Aquel mes de enero de 1706, a
Pedro Romero, vecino y morador de Campofrío, aldea por aquel entonces de la
villa de Aracena, le importaba poco que borbónicos y austracistas siguieran
dándose de hostias por la Corona. A él, sinceramente, como a la gran mayoría de
los vecinos y vecinas de estos este lugar, lo que realmente les preocupaba era
seguir llevándose a la boca algo de comer. Y para ello, Pedro se ganaba la vida
como tratante de ganado de cerda, comprando para unos y vendiendo para otros
este preciado animal de nuestra tierra.
El 12 de enero se le encomendó la
tarea de comprar lechones para dos hacendados de Aracena, Esteban Sánchez y Jerónimo
Pérez, por lo que salió de su casa en Campofrío para dirigirse a la aldea
zalameña de El Ermitaño, donde sabía que tenía vendedores a quién comprar. Su
mujer, María García, ya no lo volvería a ver con vida nunca más.
Por aquel entonces, José Lorenzo
había sido elegido alcalde ordinario de Zalamea hacía pocos días, en el cambio
de anualidad, como era costumbre. Aún no se había asentado en su nuevo cargo, cuando
fue reclamado en una de sus aldeas, como juez, para dilucidar qué había pasado en
el camino real que unía Zalamea con Aracena. El día 14, a las 10 de la mañana,
uno de los eclesiásticos confesores de la villa dio la noticia de que…cerca del puerto que llaman de la Higueruela,
término y jurisdicción de esta villa, inmediato a la aldea que llaman El
Ermitaño, también jurisdicción de esta villa, el día de ayer trece del
corriente, siendo como media hora después que se acostumbra a tocar el Ave
María, habían muerto a un hombre que no se sabía quién es, de dónde ni cómo se
llama... Así que en poco menos de media hora, el alcalde, junto a Juan
Lorenzo Márquez, escribano del cabildo, y los regidores José Ruiz y Bartolomé
de Lara salieron en sus cabalgaduras hacia Los Ermitaños para aclarar qué había
ocurrido con tan nefasto episodio.
Estando en el Camino Real, ya
próximos a la aldea de destino, les salieron a la trocha dos hombres: Alonso
Martín Rincón, vecino de la Higuera de
Aracena; y Juan López, de Los Ermitaños, con clara intención de contar a
las autoridades qué había ocurrido, …y en
secreto dijeron a su merced que era cierto estaba un hombre muerto allí cerca,
y que por los indicios que su merced después verá, quien cometió el homicidio
fue un hombre que está en dicha aldea, con unos borricos y que es molinero…Así,
quizás pecando de inexperiencia como juez en estas complejas lides, abusando de
autoridad, o deseando acabar cuanto antes con aquel asunto, el alcalde no dudó
en dirigirse a aquella aldea y detener a Miguel García, incluso antes de
comprobar si realmente había un muerto en alguna parte de aquellos contornos. Y
ese fue el paso siguiente.
Estando en el campo, …en una cañada que está antes de llegar al
puerto que llaman de la Higueruela, como a distancia de seis varas del Camino
Real que va desde la aldea de Los Ermitaños para Campofrío, Aracena y otras
partes, se descubrió tendido en el suelo, boca abajo, un cadáver al parecer
muerto, y reconociendo el sitio por mandado de su merced el señor juez, como a
distancia de diez varas del dicho cadáver, y cuatro del dicho camino real, se
halló un rosario de diferentes géneros de cuentas, engastado en un torzal de
hilo, con una medalla de metal redonda de la advocación de San Pedro y San
Pablo; y a ocho varas de distancia con
poca diferencia del referido cadáver, y dos del sitio donde se halló el
rosario, y vara y media del dicho camino, se halló un sombrero vasto viejo, sin
cinta; y reconociendo más por menos el sitio en el que se halló el rosario, se
reconoció un poco de monte brezo y tomillo destrozado […] como si el dicho
cadáver hubiera caído allí, pero no se halló sangre ni otra señal.
