El
siglo XIX abrió sus puertas en Andalucía con una de las series epidémicas más
desoladoras de cuantas habían devastado estos lares. Y eso que desde el siglo
XV hay datadas pestes que periódicamente mermaron los índices demográficos de
la zona. Así, el verano trajo al puerto de Cádiz, que ostentaba el monopolio
comercial con el Nuevo Mundo, no sólo mercaderías procedentes de las Américas,
sino la enfermedad tropical conocida como Fiebre
Amarilla o Vómito negro. Ejemplo
de ello fue el arribo el mes de julio de la corbeta Delfín, que procedente de los astilleros de Baltimore, y tras hacer
escala en La Habana, dejó a los estibadores del puerto las mercancías propias
del comercio y algunos cadáveres y moribundos con agudas señales de ictericia. El
contagio apenas tardó un mes es extenderse por la ciudad, y poco después, a
Sevilla.
A
efectos sanitarios, ésta era (y es) una enfermedad vírica transmitida por la
hembra del mosquito de la especie Aedes
aegypti cuyos síntomas más acuciantes eran fuertes dolores de cabeza,
fiebre elevada, palidez, escalofríos, pigmentación amarilla en la piel y en los
ojos, hemorragia nasal difusa, dolores de hueso y vómitos verdes que llegaban a
ser negros debido a las hemorragias digestivas. Llegados a este último estado,
la muerte acaecía a los tres días. O lo que es lo mismo, la descripción que
hacía de la epidemia un facultativo de la época: “… consistía en grabazón de cabeza, en sienes y ojos, dolor en las
caderas y lomos, a lo que seguía calentura moderada con signos de plétora y
postración de fuerza y pulso pequeño, indicio no dudoso de su malignidad. Los
vómitos atrabiliarios, las hemorragias por nariz y por encías manifestaban la
disolución, así como las ansiedades, delirios y otros síntomas nerviosos los
atribuían a la debilidad de los pacientes. Al fin, siendo teñidos de pajizos
los vómitos y los excrementos de algunos enfermos, y ellos mismos antes y
después de muertos cubiertos del mismo color convinieron que era la fiebre
amarilla o de América o typhus icterodes”.
Las
noticias, por suerte para muchas localidades de la periferia de dichas
ciudades, fueron más diligentes que el tedioso vuelo del mosquito transmisor
del mal amarillo, y de los muchos afectados que, desconociendo la condena que
corría por sus venas, se movían a duras penas de un lugar a otro mientras su
piel se teñía de limonado color.
La Junta de Sanidad de Zalamea la Real.
Adelantándose
a las órdenes que se oficiaron desde Madrid para todo el reino con fecha 17 y
30 de septiembre, a expensas de cubrir la necesidad de detener la epidemia, el
cabildo zalameño, unos días antes, el 14 del mismo mes, ya formalizó la
creación de la Junta de Sanidad “…siendo notorias las
enfermedades contagiosas que de algunos días a esta parte se están
experimentando en las ciudades de Cádiz y Sevilla de las cuales temerosos
muchos de sus vecinos se salen de ellas
a otros pueblos, y a ellos consiguientemente vienen otras distintas personas
sueltas que deben sujetarse y contenerles la entrada para evitar que se
introduzca el contagio que en sentir de muchas es inflama de peste para lo cual
este ayuntamiento ha dado las providencias que ha tenido por oportunas y entre
ellas las de poner centinelas a las entradas del pueblo. Pero siendo
indispensables aún mayores providencias que todas no pueden estar al cuidado de
sus mercedes por sus muchas ocupaciones de la villa y del Real Servicio,
deseando liberarla en cuanto sea posible han acordado nombrar una Junta de
Sanidad compuesta por seis individuos de los más principales de esta
república….”.
Sus miembros, los de costumbre para estos menesteres: Leandro Martín Serrano y
Pedro Rodríguez (Alcaldes Ordinarios y Presidentes de la misma); José Martín
Lancha, Cura Propio Beneficiado y Vicario; el Ldo. Álvaro Manuel Prieto y Lobo,
cura; los vecinos Manuel Martín Lancha, Rodrigo Alonso Cornejo, Juan Beato
Romero, Manuel López Romero, José Sánchez Bejarano y Andrés Gil. Dos meses más
tarde, se nombraban a los médicos titulares de la villa, D. Lázaro José Baquero
y D. Manuel González de Bolaños, y al Cirujano Titular, D. Antonio Ramallo,
miembros con voz y voto en la Junta de Sanidad. Y no solo en cuestiones
médicas, sino también gubernativas.
