Al filo de las 8 de la noche del domingo 22 de abril
de 1792, Alonso García, santero de la Ermita de San Vicente, se presentaba
extasiado y sin aliento ante los alcaldes ordinarios de Zalamea, a saber, José
Martín Zarza y José Sánchez Bejarano. Los dos regidores, siguiendo el protocolo
propio de la justica local, buscaron con diligencia al escribano público Miguel
Bernal de Contreras, para abrir con premura el auto de oficio que aclarase de
alguna manera lo que el ermitaño había venido a señalar con su profundo sofoco.
El cuidador de la
Ermita de San Vicente,…distante de esta población como a dos tiros de
bala a corta diferencia y en el campo…, contó a los alcaldes y al escribano
cómo estando en su casa aneja a la propia ermita, mientras cenaba con su mujer,
la pobre María Sánchez, se presentaron dos individuos, escopetas en mano, y sin
mediar palabra alguna, comenzaron a disparar sus armas contra los propios
ermitaños. María cayó al suelo, de espaldas, por el impacto del proyectil,
causándole la muerte. Su marido, aprovechando la mala puntería (para con él) de
los dos escopeteros, pudo huir de la minúscula salita, escapar campo a través
hasta llegar al pueblo, y denunciar los hechos ante las autoridades locales.
Abiertas las diligencias del luctuoso caso, allá que
bajaron hasta la ermita, con el interés de sacar alguna conclusión que pudiera
dar con los asesinos de la ermitaña, los citados alcaldes, como administradores
de justicia; un confesor, por si había tiempo aún de salvar el alma de María;
el cirujano Don Antonio Ramallo, que se encargaría de completar el informe con
el análisis forense del cuerpo de la víctima; y gente de auxilio que fueron
prevenidas de armas… por lo que allí se pudieran encontrar. Junto a ellos, Bernal de Contreras con sus
bártulos para tomar nota de todo lo que allí aconteciera, y una serie de
vecinos que sin armas para su defensa, sin capacidad para administrar la
extremaunción, sin conocimientos médicos para valorar las causas de la muerte,
sin bártulos para escribir, y sin ser cargos electos del Concejo, llegaron para
alcahuetear como buen hijo de vecino.
Allí estaba la desdichada María,…en el cuarto de
la habitación del santero, cuia puerta sale al campo, caída en el suelo de
espaldas, vestida según que diariamente lo estaba. Presentaba, según el
reconocimiento de Ramallo, un tiro a quemarropa, a la altura del estómago…pues
todo este lo tenía negro de la pólvora…, con una enorme boca provocada por
la entrada de la bala,…que le causó tanto estrago como el haberle quitado la
vida….El cadáver, postrado en el solar en la casa del ermitaño, aún seguía
caliente, con la boca abierta y una pequeña mancha de sangre a su vera, mientras los allí convocados llevaban a cabo
sus diferentes quehaceres. La luz del habitáculo aún seguía encendida, y todo
en su sitio, señal que indicaba que los asaltantes no habían ampliado su lista
de delitos más allá del asesinato.
Los alcaldes, mientras el cirujano hacía su trabajo, mandaron con diligencia a los armados entrar
en la propia ermita, para comprobar si había alguien allí, y hacer extensivo el
peinado de reconocimiento por los campos colindantes: el ruedo del propio
edificio, las paredes de los pagos y cercados de la zona, o la calleja que iba
a la Huerta de Santiago. Pero a pesar de la diligencia con la que se realizó la
batida, no se encontró a nadie.
El informe que Don Antonio Ramallo, cirujano Titular
de Zalamea hizo bajo juramento a Dios Nuestro Señor y por la Señal de la Santa
Cruz, indicaba que María ya se encontraba cadáver cuando llegaron al lugar, y
no era de extrañar teniendo en cuenta las características de la herida de bala…que
se hallaba ocupando la boca superior del estómago, contigua a la ternilla mucronata,
hecha al parecer con escopeta arcabuz. La marca de la herida, la ropa
abrasada y los fragmentos de pólvora sobre la circunferencia de la propia
herida no dejaban lugar a dudas. El socorro de la medicina, en este caso,
hubiera sido en balde.
