La historia de la
medicina, o en este caso, el de la farmacología, es tan apasionante como la de
otros ámbitos de nuestra sociedad. Más aún si entre sus postulados iniciales,
al método científico unimos ciertos elementos esotéricos y fantásticos, propios
de la alquimia o la nigromancia. Y es que algunos de elementos de la
quintaesencia alquímica perduraron en el tiempo, al menos hasta bien entrado el
siglo XIX.
Sabemos que desde el
siglo XVI a lo que hoy conocemos como Farmacia, ya se denominaba Botica. Aunque no es menos cierto que
esa denominación (también botiga) se usaba de forma general para otro tipo de negocios.
No obstante, centrándonos en el tipo de productos que ahora nos conciernen, las
boticas aglutinaban en sus estanterías hierbas medicinales, remedios naturales
y productos químicos para hacer frente a todo tipo de enfermedades, para la
elaboración de productos cosméticos, para embalsamar, para curtir el cuero
(proceso muy arraigado en la Zalamea de antaño), para teñir, e incluso
mercadeaban con elementos de aderezo para la cocina del momento. De ahí el
dicho popular “haber de todo como en botica”.
Acerquémonos pues a
una de las boticas asentadas en Zalamea en el siglo XVIII para observar qué
había de puertas para adentro. La distribución habitual contaba con tres
habitaciones: la primera, con los vistosos anaqueles cargados de botes de vidrio
opaco o traslucido, tarros y frascos, era
donde se atendía al público. De ahí se pasaba a la rebotica, donde se almacenaban los productos que más adelante
veremos; y por último el obrador, donde Pedro Borrego, boticario del lugar,
realizaba sus preparados haciendo uso de las redomas, tamices, escofinas,
granatarios, pesos de onzas, morteros de mármol, espátulas, almireces, alambiques,
martillo y balanzas, mezclando los ingredientes y creando útiles (y no tan
útiles) preparados para preservar la salud de sus vecinos. Un mundo entre la
ciencia farmacéutica y ciertos resquicios de los antiguos usos de los
alquimistas.
Francisco Borrego, consiguió
su titulación realizando un examen ante un médico, protomédico u otra autoridad
versada en la materia. Para acceder a la prueba ya debía llevar a sus espaldas
cuatro años de experiencia laboral junto a un boticario titulado como mozo de
botica, y tener más de 25 años. En la oposición se examinaría de latinidad y
teoría, y posteriormente debería realizar una prueba práctica en una botica
donde se aprobaría su conocimiento sobre las drogas, yerbas, la preparación de compuestos y su
aplicación.
En 1784, tras su muerte,
el Escribano Público de la villa, Miguel Bernal de Contreras, procedía a
realizar el inventario de los bienes de la Botica, a petición de las herederas
del boticario (sus dos hijas, María e Isidora Borrego, fruto del matrimonio en
segundas nupcias con Thomasa Gallardo),
con la finalidad de proceder al aprecio de los enseres y, presumiblemente, derivar
a la venta a un nuevo boticario. Al frente de la tasación, además de los
integrantes legales del proceso, estuvo otro de los boticarios de la localidad,
Pedro Clavero, que dado sus conocimientos en la materia, era el más indicado
para llevar a cabo la valoración de todos los elementos. A partir de dicho inventario,
podemos apreciar cuáles eran los remedios utilizados en una botica del siglo
XVIII en Zalamea la Real (y por supuesto, en todo el Reino). Muchos de ellos,
más cercanos a la herboristería tradicional, aún se conservan en nuestras casas
como remedios caseros. Otros, por su elaboración y uso de elementos químicos,
cayeron en el olvido. El resto, fueron evolucionando hasta el día de hoy.
Para no hacer
extremadamente soporífero el análisis de los productos del inventario (más de
quinientos elementos de relevancia) haremos una selección de los mismos para
presentarlos al lector. Sí es verdad que la mayor parte de los productos se
usaron como remedio frente a diferentes afecciones, por lo que, al margen de
realizar algún apunte, no vamos a describir sus usos teniendo en cuenta la
extensión del artículo para esta revista.