Las medidas
de profilaxis.
El
desconocimiento absoluto sobre la enfermedad, su contagio y su tratamiento y
cura llevó a la Junta a tomar medidas de profilaxis para evitar el propio
contagio. Así, en primera instancia se obligó entrar y salir de la villa tan
solo por
los cuatro caminos públicos,es decir, los que se dirigían a Valverde del Camino,
Minas de Riotinto, el del Monte de Traslasierra y el Lugar de Calañas, obligando a los transehuntes a indicar
de dónde venían. El incumplimiento del mandato iría multado con dos ducados y
tres días de cárcel. Así mismo se instó a los dueños de los cerdos…” que los tienen en el pueblo y andan por las
calles los retirarán de él, por lo nocivos que son a la salud público, y no lo
habiendo en el término de tres días que se le asignen para que lo ejecuten se les
corregirán con cuatro reales de vellón
por cada un cerdo que se encontrase en el pueblo”. Además de ello,
se decidió demoler todos los estanques que existían en las inmediaciones del
pueblo “…en los cuales con las lluvias y
avenidas se recogen arrolladuras, estiércol y otras inmundicias, quedando la
mayor parte con agua, que corrompida y fermentando otras materias, acaso sus
vapores y hálitos produjeran muy malos efectos contra la salud, que tanto
interesa su conservación[…]”. Y como medida estrella en esta deriva
profiláctica se prohibió la entrada de aquellos ciudadanos que venían de la
ciudad de Cádiz y Sevilla, que, aunque estuvieran sanos, debían hacer
cuarentena de 15 días, previo reconocimiento médico, los primeros en el sitio
de La Alberquilla, y los segundos en
el Valle Sevilla, “…y que si no obstante
de lo que se manda en este capítulo otros vecinos admitieren y ocultaren en sus
casas a las expresadas personas sufrirán lo que contravinieren a este mandato
15 días de cárcel y además se les exigirán 10 ducados de multa…”La orden se
haría pública inmediatamente por voz del pregonero del Concejo. Gregorio
Rodríguez. A su vez se determinó que
para salir o entrar en la villa por los caminos determinados, haría falta un
salvoconducto llamado Fe de Sanidad,
que, a su vez, debían renovar en aquellas localidades que iban a visitar
corroborar que volvían sanos a Zalamea.
En cada uno de los cuatro caminos citados se colocarían guardas
para velar por las disposiciones emitidas por la Junta de Sanidad. Y por la
salud de los mismos, vigilarían día y noche los miembros de la Junta, a saber: D. José Lancha, Vicario, y
Andrés Gil a los de la Cruz de las Eras;
D. Álvaro Manuel Prieto y Lobo cura beneficiado, y D. Juan Beato, a los del Pilarete; José Sánchez Bejarano a los
del Camino de San Vicente; y Manuel
Martín Lancha a los de la Fuente del
Fresno.
Todas estas medidas, por supuesto, se aplicaban a
las aldeas del término, que entonces eran 15. Los principales informantes en
éstas y sobre éstas serían los curas de las mismas. El Vicario se encargaría de
la correspondencia con los curas de Riotinto y Las Delgadas y al Prieto y Lobo
con el Pozuelo y El Villar.
El 1 de octubre se emitía un bando donde se
especificaban todas las nuevas medidas a tener en cuenta. Firmado por los
Alcaldes Ordinarios y Presidentes de la Junta Leandro Martín Serrano y Pedro
Rodríguez, estas decían:
1º. Se cierra
esta villa y su término durante el actual contagio.
2º. No se
admitan ningunas mercaderías que vengan de los pueblos contagiados […]
3º. No se
admitirá durante el contagio personas ni familias que no sean vecinas y
naturales de esta […] se prohíbe a todo vecino admitir ningún huésped
forastero, sin que en el mismo momento de su venida se presente a la Junta con
una relación jurada que exprese el nombre, apellido, lugar de nacimiento y
última residencia, tiempo en esta y su destino a esta villa, para que la Junta
determine.
4º. Los
vecinos que vengan de los pueblos contagiados harán precisa cuarentena en la
forma siguiente: los de Cádiz de 40 días desde que salieron de ella; y los de
Sevilla y demás pueblos 20 días contados igualmente desde su salida. Y hecha la
cuarentena no entrarán en la villa sin que proceda el reconocimiento de uno de
los dos médicos titulares y la declaración de perfecta sanidad, reservándose la
Junta la ampliación de los 20 días si fuese necesario.