Pero el galeno hubo de poner en práctica con
celeridad sus dotes profesionales por una causa aún mayor. María Sánchez se
encontraba embarazada de cinco meses en el momento de su asesinato, y Ramallo
no dudó en ejercer la cirugía para hacerle una cesárea al cadáver de la extinta
madre,…extraer el embrión y ver si podía alcanzar agua. Y en efecto,
vivo estaba, aunque con una herida cuya magnitud era comparable a …una
peseta de cinco reale. Entonces la
celeridad se expandió al confesor, que en casos extremos era el que, cuando no
se podía salvar ya el cuerpo, estaba en la obligación de salvar el alma. El
clérigo…echó promptamente el agua con las ceremonias que en los casos de
necesidad están prevenidas y mandadas… y aquella esperpéntica estampa
propia de las extremidades del siglo XVIII llegó a su fin.
Aquella noche del 22 de abril de 1792 el cuerpo
inerte de María, al ser notoria su suma pobreza…y por razón de ella vivía
con su marido en este despoblado… se llevó al pueblo para ser velado …en
el Hospital de la Santa Misericordia, donde
estuvo acompañado toda la noche por la mayoría de los vecinos del lugar, que
desfilaron por la capilla ardiente atraídos por la pena, el dolor, el morbo y
la curiosidad.
El cuerpo vivo de Alonso García, el santero de San
Vicente, dio con sus huesos en la cárcel del Concejo, al convertirse en el
principal sospechoso ante la ausencia de otros culpables. Allí, mientras
velaban a su esposa, los alcaldes ordinarios, administradores de justicia,
comenzaron el interrogatorio: que dijera realmente cómo sucedió la muerte, los
posibles motivos y antecedentes que pudieran haber llevado a aquel desenlace;
cuántos eran los delincuentes y si los había reconocido; si sabía sus nombres y
vecindad.; y todo aquello que pudiera esclarecer los hechos.
El santero, bajo juramento, comenzó a describir lo
ocurrido aquella noche, mientras cenaba junto a su esposa. La declaración
habría nuevos detalles. Alonso había mandado a su mujer levantarse de la mesa
para ir a cerrar la puerta de la calle, puesto que ya era tarde y vivir en
aquel descampado no era del todo seguro. Desde el exterior llegaron los
disparos, el impacto sobre el cuerpo de María, el desvanecimiento de ésta, y el
intento de huida del aterrado santero. El ermitaño se levantó para cerrar la puerta,
viendo a dos hombres que lo encañonaban mientras uno gritaba al otro,…acábalo
de matar. Pero asiendo uno de los cañones de los escopeteros, lo pudo
esquivar y salir corriendo. Uno de aquellos dos delincuentes le siguió hasta la…Capilla
del Santo Sepulcro, que está a la mediación del camino, mientras el otro le
gritaba al compañero que lo siguiera en su huida.
Alonso García
indicó que aquellos dos escopeteros no llevaban caballerías ni capas,…pero
sus vestidos eran de paño y pardos, y que ambos portaban sombrero. Además
de ello, se aventuró a decir que los delincuentes eran desertores,…pues sus
ropas se parecían a las de los portugueses.Y que no podían ser de Zalamea
pues nunca había tenido quimera con ningún otro vecino.
Pero sí recordó un detalle que su mujer le había
contado días antes. El mismo viernes día 20, dos días antes de la muerte de
María, aprovechando que el mismo declarante estaba ausente,…se dejó ver en
los poios del portal de la hermita un señor envuelto en una capa. María
corrió a cerrar la puerta del hogar, a lo que el individuo se le acercó y
comenzó a insultarla por el tiempo de dos horas, tratándola de indignan…y
diciéndole que los demonios se la habían de llevar aquella misma noche. La ermitaña no reconoció al asaltante, que no llevó
su irá más allá del insulto.
Los interrogadores no quedaron
satisfechos con la declaración, pues mantuvieron a Alonso García aquella noche
en la cárcel,…sin haver tocado antes en sitio sagrado ni lugar inmune,
bajo vigilancia del Alguacil Mayor Manuel González Luis. Antes, el ermitaño
hubo de entregar a las autoridades las llaves de la ermita y del cuarto
habitación contigua.
La actividad pesquisidora de aquella noche se
completó con una intensa ronda por la localidad llevada a cabo por las autoridades
del Concejo y aquellos vecinos que desde hacía horas se habían unido a la
empresa para dilucidar los hechos. La falta de indicios en el lugar llevó a los
alcaldes ordinarios a enviar requisitorias a los pueblos que eran raya con
Portugal, con la descripción de los presuntos asesinos. Y dada la magnitud del
caso, con la elevación al Gobernador y
Alcalde del Crimen de la Real Audiencia de Sevilla de lo allí acontecido.
