sábado, 14 de abril de 2012

En el 75 aniversario de la proclamación de la Segunda República: Huelva 12-14 abril, 1931.




Las elecciones municipales del 12 de abril de 1931 fueron la causa inmediata de la caída del rey Alfonso XIII y de la proclamación de la II República dos días después. El carácter plebiscitario que los resultados tuvieron fue reconocido por el propio Rey. Para ello bastó el conocimiento de estos resultados en las grandes ciudades, donde se podía palpar el verdadero sentir de la opinión pública.
Con esta primera reflexión no queremos sino poner de manifiesto una idea, convertida en lugar común por el conjunto de los historiadores que han trabajado sobre la II República y es que para alcanzar el poder los dirigentes republicanos sólo tuvieron que recoger lo que los propios monárquicos habían abandonado. Y esa recogida del poder la hicieron arropados por una explosión popular de fervor republicano en un día primaveral y festivo.
El advenimiento de la II República española debe entenderse, pues, desde esta perspectiva de la ilusión de una población harta de la política de la Restauración que había ido agudizando un claro divorcio entre los españoles y la monarquía.
Esta idea de la ilusión popular, puesta de manifiesto por el electorado urbano en las elecciones municipales de abril, es fundamental para entender la aparición del nuevo sistema político. Pero esa ilusión encerraba un cúmulo de expectativas, de esperanza de soluciones a problemas que arrastraba España. Sin embargo, desde sus primeras reformas, la República se ganaría el desengaño tanto de aquellos que habrían de considerarlas insuficientes, como por quienes las calificarían de odiosas e insoportables.
En el caso de Huelva Capital, los testimonios periodísticos que nos han quedado de este momento no difieren mucho de los de otras capitales españolas. Se resalta la imposibilidad, por parte de los monárquicos, de “contrarrestar la avalancha de los votantes de izquierda que, indudablemente iban a los colegios electorales acuciados por un mayor entusiasmo”. Las votaciones habían transcurrido dentro del mayor orden, sin que se registrara ningún incidente. En el Diario de Huelva (14 de abril de 1931), nada sospechoso de tendencia republicana, se afirmaba que “podemos decir que pocas veces han discurrido unas elecciones con tanta serenidad como las del domingo pasado”. Con fecha de 12 de abril el Gobernador Militar de Huelva, Manuel Nieves, se dirigía a la Capitanía General con sede en Sevilla informando que las elecciones en Huelva transcurrían “con toda normalidad” y “sin síntomas de revuelta alguna”.  Y no sólo no se minimizaba el alcance de la victoria republicana, sino que, en el mismo periódico, se afirmaba que “es tanto más importante cuanto que, ciertamente, no se esperaba que alcanzase tal magnitud”. Y a ese triunfo había contribuido el ambiente antimonárquico que se respiraba en Huelva.
Al igual que en el resto de España, en Huelva no se dudaba del carácter plebiscitario que estas elecciones municipales iban a tener. Desde todos los ámbitos políticos  se sabía que se jugaba mucho más que la sustitución de concejales en los Ayuntamientos, vaticinándose un cambio más profundo que podría afectar a la permanencia de la institución monárquica. Y no era una cuestión baladí, la monarquía era el único sistema político que conocían la mayoría de los españoles.
Un total de 62 candidatos aspiraban a cubrir los 33 puestos de concejales que correspondían al Ayuntamiento de la capital.