5º. Ningún
vecino ni persona de este pueblo podrá salir de él sin la fe de sanidad […].se prohíbe a todo vecino el salir ni
entrar sino por los cuatro caminos siguientes: Cruz de las Eras, Fuente del
Fresno, San Vicente y Pilarete.
6º. Los
arrieros […] no podrán entrar ni hacer noche dentro de esta villa, sin que detenidos
por los guardas entreguen a uno de estos la fe de sanidad […] Y hallando que no
han estado en los pueblos contagiados, les permitirá la entrada, intimándoles
que salgan el día siguiente de la villa […]
7º. Se creará
la Policía de los Lazaretos.
8º, 9º y 10º.
Habrá dos Lazaretos, que serán Valle de Sevilla, Alberquilla y San Blas. El
primero servirá para los que vengan sanos y el de San Blas para los que caigan
o vengan enfermos. […] En ambos estarán los que hagan cuarentena, sin comer,
tratar de mezclarse los unos con los otros, y solo podrán hacer esto los que
hagan venida de un mismo pueblo, y en un mismo día, bajo la pena de que si uno
en cuarentena trata con otro que ha venido posteriormente deberá seguir la
cuarentena con el último.
11º y 12º. Si
en el Lazareto de los sanos cayese alguno enfermo, precedido el reconocimiento
del médico, será trasladado al Lazareto de los enfermos, si la enfermedad es el
contagio.
12º y 13º. En
cada Lazareto se pondrán dos guardas, a costa de los que lo ocupan a prorrata
según los días. […] éstos se situarán en
los sitios que se les señalará, y no tratar ellos mismo, ni permitir, que
ninguna persona de ninguna clase y condición que sea, trate con los que están
en cuarentena, bajo la pena de 10 ducados y dos meses precisos de cárcel, y en
caso de reincidencia de proceder según derecho.
14º. Se
prohíbe a todo vecino ir a los lazaretos bajo la pena de 20 ducados de multa y
20 días de cárcel que se le harán pasar después de sufrir la cuarentena a que
se le obligará.
15º. Los
padres, madres, mujeres o cualesquiera interesado que envíen comida a los del
Lazareto, se presentará a la Junta y señalará la persona que quiere la lleve, y
la llevará ésta, y no otra, y la entregará al guarda, el que la pondrá en el
sitio que se le señalará.
16º. Si
alguna persona quisiese escribir a los del Lazareto, podrá hacerlo libremente,
y recibir respuesta, pero las cartas las recibirán los guardas y las respuestas
que recojan las mojarán en vinagre antes de entregarlas a los interesados.
17º. Antes de
entrar los del Lazareto uno de los médicos titulares examinará las ropas que
traigan y se obrará según su declaración.
18º y 19º. Se
prohíbe a todo vecino llevar víveres o cualquier otro socorro a los pueblos
contagiados o sospechosos […] Si éstos pidiesen víveres o cualquier otro
socorro se les suministrará con toda prontitud, y haciéndose las compras y
ventas fuera de esta villa, y con presencia e intervención de dos diputados de
la Junta para evitar todo tipo de contagio.
Los
insensatos.
A pesar de las devastadoras noticias que venían
desde Sevilla, Cádiz y Málaga, hacia donde se había extendido la epidemia, y
las medidas preventivas y sobre todo,
sancionadoras que había impuesto la Junta de Sanidad, no fueron pocos los vecinos
que hicieron oídos sordos a lo que acontecía. Y los casos más flagrantes fueron
los de los propios miembros del Cabildo o de la Junta de Sanidad.
En este sentido, el diputado José Santana de
Bolaños incurriría en varios quebrantamientos: El 18 de
septiembre, la
Junta se hacía eco de una anomalía en el protocolo. El vecino Ramón Sevillano,
mozo José Santana de Bolaños se había sacado la pertinente Fe de sanidad para trasladarse a la villa de Santa Bárbara. Pero en
su lugar fue a la de Castilleja de la Cuesta, que a la postre, estando a las
puertas de Sevilla, era uno de los lugares presuntamente más afectados por el
contagio. A la vuelta, se le envió directamente al Lazareto del Valle Sevilla.