El día 23 de abril, se llevó a cabo la sepultura de
María Sánchez. El cura semanero, Juan Domingo López, celebró el sepelio en la
iglesia de la villa, a donde mismo se enterró, amortajado con el mismo vestido
con el que cenaba la noche anterior,…en una sepultura que está en la segunda
padronera entrando por la puerta principal al lado de la mano derecha, de
manera que la dicha puerta al abrirla y al cerrarla corre por encima de la
dicha sepultura.
La noticia del asesinato corrió como la pólvora
entre los moradores del término zalameño, y con ella, el temor ante la evasión
de los dos presuntos asesinos de la ermitaña. A poco que los cometarios
comenzaron a extenderse, algunos vecinos de la comarca llegaron ante los jueces
para dar testimonio de lo oído. El primero, el día 24, fue Gonzalo Linares.
Este joven mozo dijo que tras haber ido a comprar leche a la cabreriza de Blas Vázquez, en el Monte del Campillo,
frente a la Huerta del Padre Zarza, encontró un gran revuelo de personas
hablando de lo ocurrido. Al poco de estar allí llegó, Constanza Vázquez, la hija del mismo Blas Rodríguez, desde el
Monte del Campillo diciendo que sus moradores estaban muy alterados, puesto que
la tarde del domingo 22 de abril, dos hombres …moradores en el Monte que llaman
de Las Ventas…, de la jurisdicción de Campofrío, llegaron diciendo que les
dieren dos escopetas, puesto que iban a matar a Alonso García, santero de la
Ermita de San Vicente. Éste se había presentado el día 21 en la casa de uno de
ellos a pedir limosna para el santo, como era costumbre, mientras se celebraba el sepelio de un
párvulo, y mientras se velaba al niño pequeño, aprovechó para robar 280 reales
en pesos duros de plata y alguna que otra morcilla. Y aquello, dada las
circunstancias, hizo entrar en cólera a los campurrianos.
Otro testigo, Rosa Sevillano, en la misma cabreriza,
dijo que había escuchado a una tal Josefa Rodríguez, del Monte del Campillo,
decir que aquellos hombres armados habían vuelto a pasar por la aldea, diciendo que habían dado muerte a la mujer del
santero, y que habían seguido a éste hasta la capilla del Santa Sepulcro de
Zalamea.
Pero la declaración más definitoria la dio Manuela
Vázquez, mujer de Juan Alberto, vecinos del Monte del Campillo. Indicó que
estando enferma el mismo domingo de autos, su hermana Juana le había ido a
visitar. Allí le contó que dos hombres habían estado en la aldea: uno llamado
Vicente Martín, morador en el Monte de la Majada o Ventas de Abajo, próximo a
Las Ventas, natural del mismo Monte del Campillo; que vino acompañado de otro,
de la misma Venta, armado y con la intención de buscar a Alonso García para
solventar un robo de dinero. Allí fueron a casa de Juan Domínguez a solicitar
le entregaran otra escopeta.
Otros vecinos vieron como el tal Vicente, al que
reconocieron sin dudarlo puesto que era natural de la propia aldea, salía de ella…por
el callejón que nombran del Pozo, acompañado de otro hombre con una manta
al hombro, al que algunos declararon conocer como Santiago Martín, uno de los
regidores del Concejo de Campofrío. Ambos iban armados. Y los testigos, inocentes, pensaron que iban a correr jabatos con otros
vecinos del Monte de Traslasierra por el lugar de Las Cañadas. La justicia los
declaró en busca y captura y ordenó que se le embargasen todos sus bienes. La
descripción de alguno de los testigos fue detallada.
Ni en el Cerro, ni en Calañas, ni en Cabezas Rubias,
ni en Santa Bárbara, ni en Cortegana, ni en Almonaster, ni en Jabugo, ni en
Galaroza, ni en ni en todo el término de
Zalamea se halló ninguna pista sobre los presuntos criminales. Pero
identificados éstos, las autoridades no tardaron en comenzar el embargo de
todas sus propiedades, hasta que se esclarecieran los hechos. Las siguientes
damnificadas por este proceso, las esposas de Vicente y Santiago, es decir,
Antonia Charneco y Gregoria Miguel, respectivamente. Ninguna de las dos supo (o
quiso) decir dónde se encontraban sus maridos desde el día 22 de abril. Y eso
afianzó las sospechas sobre los dos acusados.