El escribano iba tomando nota de
todo lo que allí se estaba viendo, para las futuras diligencias judiciales:
aquel cuerpo pertenecía a un hombre de poco más de 28 años, de tez blanquecina,
barba y pelo corto de color negro,
vestido…con una casaca de paño
pardo bien tratado, calzones de lo mismo, polainas del mismo paño, aunque
viejas, y zapatos de vaca de una costura, armado de lienzo común blanco, y
calcetas del mismo lienzo, y atadas las polainas a las piernas en vez de ligas
con unos cordones hechos de pelo de persona… y con las faldriqueras del
pantalón vacías. Presentaba, como indicio indudable de su expiración, un balazo
por la espalda, y una serie de golpes en la cabeza y rostro que impedían determinar
quién era; y que con toda probabilidad habían desangrado a aquel desgraciado.
Aunque al estar el cuerpo depositado sobre un pequeño arroyo, la corriente de
agua había limpiado cualquier resto de sangre.
Entre todos llevaron al cadáver a
la aldea de Los Ermitaños y el alcalde, juez en estos casos, comenzó con el
interrogatorio ese mismo jueves 14 de enero. Tomó juramento bajo la señal de la
santa cruz a Juan López, que les había salido al paso aquella mañana; Juan
Domínguez, Miguel Moreno y a su mujer, Catalina Hernández; y a Bartolomé
Martín, que prometieron decir la verdad.
El primero señaló que el día
anterior, día 13, …a la hora que se
acostumbra a tocar Ave María…, cuando venía de rozar, y a la altura del
Puerto de la Higueruela, oyó un disparo de lo que creía era una escopeta, y
unas voces que le alertaron de que allí ocurría algo anormal. Fue entonces
cuando subió un pequeño repecho hasta oír con mayor nitidez los gritos de
desesperación de un hombre que indicaba…Miguel,
ta Miguel, perro, que me matas, por amor de Dios, ta Miguel, ta hombre… Y
aquello le hizo huir despavorido pensando que estaban matando a alguien. Al
llegar a Los Ermitaños contó lo ocurrido y reunió a una decena de hombres para
salir al campo a comprobar sus temores. Pero llegados al lugar de los hechos,
allí no había indicios de nada.
Al día siguiente, aquella misma
mañana del día 14, los mismos diez volvieron a peinar la zona y encontraron,
ahora sí, a un hombre muerto al que Juan López había identificado como Pedro
Romero, vecino de Aracena y morador en la aldea de Campofrío. Visto esto, no
dudó en salir al paso de la autoridad y acusar sin ningún tapujo al ya preso
Miguel García, puesto que era conocido del muerto.
Preguntado por el juez sobre el
convencimiento de que había sido tal Miguel y no otro, Juan López respondió
que…no hay otro más que Miguel Moreno,
pero que este cuanto el testigo vino a dar la noticia, estaba en su casa y lo
cual no podía ser si fuera el matador por haber sucedido todo en breves
distancia de tiempo… Además, afirmó que José Domínguez había visto al reo
la mañana del 13 sin sus habituales borricos de carga y que iba armado con una
escopeta. Y para más certezas, dijo al señor juez que sabía por medio de otros
vecinos, que el muerto venía a la aldea a comprar lechones, y por ello con gran
cantidad de dinero en sus alforjas, y que sabiendo que el preso Miguel García,… andaba con hombres de mala vida fama y
costumbres y que es muy aficionado a jugar… Todo indicaba, a su juicio, que
había robado y matado a Pedro Romero,… y
hasta las mujeres de la dicha aldea han atribuido este delito al dicho Miguel
García.
El segundo en testificar fue José
Domínguez. Señaló que el día anterior, estando en el Puerto de la Majada, se encontró
con el acusado, Miguel García…solo y sin
borrico alguno, con la escopeta y frascos como no acostumbraba a venir, y que
sería como a los 9 de la mañana cuando le preguntó de dónde venía, y respondió
que venía desde Cezimbre…Sin dar más importancia al hecho, fue a recoger
leña. Pero al llegar a la aldea, oyó todo lo que comentaba Juan López, por lo
que se unió al grupo de hombres que salió al campo, a pesar de hacer muy mala
noche, corroborando todo lo contado por el anterior.