Comencemos con las
aguas. Fueron muchas las preparaciones realizados mediante la cocción de
plantas medicinales. La infusión de las mismas dio paso a una serie de
productos que mucho o poco, actuaron contra ciertas enfermedades. En los
vidrios de Francisco Borrego se conservaban las siguientes: Agua de borrajas Agua de culantrillo, Agua de Llantén Agua de Toronjil (para los entuertos que
vienen después del parto), Agua de escarola), Agua de cerezas dulces, Agua de
malvas, Agua rosada, Agua de cal, Agua de canela, el Agua
de Sal y el Agua de suero destilado,
para preparaciones; y la famosa Agua de
la Reina, considerado el primer perfume (romero, lavanda y alcohol).Junto
a ellas, jarabes y ungüentos constituían otro de los bloques medicinales más
destacados. De los primeros conservaba en sus estantes el de adormideras blancas, el jarabe de agar o
melaza, y el de arrayán. Respecto a los segundos, ya encontramos una
nutrida variedad: ungüento opilativo, de
plomo, de dátiles, de la condesa, de calabaza, blanco, caustico, de arthanta, de
cinabrio, egipciaco, de álamo, de hisopo, de gripo, de poligonato, y de Zacarías.
También se apreciaron
un suculento grupo de botes llenos de aceites y bálsamos. Para aliviar dolores
musculares y otros padecimientos, aplicados sobre las zonas afectadas, o como
purgantes o neutralizantes de otras dolencias, administrados por vía oral (lo
cual debía ser harto desagradable) estos mejunjes constituían uno de los
elementos más demandados por la población doliente. Así encontramos aceites de tusilago, de trementina, de
lombrices, de azucenas, de manzanilla, de zorro, de verbena, de eneldo, aceite
dulce con fuego, de alacranes, de hipérico, de aceitunas verdes, de almendras,
aceite común, aceite esencial de salvia, esencia alhucema, de mejorana, de
ladrillo o filosofal, de anís esencial, de romero, de Kermes, y de almendras
dulces. Junto a los aceites, los bálsamos: bálsamo peruviano sólido, de cachorros, de calabaza, bálsamo negro, de copaiba, bálsamo
anodino, bálsamo cathólico, bálsamo
diavotano, bálsamo alcedo, de María, y estoraque. Haciendo uso de su dilatado
conocimiento y de los manuales de farmacia que recogían las recetas precisas
para la elaboración de los medicamentos (los recetarios también se incluían en
su inventario) Francisco Borrego, en el obrador, realizaba este tipo de
elaboraciones, además de otras como las píldoras
de Cinoglosa, Protusi, de ruibarbo o marciales; o los emplastos de aquilón menor y mayor, agomado, confortativo, negro, meliloto,
de cicuta, opiáceo, manus dei, de ranas con mercurio, de almaciga, carminativo
y matricial.
Pero para llevar a
cabo su cometido, el boticario debía contar con una importante reserva de
ingredientes que hicieran posible completar las preparaciones que se indicaban,
por ejemplo, en la Palestra Pharmaceútica
Chymico-Galenica de Félix Palacios. Así, los anaqueles de la rebotica
estaban repletos de todo tipo de semillas, raíces y hierbas aromáticas y
medicinales, así como de elementos derivados de animales y un profuso grupo de
elementos químicos. En primer lugar citaremos a los polvos, donde podemos apreciar analizando su nomenclatura, cierto
arraigo de las antiguas artes galénicas: polvos
contra aborto, polvos del papa Benedicto, de guteta, tres sándalos, polvos
diamargariton, de rosa, de jalapa, de ojo de cangrejos, restrictivos, de
sándalo rubio, de aro, y polvos de Marte. Además de estos productos ya
preparados, el boticario almacenaba los elementos químicos, sales y minerales necesarios
para llevar a cabo sus amalgamas: espíritu
de vino, azufre, vitriolo rubio o colcota, albayalde, regulo de antimonio,
alumbre, harina resolutiva, tintura laca espirituosa, piedra hematite, almártaga,
ojimiel, areno, piedra medicamentosa, plomo quemado, sal coagulada, vitriolo
blanco, espíritu de hollín, arsénico amarillo, cardenillo, cristal montano,
limaduras de fierro, piedra magnética, sal de Saturno, extracto católico, sal
amoniaco, piedra lipis, piedra pómez, sal prunela, sal de Inglaterra, extracto
de oro, arcano duplicado, sal de nitro, crémor tártaro, tucía preparada, minio,
kermes, antimonio marcial, hígado antimonio, tintura de mirra, leche virgínea,
tierra sellada, filonio romano, láudano opiado urinario, tártaro violado,
espíritu de succino, precipitado blanco, tintura de succino, azoque, elixir
propietatis, tintura antitética, concepción de kermes, gentil cordial, láudano líquido,
azafrán de los metales, elixir vites, antiséptico de potasio, diascordio,
mercurio dulce, sal polieresta, trementina de Venecia, espíritus torácicos de
minio, oro entero, libro de plata, sen menudo y entero, guillen cerben,
contrarotura, manteca de azahar, unción fuerte, manteca de cacao, triaca,
manteca de camuesas, manteca de baca, manteca de Saturno, electuario
diacatolicón, vinagre de Saturno, solimán malo y agua fuerte.