Mientras tanto, el santero, cuyas sospechas
iniciales de asesinato había conseguido solventar, se encontró con un nuevo
escollo judicial. El Concejo de Campofrío requería al de Zalamea con la orden
de entregar al mismo Alonso García por el robo del dinero y las morcillas en
casa de Santiago Martín. La Real Audiencia de Sevilla decretó que a los autos
sobre el asesinato de María Sánchez se uniera el robo perpetrado por Alonso
García.
Éste fue llamado a declarar sobre lo ocurrido. Y
dijo que sí era verdad que había salido a pedir limosna para el Santo días
antes del asesinato (y el robo), pero que había ido a Alájar, y que de vuelta
por Aracena, en la tarde del día 20 de abril, se encontró con dos pastores
cerca de Campofrío, con quienes pasó la noche. A la mañana siguiente, y tras
las indicaciones de los cabreros, tomó el camino más corto hacia Zalamea. En el
camino dijo encontrarse con…dos soldados al parecer desertores pues tenían
vestido del Rey encarnado y su capotillo azul, bayoneta y cartuchera, pero
ningún fusil, quienes con la vista del declarante comenzaron a hablar en
catalán. Éstos le invitaron a acercarse con ellos a las Casas de la Majada.
Allí, en una calleja, los soldados indicaron alermitaño que se quedara
vigilando las puertas de una de las casas, que por allí ya habían entrado el
año pasado y no habría problemas, mientras le amenazaban con buscarle más tarde
y darle su merecido si no accedía a lo que le solicitaban. Poco después, los milicianos salieron por el
tejado de una de las casas con una bolsa de dinero, varias piezas de chacina,
alguna hogaza de pan, y unos zapatos de
mujer totalmente nuevos. Ellos continuaron su camino hacia el norte, y él hacia
Zalamea, cargado con algunas piezas ofrecidas por los soldados ladrones, además
de los citados zapatos.
La cuestión es que como no hallaron rastro de
aquellos soldados desertores que hablaban en catalán, sobre Alonso García
cayeron todas las sospechas del hurto y a él le endilgaron la larga lista de
efectos sustraídos en casa de Santiago Martín, a saber: los 280 reales en pesos
duros de plata, más medio peso duro y una moneda de dos reales; dos panes, dos
ciegos de entrañas, algunos chorizos, dos morcillas, un poco de tocino en
pedazos unos zapatos de mujer nuevos y estampados, un peine blanco de hueso
nuevo al que le faltaba una púa, un bollo de chocolate, un cordón de color
blanco, verde, amarillo y encarnado.
La vía del hurto abrió una nueva investigación, y
tras una profunda inspección de la pequeña casa de los ermitaños se hallaron
los dos zapatos, dos ciegos de entrañas y algunas piezas de tocino, pero ni
rastro del dinero. Así el Concejo de Zalamea hubo de solicitar al Priorato de
Ermitas del Arzobispado sevillano el permiso para buscar en la Ermita de San
Vicente los elementos robados. Los alcaldes, como jueces ordinarios de la
causa, el vicario de la villa, José Felipe Serrano (recordemos fue el que
respondió al cuestionario del geógrafo Tomás López), y el mayordomo de San
Vicente Mártir, Felipe Sánchez Bejarano, fueron los encargados del registro de
la propia ermita. Pero allí no se halló nada.
Y para colmo de males, después de más de mes y medio
recluido en la cárcel mientras se dilucidaba el auto criminal, el médico
titular de Zalamea, Lázaro José Vázquez, llamó la atención a las autoridades
cuando detectó disentería en el reo debido a las condiciones de humedad del
presidio, además de melancolía (o lo que es lo mismo, un cuadro depresivo
agudo). El galeno indicaba que Alonso presentaba… un color pálido cetrino,
cutix frío, pulso anacroto y obstruidas quasi todas las entradas del vientre
inferior, lo que se ha seguido de malas digestiones y corrupción de los jugos
mal cocidos. Entre lavativa y lavativa, el médico alertó a las autoridades
de las malas condiciones de salud del santero.
