miércoles, 9 de mayo de 2012

¡Prohibidos los penitentes de sangre!


Archiconocida por todos es la aparición a finales del XVI de la Hermandad que dio origen a la Semana Santa de Zalamea la Real. 1580 es pues, el punto de partida del trasiego cofrade de la sociedad zalameña, cuando la Hermandad de la Santa Vera Cruz viera la luz bajo la aprobación de sus reglas por parte del arzobispo hispalense, Cristóbal de Rojas y Sandoval. Gracias a decenas de artículos y a la existencia de una trascripción de las mismas reglas (la original –junto con otros muchos documentos de enorme trascendencia para la historia de la localidad- están triste e incomprensiblemente en manos de particulares) sabemos cuál era su funcionalidad dentro del mundo piadoso de la Zalamea de la Edad Moderna: a destacar, el culto a la Santa Vera Cruz, el cuidado de pobres y transeúntes, y la atención a los difuntos en los entierros. De todos sus actos religiosos, el central era una procesión en la madrugada del Viernes Santo, donde desfilaba un crucifijo portado por un sacerdote y custodiado por seis cofrades con hachas y camisas negras. Le seguía una imagen de la Virgen vestida de luto custodiada por otros seis cofrades. Delante de la procesión iba un hermano con una seña negra con cruz colorada. La  comitiva iba acompañada por una trompeta que iría tañendo de dolor durante las cinco estaciones que realizaba la hermandad. El piadoso séquito se completaba con dos tipos de cofrades que acompañaban en procesión a las imágenes de culto: los Hermanos de Luz y los Hermanos de Sangre. Los primeros iban vestidos de lienzo negro, cordón de San Francisco y escudo de la Santa Vera Cruz, e irían alumbrando a los hermanos disciplinantes; éstos,  los segundos “ ...obligados a hacer general disciplina a la ora que saliese la procesión del jueves santo en la noche [...] y que no han de dejar de hacer disciplina salvo por vejez o enfermedad...”  iban vestidos con atuendos blancos, cordón de San Francisco, escudo y alpargatas.

La disciplina, el dolor y el sufrimiento, la mortificación del cuerpo, el padecimiento casi místico de estos disciplinantes, en definitiva,  la muestra sangrienta de la expiación de los pecados hacían de estos hermanos de sangre una reminiscencia más de las doctrinas emanadas del Concilio tridentino, que potenciaron la penitencia pública como muestra fehaciente de la fe católica. Durante más de dos siglos, la sangría en la oscuridad de la madrugada zalameña hacía de la procesión de la Santa Vera Cruz uno de los momentos de mayor recogimiento, contemplación y meditación sobre el tormento y la aflicción de Jesús el Nazareno en su Pasión. Eso sí, con algunos límites, puesto que las disciplinas que llevaban dichos hermanos  previamente habían sido inspeccionadas por los miembros del cabildo que prohibían bajo pena de multa aquellas que sacara mucha sangre “...lo cual lo hacen por ostentación y ad lauden populi...” generalmente bolas de cera con trozos de vidrio incrustados. Al final del desfile procesional se disponía de vino para que los Hermanos de Luz sanaran las heridas de los Hermanos de Sangre. Pero todo ello iba a encontrar su fin al concluir la Edad Moderna.

La España del XVIII, el siglo de la razón, el Siglo de las Luces, el siglo de la Ilustración, se encontraría en su segunda mitad bajo la autoridad del monarca más brillante de la centuria: Carlos III. Tanto él como sus gobernantes fueron grandes reformistas en todos los ámbitos de la vida española. Y la religión no iba a quedar al margen.  A pesar de ser un hombre sumamente religioso, hizo gala de las políticas regalistas de la época, y no dudó en llevar a cabo un férreo control de la Iglesia española frente a Roma (nombrando a la Jerarquía eclesiástica afín a sus intereses, por ejemplo). Pero el rey fue más allá, y trató de modificar en cierto grado aspectos puramente espirituales que tradicionalmente habían caracterizado a la piadosa sociedad española. Es por ello que no dudó en suprimir muchos de estos hábitos seculares, que fueron tachados de supersticiosos, como algunas romerías, las danzas tradicionales del Corpus Christi y, algo que realmente nos interesa para este artículo, la salida de los disciplinantes en las cofradías de Semana Santa. El espectáculo sangriento de estos hermanos penitentes parece ser que había ido mucho más allá de la piedad. El pensador sevillano José María Blanco White (debido en gran medida a la repugnancia que profesaba por el fanatismo católico) describía tan luctuoso espectáculo haciendo referencia a la Semana Santa hispalense indicando que “...antes de incorporarse a la procesión se herían y se azotaban unos a otros hasta que la sangre corriera sobre sus hábitos [...] la vanidad se sentía halagada por el aplauso con que el público premiaba la flagelación más sangrienta, una pasión aún más fuerte buscaba impresionar irresistiblemente a las robustas beldades de las clases humildes...” Y tildaba a la flagelación  como “...la más absurda y repugnante de las prácticas católicas”.

A través de una Real Cédula fechada el 20 de febrero de 1777 el monarca prohibió este tipo de actuaciones públicas. La génesis de dicha restricción la había planteado el Obispo de Plasencia a la Corona en el mes de noviembre de 1776, cuando denunciaba “...el abuso introducido en todo el Reyno [...]de haver Penitentes de Sangre o Disciplinantes, y Empalados en las Procesiones de Semana Santa, en las de la Cruz de Mayo, y en algunas otras de Rogativas, sirviendo sólo en lugar de edificación y de compunción, de desprecio para los prudentes, de diversión y gritería para los muchachos, y de asombro, confusión y miedo para los Niños y Mugeres; á lo qual, y otros fines más perjudiciales suelen dirigirse los que la hacen, y no al buen egemplo, y a la expiación de sus pecados.." El monarca y su Consejo, una vez estudiado el asunto, mandaron a las autoridades civiles y eclesiásticas de todo el reino “...no permitáis Disciplinantes, Empalados, ni otros espectáculos semejantes, que no sirven de edificación y pueden servir a la indecencia y el desorden de las procesiones de Semana Santa... debiendo los que tuvieren verdadero espíritu de compunción y penitencia elegir otras más racionales, secretas y menos expuestas".

La orden llegó a Zalamea el 25 de marzo de 1777, entregada al Concejo por Juan de Soto, siendo alcalde ordinario Miguel Macedonio Ruiz. Estaba fechada el día 20 de marzo e iba firmada por el Escribano mayor de Gobierno, Joseph de Anaya.  Días antes, el 17 del mismo mes, el arzobispo de Sevilla, el cardenal Francisco Javier Delgado (reformista y amigo del rey) ordenaba “santa obediencia” a lo estipulado por Carlos III. El Viernes Santo de ese año se celebro el día 28 de marzo, tres días después del conocimiento por parte de las autoridades zalameñas del contenido de la Real Cédula, por lo que presumiblemente esa Semana Santa los hermanos de sangre en Zalamea ya no pudieron hacer exposición pública de la disciplina marcada en las reglas. Teniendo en cuenta el análisis de la documentación existente, y a la espera de poder acceder a más documentación, podemos concluir que 1776 sería el último año en el que la madrugá de Zalamea se enalteció con el sangriento esperpento manifestado por la actuación de los hermanos de sangre.  Pero no por ello la madrugada del Viernes Santo perdió su esplendor.

José Manuel Vázquez Lazo.
Boletín Hermandad de Penitencia de Zalamea la Real. Año 2012.

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