Y al mismo José Santana se le prohibió la
fe de sanidad para desplazarse a la villa de Aznalcollar debido a las noticias
de que allí, en Salteras, Umbrete, Guillena y Cantillana se ha extendido la
epidemia. Días más tarde, volvería a infringir las disposiciones indicándose
que hacía días había salido sin permiso con sus gañanes a la Dehesa del Rincón,
cerca del Castillo de las Guardas. Se instó a su mujer, María Sevillano, que no
lo acogiera en su casa hasta saber si había estado pueblos sospechosos de
contagio. Se le impuso una multa de 10 ducados y 15 días de cárcel, además de
hacer cuarentena al volver.
Pero más flagrante fue la actuación de Pedro
Rodríguez, Alcalde Ordinario y Presidente de la Junta de Sanidad. Así, el
vecino Juan Lorenzo Rodríguez había solicitado una fe de sanidad para que Pedro
Mojedas, hijo de Pedro Rodríguez, pudiera desplazarse a Sanlúcar la Mayor a
entregar una carta y recoger cierta cantidad de maravedíes. Al mismo Juan
Lorenzo Rodríguez se le había denegado el pasaporte por las sospechas de que en
dicho lugar la epidemia estaba afectando al vecindario. Ante la insistencia de
Juan Lorenzo Rodríguez y la negativa del E.P. de la Junta, intervino
directamente el Alcalde Pedro Rodríguez, para que se le entregara dicha
licencia. Enterados el resto de integrantes de la Junta, ordenaron impidieran
la entrada de Mojedas a la villa “…ni los
efectos que trajese hasta que con seria reflexión se determinase lo más conveniente
a precaver se comunicase dicho contagio; y quedó muy informado el expresado
señor Pedro Rodríguez de esta determinación, y que instruyese al citado su
hijo…”.
Pero Pedro Rodríguez, aún ostentando el cargo que
tenía, hizo caso omiso de las indicaciones de la junta que él mismo presidía: “Y quando esperaba la junta se cumpliese
puntualmente ese mandato maiormente por quien debe por su distinción y carácter
dar ejemplo a este vecindario, se ha dado noticia que luego que llegó a las
inmediaciones del pueblo el nominado Joseph Moxedas, y detenido por los guardas
que están en el camino de la Cruz de las Eras, y como a los veinte pasos que
les está mandado reciban a las personas que vengan con destino a esta villa
traigan o no pasaporte hasta que se determine por uno de los diputados de la
Junta….”
El aviso se pasó al mismo Pedro Rodríguez, que se
presentó en el lugar con otro hijo, Dionisio. Y a pesar de las advertencias que
reiteradamente le hicieron los guardas para que siguiera el protocolo que él
mismo había determinado en la junta, Pedro Rodríguez se acercó a su hijo y
recogió una carta destinada a Juan Lorenzo. Al mismo tiempo llegó el citado
Juan Rodríguez, “…que habló muy de cerca
con el expresado Joseph Moxedas tanto que recibió de su mano trescientos maravedíes
y posteriormente la citada carta…”. Además, a requerimiento de los guardas,
José Mojedas no entregó ninguna fe de sanidad que indicara que el lugar que
había visitado estuviera fuera del contagio. La Junta obligó a Pedro Rodríguez
a hacer cuarentena durante 8 días en las casas de su morada; a Juan Lorenzo
Rodríguez otros 8 días en el Lazareto de la Fuente de la Alberquilla y al pago
de una multa de 4 ducados. A José Mojedas otros 8 días en el mismo lugar. Todos
ellos sin tratar ni comunicar con persona alguna, para lo que se les pondría un
guarda que ellos mismo deberían pagar.El propio Pedro Rodríguez, que quebrantó
su propia cuarentena, , no asistió nunca más a las sesiones de la junta, e
intentó en varias ocasiones disolver a la junta, pero los medios legales se lo
impidieron.
Además de ellos, la documentación cita las penas
impuestas varios vecinos: a José Sixto de Bolaños, presbítero, que
salió a dar misa a la aldea de Riotinto. A la vuelta se encontró las vías de
comunicación cortadas por las muestras de contagio existentes en las Reales
Minas de Riotinto, que había producido la muerte de José Infiesto y dos
soldados. Tuvo que pasar 8 días de cuarentena en la Ermita de San Blas; al
vecino Manuel Palmar, al no traer fe de sanidad tras su regreso de Alosno,
también debió pasar 8 días en el Lazareto de la Fuente de la Alberquilla; a
Francisco y José García, molineros en el Río Tinto, por quebrantar la
cuarentena de la Aldea de Riotinto, 10 ducados de multa y 15 días de cárcel; A
Manuel Gómez de los Reyes, molinero, por no haberse presentado en la villa por
orden del alcalde de la aldea de Riotinto, Vicente López, por tardar un día, 4
ducados de multa; o a Diego Lorenzo Serrano y Pedro Vázquez de Antonio, que
sufrieron cuarentena en la Fuente de la Alberquilla por no acreditar de dónde
vienen ni cuánto tiempo habían estado fuera de la villa¸ se multó también a los
vecinos de la Aldea de Riotinto, el hijo de Ramón Lancha, el de José Rodríguez
y Vicente Porrón con 15 ducados por ir a la villa de Gerena, contagiada, sin
permiso. Además de hacer la cuarentena estipulada; y para terminar decir que se
multó a Antonio y Manuel Domínguez y a Pablo Ruiz con 4 ducados por entrar en
la villa por un lugar distinto de los 4 caminos indicados, a pesar de las voces
que le dieron los guardas.