El grupo más nutrido
en la rebotica era el de las plantas naturales. Usadas por sus propiedades
medicinales, en su amplio espectro Francisco Borrego las mantenía secas o
recién cortadas (muchas de ellas formaban y forman parte de nuestro entorno
natural), en semillas o raíces. Éstas eran: borrajas, escorzonera, cubeba,
visco porcino, hermodátiles, díctamo blanco, flor de azufre, mirabolanos, pimienta,
agallas de levante, alorbas, zaragatona, mostaza, cártamo, alquitira, eléboro
negro, sándalo, jalapa, nuez moscada, clavos, agnocasto, cebadilla española, lechuga
(ponzoñosa), aristoloquia, díctamo de creta, ipepacuana, peonía, aloes
socrotinum, cardo santo, santónicos de Alejandría, escamonea de Esmirna, incienso,
opio, mirra, bedelio, asafétida, euforbio, sagapeno, succino amarillo, opopónaco,
argento, almáciga, extracto de tormentilla, tamarindo, ládano, tila, estoraque,
alcanfor, eléboro blanco, linaza, caraña, tintura de azafrán, margaritas, pulpa
de caña fistula, lirios de Florencia, mortiños, adormideras, anacardos, sauco, alcaparras,
mirra, azofaifas, yerbabuena, violetas, cidra, hipérico, manzanilla, doradilla,
yedra, amapolas, zarzaparrilla real, cantueso, altamisa, ruibarbo, flor de terreno,
cortezas de naranja, gálbano, centaura, betónica, quina, resina de levante, pez
rubia, escordio, polipodio, palo dulce, balaustria, tusilago, calaguala,
achicoria, consuelda, ásaro, galanga, ésula, bistorta, Sangre de Drago, Goma de
junípero, goma yedra, copal en pasta, goma arábiga, goma laca, goma de palo
santo, resina de jalapa y goma armoniaca, entre muchos otros.
Pero quizás los
elementos que más acercaban el trabajo de boticario a la alquimia de la
antigüedad eran aquellos productos de origen animal: cantárida, rasura de
marfil, cuerno de ciervo, madreperla preparada, castóreo, antifebril de conchas,
cuerno de ciervo filosófico tinturado, carne momia, carne anima, esponjas, cochinillas,
mandíbula de pez lucio, espíritu de cuerno de ciervo, uña de la gran bestia, espíritu
de almizcle, cráneos, mandíbulas, y dientes de jabalí.
Generalmente, el
médico de la localidad recetaba al enfermo el medicamento que necesitaba para
aliviar su dolencia, y como hoy en día, el paciente se acercaba a la botica
para que el droguero le elaborase la preparación. A través de la cédula (receta), el boticario elaboraba
la medicación estipulada por el médico. No obstante, la experiencia de éste le
permitía recetar si hacer una consulta previa al médico, acto que la mayor
parte de los enfermos agradecían, puesto que así se ahorraban el pago de la
consulta médica.
El aprecio del
material de la botica ascendió a 1999 reales, que junto a los 2672 reales de la
tasación del resto de posesiones del boticario Francisco Borrego, dejaron a
cada heredera la no poco estimable cifra de 2335,5 reales.
José Manuel
Vázquez Lazo
www.conelrabillodelojo.blogspot.com