Con un 61,3 % de participación, no podía cuestionarse la victoria de la alianza republicano-socialista con 23 concejales de 33. En segundo lugar, aparecían los constitucionalistas (coalición de los seguidores de Burgos y Mazo y Marchena Colombo) que obtendrían 7 puestos y por último los monárquicos 3 concejalías. El Bloque Constitucionalista lograría llevar al Ayuntamiento a su jefe provincial, Pedro Garrido Perelló, por apenas 40 votos, y el último alcalde monárquico, Quintero Báez, sería el único concejal dinástico por el distrito de La Concepción.
En todos los distritos de la capital, la mayoría fue siempre para la conjunción republicano-socialista y esta mayoría de 23 concejales se repartió así: los republicanos radicales se llevaron 10 concejalías (Abelardo Romero Claret, Carlos Oliveira Chardenal, Enrique Bueno Cruz, Federico Romero Pring, José Barrigón Fornieles, José Ortiz Infante, José Toscano Pérez, Luis Cordero Bel, Arcadio Aragón Gómez y José Vidosa Calvo); los socialistas 9 (Amós Sabrás Gurrea, Nicolás Robles Gómez, Pedro Cerrejón Sánchez, Antonio Pousa Camba, José Rodríguez Alfonso, José Gómez Roldán, Manuel del Pino López, Luis Aranaga Santiuste y Pedro de los Reyes Durán); los federales 2 (Galo Vázquez Romero y Rafael Sánchez Díaz) y como republicanos independientes otros 2 (Pedro Borrero Limón y Salvador Moreno Marques). Esta primera candidatura para las municipales del 12 de abril se habría hecho, pues, con un amplio abanico que recogía prácticamente todo el republicanismo de la capital.
El día 13 a las nueve de la mañana se había producido un triste suceso: una manifestación de trabajadores de la Compañía Río Tinto recorría el centro de Huelva pidiendo a la clase trabajadora que se sumaran a ellos. Sin que haya sido nunca suficientemente aclarado, en la Placeta hubo una carga de la Guardia Civil, a consecuencia de la cual falleció, al ser trasladado al hospital, Francisco Boza García de 16 años de edad. Este acontecimiento condicionaría las celebraciones que posteriormente habrían de realizarse.
Esperanza y orden eran los mensajes que trasmitían socialistas y republicanos a la ciudadanía. Entre las cuatro y las cinco de la tarde del día 14 de abril, el socialista Ramón González Peña, presidente del importante Sindicato Minero, recibiendo instrucciones de Madrid, instó al gobernador monárquico, Sr. Arellano, a entregar el mando. El gobernador pidió un tiempo para ponerse en contacto con el Ministerio de Gobernación y el nuevo Ministro de Gobernación del gobierno provisional, Miguel Maura, le comunicó la proclamación de la República. Sin más, se levantó acta de la transmisión de poderes y González Peña asumió la presidencia del Gobierno civil notificando a los alcaldes y a los comandantes de la guardia civil que acataran el nuevo régimen e izaran la bandera tricolor en los ayuntamientos.
A partir de este momento se desbordó la euforia republicana en la capital. Poco antes, en el Ayuntamiento habían coincidido la comitiva fúnebre que portaba los restos del joven Boza García con una manifestación republicana y éstos últimos sustituyeron la bandera monárquica, que cubría el ataúd, por una tricolor. En su recorrido por la calle Concepción y al pasar frente al Casino, salió de allí un disparo contra la bandera republicana. Saliéndose de la manifestación un grupo de personas entró en el casino destrozando el mobiliario y de allí se trasladaron a la casa del exdiputado monárquico José Tejero al extenderse el rumor de que había sido el autor de ese tiro, apedreando su casa y destrozando cristales y puerta. Posteriormente se invitaría públicamente a declarar por este suceso y como consecuencia de las versiones de “señores pertenecientes a distinto carácter político”, el Comisario de Vigilancia comunicaría al Gobernador que unánimemente se negaba que ni José Tejero, ni nadie, disparase arma alguna al paso de la manifestación. (La Provincia 28 de abril de 1931).