El día 10 de junio de 1792, Don Lázaro José Vázquez
visitó a eso de las 6 de la mañana al reo, donde lo halló con calentura muy
alta y la lengua inflamada. A las 10 volvió y encontró a Alonso fuera de
sentido, convulsionando, los ojos blancos y el semblante propio de un cadáver.
Acto seguido indicó a las autoridades que administraran al desdichado ermitaño
un caldo, y de paso, los sacramentos.
Con la parca en el umbral de la cárcel, Alonso
García solicito mandar llamar a una parienta de su difunta mujer, la vecina
María Sánchez, esposa de Juan Fernando Linares, para contarle sus desdichas
antes de emprender su último viaje. Y ello dio pie a que las mismas
autoridades, acabada la confesión del moribundo, llamara a declarar a la propia
María. Ésta informó que Alonso había confesado que en la ermita tenía escondida
una bolsa con dinero, pero no más de seis pesos. Pero no le indicó el lugar
exacto del escondite. Dicho esto, las autoridades, el vicario y la parienta de
la difunta bajaron de nuevo a la ermita para realizar una segunda inspección.
Miraron con detenimiento la zona baja del retablo, donde había varios huecos,
para lo que usaron de las habilidades de un muchacho dado que solo a alguien de
corta edad le cabía el brazo en aquellas oquedades; y a falta de éxito,
subieron a lo alto del retablo para seguir con la búsqueda, pero con el mismo
resultado. Nada.
A las 3 de la tarde del 13 de junio, Alonso García, ermitaño de la Ermita de San
Vicente Mártir, fallecía en la cárcel de Zalamea después de dos meses de
penurias, de haber enviudado violentamente, haber perdido a su hijo
nonato, y de haber sido acusado de robo
por el Concejo de Campofrío. Fue sepultado con la mortaja de su propio vestido,…en
una sepultura que es la que está en la pared de dicha iglesia y la única que
hay sin padronera entre la puerta principal y el altar de la Virgen Santísima
de los Dolores, por encima de la qual sepultura se acostumbra poner en dicha
pared el Simpecado del Rosario de noche. Al entierro asistieron muchos
vecinos.
El auto abierto por el escribano público de
Campofrío, Antonio Arcadio, para clarificar el tema del robo contenía la
declaración de varios vecinos de las Casas de la Majada (Ventas de Abajo) y de
aquellos pastores con los que Alonso García había pasado la noche. Éstos habían
descrito los rasgos físicos del ermitaño, así como la ropa que llevaba puesta
mientras les acompañó aquella noche. Y la descripción coincidió plenamente con
algunos declarantes que decían haber visto a un hombre en el tejado de la casas
de Santiago Martín.
La confesión de Gregoria Miguel, mujer de éste
último, ofrecía una nueva versión de los hechos: parece ser que en la mañana
del día 22 de abril, Santiago, su
marido, acompañado de Vicente Martín, emprendió camino a Zalamea a denunciar
ante sus Justicias los hechos del hurto. Pero en la noche de ese mismo día, su
marido volvió alterado a casa,…tan asustado que parecía difunto. Contó
que camino de Zalamea decidieron no dar parte a la justicia y sí tomársela por
su cuenta intentando asustar al presunto ladrón, y con ello recuperar los
enseres robados. Al llegar a la ermita,
la vieron cerrada, y esperaron a los santeros escondidos en un cercado.
Llegados Alonso García y María Sánchez, entraron en su casa, momento en el que
los justicieros se acercaron a la puerta, con las escopetas bajo el brazo, y
saludaron a los del interior. Los ermitaños salieron y cada uno asió el cañón
la escopeta de su oponente, con la mala fortuna de que con la que forcejeaba
María se disparó fortuitamente. Alonso huyó, y los escopeteros, en vez de
perseguirlo huyeron despavoridos a las Casas de la Majada. Una vez allí, contaron
a sus familias lo ocurrido y decidieron huir a Portugal.
A final del mismo mes de junio, cuando se habían
realizado varios llamamientos a entregarse por parte de los pregoneros de las
villas de Zalamea y Campofrío, Vicente y Santiago Martín fueron declarados en
rebeldía, y con ello, fueron sentenciados a 8 años de presidio y al pago de las
costas del proceso: 1.248 reales por parte de Santiago Martín, y 220 por
Vicente Martín. El dinero fue abonado por sus esposas.
José Manuel Vázquez Lazo.