Pero añadió un nuevo elemento a
la indagación; según había oído, el mismo Miguel García había preguntado en la
aldea si Pedro Romero habría de ir por allí a comprar lechones, y el vecino
Miguel Moreno le respondió que sí, que habría de ir la noche del día 13 a por
el ganado para llevarlo a Aracena,…y
traía más de cien pesos escudos en oro y plata… Con todo, se unió a la
coartada que libraba a Miguel Moreno de cualquier género de dudas sobre su
inocencia, diciendo que éste había estado junto a él en Los Ermitaños el
momento del asesinato.
Miguel Moreno, tercer testigo,
confirmó que el cadáver pertenecía a Pedro Romero, con el que trataba de
ordinario la compraventa de cerdos para sus clientes de Aracena. De hecho, él
mismo había estado presente cuando los aracenenses Esteban Sánchez y Jerónimo
Pérez entregaron a Pedro 112 pesos. A la vuelta de Aracena, Pedro se quedó a
pasar la noche en su casa de Campofrío y él volvió a Los Ermitaños para
preparar los cerdos que debía venderle al día siguiente. Ratificó además el
interés mostrado por Miguel García cuando le preguntó a él mismo sobre el
dinero que podría tener Pedro Romero para la trata de ganado, indicando que su
propio padre le quería vender tres lechones más. Con todo, corroboró, junto a
su esposa, Catalina Hernández (que lo acompañó a testificar) lo indicado por
los dos testigos anteriores.
El último testigo de estas
primeras pesquisas fue Bartolomé Martín. Contó que el mismo día trece, después
de rozar, supo que su amigo Alonso Martín Rincón, de la Higuera de Aracena, se encontraba en casa de Miguel Martín y quiso
ir a verlo y echar un rato de conversación. Estando los tres en la cocina del
tal Miguel, llegó su propio hijo, de apenas seis años, y arrimándose a él le
dijo que en el Puerto de la Higueruela estaban matando a un hombre. Y del
resto, pues lo conocido.
Acabado el interrogatorio, acabó
también la jornada.
Al día siguiente, 15 de enero,
los justicias se dirigieron a Campofrío, a casa del difunto. Allí preguntaron a
María García, su mujer, cómo iba Pedro vestido, a lo que ella les describió sus
ropajes, el uso del rosario y la medalla de San Pedro y San Pablo. Fue entonces
cuando narraron a aquella joven criatura lo ocurrido, y la acompañaron a
reconocer el cadáver, del que al verlo, y a pesar de tener el rostro
desfigurado, no tuvo dudas de que era Pedro Romero, su marido.
El alcalde, José Lorenzo, y los
regidores José Ruiz y Bartolomé de Lara, a tenor de las pesquisas que habían
realizado, no tenían ya la menor duda de quienes eran los actores principales
de aquel caso. Aquel mismo viernes 15 de enero, después de haber despedido a la
desconsolada viuda, fueron a las casas del vecino de Los Ermitaños, Esteban
López, donde se encontraba arrestado Miguel García. Y se le hizo confesar,
después de registrarle los bolsillos, donde encontraron una hachuela de hierro,
dos balas de escopeta y doce reales de vellón.
Este declaró que en la mañana del
día 13, al salir el sol, partió desde su lugar de residencia, el molino de los
Chaparrales, en el Río Tinto, cargado con su escopeta y los consiguientes
frascos llenos de pólvora, … y fue a La
Solana del Castillo Bajo, y de allí al Escorial por encima de la fuente que
llaman Cagaca, y al verdinal del Barranco del Lobo […] y por detrás del Campo
Cullera, y bajando a la fuente de allí poco a ésta, a donde estuvo en
diferentes casas; y después el arroyo
seguido abajo hasta llegar a su molino, que es el dicho de Los Chaparrales.…
Al llegar a su propiedad, sobre las 12 del mediodía, se asó unos torreznos y
partió hacia la Aldea de Riotinto. En
ella estuvo jugando a los naipes en casa de Jacinto Díaz, con el sacristán y
otros vecinos. Al terminar, volvió a su molino cuando ya apenas quedaba una
hora de sol,…a donde estuvo un breve
rato, y luego tomó la escopeta y se fue a esperar un conejo al Hoyo que llaman
del Quebrantahuesos. Y no volvió hasta media hora después de haber anochecido.