Pese a todo lo anterior, la cabeza de la manifestación no había tenido conocimiento de ese suceso y conviene subrayar que esta apreciación no pasaría desapercibida para una prensa que hasta hacía bien poco había apoyado a la monarquía y alertado contra los peligros de la II República. Siguiendo por la calle Concepción, la manifestación se detuvo ante el Gobierno civil y, en ese momento, entre los manifestantes, a la alegría por la proclamación de la República se superpuso la indignación por la muerte del joven de la que se hacía responsable al gobernador civil saliente. Por el balcón central del Gobierno Civil se arrojaron a la calle los retratos de Alfonso XIII, Alfonso XII,  Martínez Anido y Primo de Rivera.
En ese momento, cuatro políticos, que acabarían formando parte de la nómina de los personajes importantes de la República en Huelva, se dirigieron a los ciudadanos: el nuevo gobernador, el socialista Ramón González Peña; el también socialista y catedrático de la Escuela Normal, Florentino Martínez Torner; el periodista republicano José Ponce Bernal y quien sería elegido primer alcalde republicano de la capital, el catedrático socialista Amós Sabrás Gurrea. Se pidió calma, afirmando Ponce Bernal que "la República y la Revolución no eran una furia desgreñada y espantosa que mataba por placer y destruía por sistema, sino una matrona simpática de viril porte que hacía su aparición en las grandes crisis de la historia para elevar a los pueblos al imperio de la justicia". Ponce Bernal y Martínez Torner se dirigieron, seguidos por los manifestantes, a la prisión provincial, a liberar a los presos políticos. Fue el primer acto de la proclamación de la República en Huelva.
La esperanza y el deseo de cambio de las estructuras sociales, económicas y políticas auspiciada por el cambio de régimen y potenciadas con profundo énfasis en la esfera urbana de nuestro país,  bien se reprodujeron,  quizás con mayor dificultad, y quizás por ello con mayor anhelo, en el ámbito de la España rural, diezmada ideológicamente desde hacía décadas por la intolerancia y la manipulación corrupta llevada a cabo por el sistema caciquil. Esto nos lleva a la conclusión de que en  la gran mayoría de nuestros pueblos, dichos procesos de búsqueda de igualdad y justicia no pasaron desapercibidos entre sus habitantes, y muchas veces fueron el motor del cambio de la España tradicional (inmersa en el juego canovista de las redes clientelares) hacia la España moderna y democrática que les ofrecía la Segunda República. A pesar de la gran influencia que el caciquismo ejercía aún durante la década de los años treinta en estas zonas, sus habitantes fueron capaces, en muchas ocasiones, de sobreponerse a caciques y terratenientes, pasando a ser directos beneficiarios de la democracia republicana.
Estas fechas, el 75 aniversario de la proclamación de la República en España, deben servirnos para algo más que para recordar el relato de los acontecimientos. Es nuestra intención contribuir a resaltar la legitimidad histórica de aquel sistema, el primero democrático en España.
Si la República se implantó en España en un ambiente festivo, tranquilo y pacífico fue en parte debido al amplio rechazo social de los españoles hacia la monarquía. Con Alfonso XIII, el sistema parlamentario había sido incapaz de devenir en un sistema democrático. Prueba de ello fue la proclamación anticonstitucional de una dictadura, la de Primo de Rivera, consentida por la Corona.
Nunca cinco años significaron tanto. La Monarquía había dejado grandes contradicciones sin resolver, se hacía urgente dar salida a los nacionalismos periféricos, modernizar un ejército en exceso protagonista de nuestra historia devolviendo el poder de las instituciones del Estado a los civiles, llevar a cabo la separación entre la Iglesia católica y el Estado, mejorar el sistema educativo y muy especialmente para Andalucía abordar el problema social que se concretaba fundamentalmente en el tema agrario.
Controvertidos pueden ser los análisis sobre lo acertado de las soluciones propuestas, pero no se puede dudar que, al menos durante el primer bienio, republicanos y socialistas se arremangaron desde los gobiernos presididos por Azaña para hacer frente a tanto problema desde una política reformista. Con ambición, coraje y entrega una generación de españoles creyó en el futuro.
A veces, en nuestros días, nos parece que la responsabilidad histórica de quienes impidieron la continuidad de la democracia republicana no es suficientemente valorada en su gravedad. Lo que siguió, una triste y larga guerra fratricida y una más larga dictadura, a parte de segar democracia y libertades, diezmaron a nuestro país con la depuración de sus mejores hombres y mujeres. No obstante, los valores que ellos defendieron están presentes en una parte importante de nuestra sociedad: una España moderna, laica, culta, igualitaria y democrática. Quienes apostamos por esta esperanza deberíamos hoy sentirnos herederos de quienes pacífica y alegremente, con su voto, proclamaron la II República española hoy hace 75 años.

José Manuel Vázquez Lazo
Cristóbal García García
Diario Odiel. Abril de 2006

No hay comentarios:

Publicar un comentario