo Bajo: a Paula Romero, mujer de Diego León, a quién se lo dio junto a la bolsa azul de frisa cuando volvía de comprar de la huerta de Alonso Romero, por si se lo podía guardar porque tenía la faldriquera rota; también a Diego Díaz y a María León, hija de Juan León, …que estando con José Díaz en la era de “allá atrás” llegó Antonio León echó en el suelo unos pesos, entre los cuales había uno negro; también mostró el dinero a Eulogio Delgado, hijo de Cipriano, aunque éste lo negó; a Josefa Delgado, hija de Ambrosio, que dijo en su declaración que el acusado fue a su casa después de la muerte del muchacho, a hablar con su padre para comprarle unos lechones, y señaló que Antonio León …saco una bolsa de pellejo pero el dinero se le cayó porque tenía rota la faldriquera del pantalón. Y le dijo a Josefa que traía mucho dinero y le había costado mucho ganarlo; y a Florencia García, hija de Lucas, que dijo que estando en la era de allá atrás con José Díaz y María León, llegó el reo y echó al suelo unos 5 pesos duros de plata, con los cuales estuvo jugando a modo de contarlos. Además de a la viuda de Juan Barrera, María Antonia Pérez y a Vicenta Martín; y a María Alonso Romero y María Rodríguez, quién le vendió una cuartilla de miel; y por último, a María Vázquez, que indicó que Antonio … fue a su casa un viernes a preguntar si allí estaba María Antonia, viuda de Juan Barrera, porque le quería pagar la hilanza de una libreta de lana, y oyó cómo se le caía dinero al suelo.
Si en algún momento el asesino quiso conformar alguna coartada, realmente no fue muy sutil generando el crimen perfecto. Así Rodrigo Alonso Cornejo encontró una línea de defensa con cierta consideración: la corta inteligencia del reo.
Ante su doble confesión, el promotor fiscal acusó grave y criminalmente a Antonio de León. El auto era ilustrativo: …hace servir imponer las mayores y más graves penas en que ha incurrido, con aplicación de las personales a su persona y pecuniarias a sus bienes, atendiendo a que se halla convicto y confeso en el homicidio más atroz, premeditado y punible que puede darse, no bastándole para su exculpación la menor edad en que se halla, porque el hecho ha sido con tales circunstancias que acreditan la malicia de su autor, el cual confesó que el Diego Rodríguez llegó a la población y con la propia sencillez de su edad manifestó a dónde iba y lo que llevaba, que desde luego premeditó el quitarle el dinero y para ello matarlo, que se lo llevó a casa aquella noche, salió a la mañana siguiente con él, trató de sacarlo del camino divirtiéndolo con que iban a coger unos mortinillos, y después le tiró las piedras con que le hirió y derribó en el suelo, le quitó el dinero, y pareciéndole que aún vivía, le acabó de rematar, haciéndole pedazos la cabeza.
Tras el auto, el juicio tomó un largo receso que duró poco más de dos meses. Así el 11 de febrero de 1796 el abogado defensor retomó la palabra. Rodrigo Alonso Cornejo estipuló en su auto que la acusación no procedía …y que se ha de servir absolver y dar por libre al dicho menor…, indicando que en el caso de los delitos de dolo ..no son acreedores los inocentes, mentecatos, infantes y otros […] por más que se crean vencidos o confesos. Cornejo tenía muy claro, y así lo expuso ante el tribunal, que la declaración y posterior confesión del acusado era la mejor prueba de la ignorancia e incapacidad de éste, y que mostrarle el dinero robado a todo el mundo era la mejor prueba de que el muchacho era incapaz de sufrir pena alguna, …porque si ha cometido el delito que ha confesado sin que pudiese haber testigos que le vieren o convenciesen apenas es preguntado parece da a entender su falta de juicio y simplicidad.