Una vez tomada la declaración, se
le llevó a ver el cadáver, y confirmó que eran los despojos del tal Pedro, a
quién dijo conocer por tratar con él.
Ese mismo día, el alcalde
encomendó al regidor José Ruiz que acompañase al reo y al cadáver hasta
Zalamea, mientras él y el escribano irían a reconocer el molino de Los
Chaparrales. El cuerpo del difunto, que ya llevaba dos días muerto,…se puso sobre dos colchas en una mula
cubriéndolo con una manta de lona blanca…, y tomaron el camino de vuelta a
la villa.
Mientras, en el molino, las
autoridades encontraron a Juan García y María Romera, padres del sospechoso, a
los que también interrogaron. El primero indicó que…la noche en que sucedió la muerte de Pedro Romero y el siguiente,
estuvo en la villa de Zalamea la Real haciendo justo repartimiento, como su
merced le consta, respecto de lo cual no ha sabido cosa alguna hasta anoche
catorce del corriente, que habiendo venido supo cómo estaba preso el dicho su
hijo, y que no sabe si su hijo ha cometido ese asesinato… Su madre
corroboró lo contado por su propio hijo en la declaración de éste. El alcalde
inspeccionó el molino, donde encontró… en
un aposento que está al lado izquierdo, un cuchillo grande de una tercia y más
de largo, escondido entre la ropa de una cama…, que tomó como prueba y se
llevó a Zalamea, donde volvieron tras el reconocimiento.
Ahí ya había llegado el regidor
José Ruiz con el reo y el cadáver, que esperó a la rápida llegada del alcalde
para determinar qué hacer. Éste ordenó al alguacil mayor, Juan Moreno, que
llevara a Miguel García a la cárcel pública y… se le pusieran dos pares de grillos, remachando las chapetas y
cerrando con puerta de hierro. Llevaron la escopeta y demás pruebas a la
sala capitular del Cabildo, e hizo lo propio con el cadáver, depositándolo… en el hospital que llaman de la caridad (ya
hemos hablado en otras ocasiones sobre las disputas entre las cofradías de la
Vera Cruz y la Santa Caridad por el control del Hospital de Santa María de
Augusta. Y en esta ocasión se le cita de esta manera). Allí, Alonso Pérez
Moreno, maestro cirujano de la villa, reconoció el cuerpo, indicando que … el difunto recibió una herida circular por
el omóplato de la parte derecha y penetró por la cavidad del pecho, la cavidad
vital, y otra en el cuello por la parte
baja, cercana a la clavícula de dicha parte, la primera al parecer hecha con
instrumento de pólvora; la segunda del cuello, al parecer hecha con instrumento
cortante; y otros heridas en el rostro y cabeza, con el dicho instrumento
cortante.
El alcalde tenía empeño en cerrar
aquel asunto con la mayor premura posible, y las diligencias se sucedieron
entonces: se tomaron declaraciones a varios vecinos de Campofrío, que habían
sido citados en Zalamea (Martín Esteban, Pedro Martín y Diego Domínguez), que
describieron al difunto como un hombre quieto y muy pacífico.
Al día siguiente, el 16, se instó
al preso Miguel García realizar una segunda declaración: reiteró todo lo
narrado anteriormente, aunque añadiendo algún dato más, como que…
el día 13, siendo ya claro el día al amanecer, salió de las casas de Jacinto
Díaz, morador en la aldea de Río Tinto, donde había dormido aquella noche, y
fue al molino que llaman de los chaparrales donde reside su padre. Y allí
estuvo un breve rato. Y de allí salió por la zona del Castillo Viejo, y de allí
fue a el Hoyo de Valdelimones, y de allí al Escorial, y por el lado de mano
izquierda de la fuente que llaman Cagara viniendo de Riotinto a esta villa, y
pasó al verdinal del Barranco del Lobo, y a los Casarejos, y por el atajo y el
camino de Cezimbre por el lado de las cercas del Ermitaño, hasta dar en la
aldea a donde estuvo y habló con diferentes sujetos de ella, y con Miguel
Moreno a quien preguntó por Pedro Romero.
