El 26 de noviembre de 1937,
después de que enfermara de gravedad el día 12 del mismo mes, fallecía en
Zalamea el sacerdote Francisco Castellano Rodríguez. Por su lecho de la casa
parroquial de la calle Castillo desfilaron, según algunas crónicas, la mayoría
de los hombres de la localidad. Parece ser que éstos, aunque generalmente no
muy dados a cumplir con los servicios religiosos, sí que quisieron manifestar
su último adiós al sacerdote, que en palabras de muchos, quisieron agradecer “su
gran amor a Zalamea”.
Natural de Sanlúcar de Barrameda,
había cumplido con su ministerio en la localidad durante 50 años, casi la
totalidad de su vida eclesiástica. La longevidad en el cargo había creado un
vínculo necesario entre el propio sacerdote y su feligresía, convirtiéndose en
un vecino de derecho más, y completando así esa estrecha relación entre vecinos
propia de los que conviven el día a día.
Pero sus últimos años hubo de
sufrir los delirios de la ambición de otro miembro de la Santa Iglesia. Pocos
años antes de su fallecimiento, José María Arroyo Cera había sido nombrado
párroco de la aldea de El Villar y coadjutor de la de Zalamea. Muy beligerante
hacia las autoridades civiles durante la etapa republicana, José María Arroyo
no dudó en extender su beligerancia hacia el párroco titular de la localidad.
Así, Francisco Castellano fue denunciado en varias ocasiones ante el mismo
Arzobispado por Arroyo, y por varios motivos.
Un ejemplo, de los muchos que
tenemos documentados, lo desarrollamos a continuación: “con gran pena tomo la
pluma para comunicar a Vuestra Excelencia
Reverendísima el último desacato grave de las leyes de la Iglesia del Sr.
Párroco de esta, D. Francisco Castellano…” Arroyo Cera realizaba un informe
pormenorizado sobre lo que él consideraba un nuevo atropello de Castellano a la
Iglesia: el viejo sacerdote había querido dar una sepultura cristiana a un
señor que días antes se había suicidado arrojándose a un pozo (mantenemos el
anonimato del finado por respeto). Francisco Castellanos, que como decimos ya
había consolidado una estrecha vecindad con los zalameños después de cinco
décadas en la villa, había querido dar una digna sepultura religiosa al
fallecido, al que conocía como vecino de la villa que era. Pero a José María Arroyo
este hecho le había soliviantado hasta tal punto que no dudó en interrogar al
médico forense y a parte de la familia de aquel señor para comprobar si éste
padecía algún tipo de enajenación mental que excusara el entierro católico.
El informe, no exento de rabia
por parte del coadjutor, indicaba que el fenecido tenía una hija sin bautizar y
estaba separado de su mujer, lo que unido al suicidio voluntario (y sin mediar
ninguna enfermedad mental) le hacía indigno de ser enterrado en lugar sagrado. Acusaba además de al sacerdote titular, al
Medico Manuel Molina Lancha (nuestro anterior personaje de esta “Historia a
Color”) de no tener conciencia científica en su empleo y de emitir los informes
que el propio Castellano le solicitaba. Molina Lancha sí había determinado la
enajenación mental de aquel hombre, lo que dejaba vía libre al enterramiento
católico del pobre fallecido. Arroyo acusaba que la gran amistad que
mantenían Francisco Castellanos y Molina
Lancha había hecho que el doctor emitiera un informe favorable para excusar al sacerdote.
Con ello, Molina Lancha también se había
ganado un gran enemigo en la localidad que condicionaría su futuro (como ya
hemos comprobado).
Otras muchas fueron las denuncias
(no tener el archivo parroquial al día, obviar ciertos quehaceres en el rito,…)
que fueron enviadas una y otra vez a la sede arzobispal hispalense, hasta el
fallecimiento del sacerdote sanluqueño.
A los 75 años fallecía Francisco
Castellano (según el certificado de defunción, por una insuficiencia cardiaca),
a las 6 de la mañana de ese 26 de noviembre de 1937. “El entierro fue
solemnísimo, presidido por el Sr. Arcipreste D. Jesús Mora y por todos los
sacerdotes de los pueblos limítrofes. Cerró el comercio, establecimientos,
escuelas y talleres” indican las crónicas.
José María Arroyo, su coadjutor,
pasaba a sacerdote titular de la villa de Zalamea, después de haber intentado
terminar con la carrera de su predecesor desde que llegó al lugar. José María
Arroyo Cera fue conocido como “El Breva”, de doloroso recuerdo para muchos
zalameños.
José Manuel Vázquez Lazo