Los defensa llamó a declarar a una serie de testigos que asintieron sobe la incapacidad intelectual del chico, y cuyas conclusiones quedaron reflejadas en el informe de la defensa: …es un individuo que desde su corta edad ha estado siempre en la sierra y en el monte sin trato y comunicación de gente ni venía a poblado. Vino muy rara vez algún día de fiesta por lo que es sabido y reputado por simple y casi mentecato, por tales términos que se burlaba la gente de él por su ignorancia y sencillez. […] ha sido siempre de buen proceder, sin hacer daño a nadie y muy aplicado en el trabajo en el monte, y no ha cometido nunca excesos ni delitos […] por lo que por la ley no son reos de pena alguna los próximos a la infancia, los mentecatos ebrios y otros […] debiéndose reputar por persona no apta para que se le pueda imponer pena alguna.
Insistió, antes de cerrar su intervención, que la ley indicaba que a los mayores de 10 años, pero menores de 17 y medio, la justicia debía menguar y aminorar la pena ofrecida.
Pero Nicolás Serrano no dejó en su empeño por condenar al imputado, señalando que nada acreditaba que fuera mentecato o inocente, volviendo a confirmar la refinada malicia del reo, premeditando el asesinato con antelación, e indicando que en la primera declaración que realizó el presunto asesino, había ocultado la verdad.
Una vez marcadas las posiciones de la defensa y la acusación, la intervención de Juan Rodríguez, padre del niño asesinado, estampó un punto de inflexión en el desarrollo del juicio. Juan, que ya había mostrado cierta desidia en su anterior intervención, señaló en la sala de audiencias que habían …intervenido varias personas timoratas para que le perdone (al reo), a lo que condesciendo […] otorgo que por lo que a mí me toca, perdono al dicho Antonio de León del delito que contra mí ha cometido y pena en la que por él ha incurrido, y desde ahora para siempre desisto y aparto la acción civil y criminal que tengo y puedo intentar […] y confieso y declaro que hago este perdón por amor a Dios de mi libre voluntad, y no por temor a que no se hará justicia.
Todo quedó listo para sentencia.
LA SENTENCIA
A inicios del mes de abril de 1796, transcurridos casi 6 meses después del asesinato de Diego Rodríguez, el alcalde ordinario de ese año, y juez de la causa, Manuel Carvajal, dictó sentencia según las competencias adquiridas a su cargo. Condenaba a Antonio de León a 8 años de presidio, a pesar de la estrategia llevada a cabo por la defensa, y del perdón ofrecido por el padre de la víctima. Todo ello “…sin quebrantarlo bajo pena de cumplirlos doblados […] y que de incurrir en otro exceso igual se le impondrá la pena ordinaria de muerte”. A su tío, Martín García lo exculpaba de cualquier culpa.
La sentencia fue elevada a los señores regentes y alcaldes del Crimen de la Real Audiencia de Sevilla, donde, una vez leía el acta, tomaron la decisión de modificar el fallo de la justicia ordinaria, y aumentar la pena hasta los 10 años de presidio.
Antonio de León, según los datos recogidos en el Libro de Bautismo número 14 (1775-1785), fol. 105, proporcionados por don Álvaro Manuel Prieto y Lobo, cura tercero y beneficiado de la iglesia de Ntra. Sra. de la Asunción, ingresó en la cárcel de Sevilla el 20 de mayo de 1796, apenas cumplidos los 16 años, por el asesinato del valverdeño Diego Rodríguez, …y que no pueda salir de ella sin la licencia de la Sala.
A Martín García, su tío, por ocultar la verdad, se le impuso una multa aplicada a las penas de cámara de 10 ducados (que abonó el 10 de mayo de dicho año), y un mes de presidio en la cárcel de Zalamea.
Estimamos que Pedro Rodríguez volvió a Aznalcollar o a Valverde con la casaca, el sombrero y el dinero que quedó tras el robo y asesinato, pero sin su hijo. A su asesino, se le perdió la pista entre rejas desde ese mismo 20 de mayo de 1796. Y a Simeón de León, a pesar de la intercesión del alcalde Manuel Carvajal para que no se le despojara de todos los bienes embargados a su hermano, puesto que también eran de su propiedad y por ello, su sustento, quedó en la calle, pobre de solemnidad, y sin más recursos que la mendicidad y la solidaridad de sus vecinos. y
Fuente: AMZ. Leg. 865. Auto de Oficio nº 5. EP. Manuel Sánchez Bejarano. Año 1795.
José Manuel Vázquez Lazo.
Revista de Feria de Zalamea la Real, 2021.
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