El día 20 se formalizó el juicio:
José Lorenzo como juez; Juan Lorenzo como escribano; y el licenciado Esteban
Márquez, abogado de la Real Audiencia de Sevilla, como fiscal. Miguel carecía a
estas alturas de un abogado defensor, lo que era totalmente irregular en un
proceso de este tipo. Y ese mismo día, Miguel confesó, porque…siendo como católico cristiano no quiere que
indebidamente otros padezcan por delitos que el confesante ha cometido y así los
declara.
Contó al fiscal, bajo la atenta
mirada del juez, que era soltero, arriero acarreando trigo para el molino de su
padre, en Los Chaparrales, morador en la Aldea de Riotinto, y que tenía 25 años… cumplidos por San Miguel del año pasado. Dijo
que en la mañana del día 13, hizo todo lo que dijo en su declaración anterior.
Y que por la tarde, lo mismo, … pero que
ahora de nuevo, conociendo el grave delito que comete el que no diga de verdad, añadió que …habiendo salido del molino a tirar, como tiene de claro como con una
hora de sol, andando en los montes cerca del Corral del Toro le vino a la
memoria lo que tiene declarado haber preguntado a Miguel Moreno la mañana del
dicho día, y pasó a esperar a Pedro Romero con el ánimo de quitarle el dinero
que traía, y la vida.
De este modo se dirigió al sitio
que llaman El Parral, y subió al Puerto que llaman de la Higueruela. Y entrando
en el camino real,… se fue el camino
adelante a poco rato como tres tiros de piedra en contra del dicho Pedro
Romero, a quien le dijo que venían unos soldados allí detrás, con el ánimo de
que el dicho Pedro Romero se entrase en el monte, y esperase que fuésemos tarde
para que no ser sentido en la ejecución de lo que intentaba. El pobre Pedro, pasado un rato, y al ver que
no venían soldados, le dijo que podían seguir la vereda, y así llegaron hasta a
un regajo que está cerca del Puerto de la Higueruela. Entonces, con la escopeta
cargada,… levantó el gato sin que lo
sintiese el dicho Pedro Romero, le apuntó al pescuezo, disparó el tiro y le dio
la munición al Pedro Romero. Y este
le dijo “ah perro que me has venido a matar”, al tiempo que se levantaba del
suelo.
Pedro se defendió tirándole
piedras, y Miguel respondió del mismo modo. Estuvieron un rato apedreándose,
hasta que el confesante alcanzó a los pies de Pedro y lo hizo caer … y viéndole caído tomó la escopeta por el
cañón y le dio diferentes golpes quedando Pedro Romero como marcado con lo que
el confesante se retiró a breve distancia, y mirando hacia el muerto le vio por
estar de espaldas a abrir los ojos, y temiéndose quedarse vivo y le
descubriese, bajó a levantar unas piedras y a pedradas le hizo que volviese a
caer donde fue hallado; y bregando con él, sacó una navaja y le dio diferentes
golpes hacia la garganta.
El ensañamiento también era
evidente tras la confesión.
Tras el asesinato, Miguel recogió
unas alforjas viejas donde estaba el dinero. Y se lo llevó a esconderlo en dos
sitios diferentes: una parte lo llevó al molino de Los Chaparrales, metió las
monedas en una liara de pitón de vaca y la escondió bajo unas boñigas secas, al
lado de un montículo de piedras. La segunda partida, cerca de la huerta que
llaman de La Romera…entre un verdinal que
está de la corriente del agua para arriba, debajo de una abulaga, con una
piedra por delante, en una bolsa de cuero colorada y un garniel de presa negro.
Ese mismo día, fueron al molino, el
alcalde, el escribano, el fiscal y el alguacil mayor a corroborar lo señalado
por el reo. Reconocieron unas boñigas de vaca secas que estaban en un rincón de
aquel recinto y hallaron…una liara de
asta de toro, al parecer con tapadores de corcho, y en la puerta más ancha,
debajo del tapador, unos papeles para que apretase, y tenía dentro diferentes
monedas de oro y plata, cantidad de veinte pesos escudos, menos nueve reales, y
así mismo un cuarto de calderilla. Luego fueron a la Huerta de La Romera, y
miraron el sitio indicado,…y se halló un
garniel de pieza de vaca, al parecer negro, y una bolsa pequeña de badana
encarnada, atada con un pedazo de cordón de seda encarnada, las cuales tenían
dentro sesenta y un pesos escudos, y diecinueve reales, en diferentes monedas
de oro y plata y algún vellón. En total, algo más de 81 pesos de los 100
que presumiblemente había robado. El resto nunca apareció.
El fiscal formalizó entonces la
acusación de homicidio y robo contra Miguel García.
Unos días más tarde, el 12 de
febrero, a Juan Bernal de Francisco Delgado, vecino de Zalamea y procurador del
número de ella, fue nombrado defensor de Miguel García. Y aunque las pesquisas
dejaban claro el desarrollo del delito, conformó su defensa como era a derecho.
Para ello incorporó a la causa las declaraciones de Juan García, padre del reo,
y de otros vecinos de la Aldea de Riotinto, como Juan Díaz, Juan Domínguez,
José Domínguez y Juan Navarro.
Su padre indicó que Miguel era
hombre de bien, quieto y pacífico. Los demás lo corroboraron, señalando que
eran cristianos viejos, que habían sido familia sin maltratos, y que incluso el
hermano de Juan era muy respetado en aquellos contornos, puesto que era alférez
de Su Majestad. Pero sí que resaltaban el gusto por el juego de naipes de
Miguel, lo que a veces le hacía gastar parte del caudal de su padre.
Bernal presentó entonces el
informe de la defensa, donde solicitaba la absolución completa del reo, dándole
por libre y sin costa alguna pro el proceso judicial que se había llevado a
cabo. Defendía que… no hay testigo que
viene ni oyere a mi parte en el puerto de la Higueruela que fue donde dieron
muerte al dicho Romero, ni en todo el día 13 por la tarde le vieron pasar por
aquel sitio, ni que fue la hora y día que le mataron y robaron. Y que … la presunción de Juan López y los demás
moradores de los ermitaños se reducen solo en que mi parte se llama Miguel, y
era conocido del muerto, como si esta misma presunción no se verificara en
otros muchos de este nombre, en la aldea de Campofrío y ventas, donde era
vecino el muerto, y en otras muchas aldeas y montes que hay en el sitio donde
se halló el muerto, y que siendo como era muy conocido y amigo del difunto,
como costa de los mismos testigos y la viuda, que aseguraba que era molinero de
su casa, pues no es de creer que un amigo con quien tenía comunicación le
quitase la vida y la razón de amistad.
Denunciaba por último que el
acusado había realizado la confesión después de llevar mucho tiempo en la
cárcel, cansado casi sin comida y agua
Pero su tesis se derrumbó el 24 de abril, cunado Miguel García, preguntado
de nuevo por el juez, volvió a ratificar su confesión, donde aseguraba era el
culpable del robo y asesinato de Pedro Romero.
El juicio quedó visto para
sentencia.
El 13 de agosto, en la ciudad de
Granada, y en su Real Chancillería, se dictaba sentencia contra Miguel García por haber dado muerte alevosa a Pedro
Romero. El reo era condenado a muerte…para
cuia ejecución sea sacado de dicha cárcel en una bestia de albarda, con soga a
la garganta, aprisionado de pies y manos, con voz de pregonero que manifestase
su delito, y sea llevado por las calles acostumbradas al sitio donde estuviere
prevenida la orca para el suplicio, de
la cual fuere colgado por el pescuezo y ahorcado hasta que muriere naturalmente,
donde esté bien a vista de todos el tiempo acostumbrado para escarmiento de
otros… Debía además, devolver lo restante de la cantidad robada y el pago
de las costas judiciales.
Mientras Miguel permanecía
pendido de la soga por el pescuezo, se pregonó…en altas e inteligibles voces por boca de Bartolomé de Lara, pregonero
del Concejo de esta villa, que ninguna persona sea osada de quitar la horca
donde está el dicho Miguel García sin horden ni licencia de su merced, José
Lorenzo, alcalde hordinario y de la justicia de esta villa bajo pena de la vida
y traidor al Rey Nuestro Señor.