Los muertos
No existen datos oficiales sobre el número de
multados ni penados a hacer cuarentenas en Zalamea y en su término, al margen
de las citadas anteriormente. Y no podemos aventurarnos a decir si fueron más o
menos, si los lazaretos estuvieron a llenos o cuántos fueron los que
presentaron síntomas de la epidemia. Los estudios indican que se produjeron
7.387 víctimas en Cádiz, unas 10.000 en Jerez o 6.884 en Málaga. Además, casi
el 70% de la población de cada ciudad cayó enferma. Para más referencia, y los
datos son extrapolables al resto de las ciudades citadas, de una población de
80.500 habitantes en la Sevilla de 1800, fallecieron 14.685 vecinos, además de caer enfermos más de
76.000 de ellos y huir más de un millar. Aquí, afortunadamente las cifras
fueron menos devastadoras.
Destacar el caso del vecino de las Reales Minas de
Riotinto, Juan Infiesto, y de dos soldados afincados en el lugar. Los tres
habían ido a Sevilla y se habían contagiado de la enfermedad. Fueron las dos
primeras víctimas contabilizadas para la zona. Sus muertes provocaron el cierre
total del tránsito por las minas y la creación de lazaretos en las mismas, que,
dicho sea de paso, se llenaron de personas cumpliendo cuarentena. Es el caso de
Francisco Martín de Los Canos, que a pesar de las muertes de Infiesto y los
soldados, de estar en cuarentena la Aldea de Riotinto y de estar cerrados al
tránsito las Reales Minas de Riotinto, estuvo en Las Delgadas tratando con José
Delgado del Pozuelo, morador de ella. Se le ordenó volviera e hiciera
cuarentena en el sitio de La Morita, donde ya la cumplían varios operarios de
las Reales Minas de Riotinto. Además, se le multaría con 10 ducados por su
desobediencia y 15 días de cárcel.
Todo aquel que tuvo contacto con los difuntos
fueron apartados del resto del vecindario. El caso extremo ocurrió con Ramón
González vecino de El Villar, que facilitó a los soldados fallecidos en las
minas, un dornillo y cucharas en que comieron. Su mujer e hijo debieron hacer
cuarentena de 8 días en La Alberquilla. Y se cerró la comunicación con la aldea
durante este tiempo. Además, los sepultureros hicieron cuarentena en la Fábrica
de Fundición. Los vecinos que habían tenido contacto con ellos en el Lazareto
de Quebrantahuesos; y a la viuda de José Infiesto, su compañera María del
Carmen y el Interino Correo José Mayo en el Lazareto de Los Planes. Vicente
Letona, Administrador de las Reales Minas de Riotinto, enviaría una carta
(firmada también por Atanasio José Rodríguez)
donde indicaba que tras la muerte de Infiesto, el cobertor blanco y las
demás ropas de cama se sumergieron en uno de los silos de los pozos amargos;
los zapatos, una capa que llevó el difunto en su último viaje a Sevilla, una
chupa, las ropas y los bancos de cama fueron quemados en presencia de tres
diputados para mayor seguridad.
En la villa de Zalamea sólo tenemos un caso de
fallecimiento. El 24 de noviembre de 1800 llegaba la noticia a la Junta de
Sanidad de la venida por el Arroyo de Beas del vecino José Caballero. Regresaba
de la ciudad de Cádiz, donde desafortunadamente se había contagiado. Ese mismo
día entró en la villa por la zona de los pocitos, moribundo sobre una bestia, y
acompañado de su hijo José Caballero. Una vez examinado por los médicos, lo declararon gravemente enfermo Enviaron al
padre, al hijo, a la caballería y todas
sus pertenencias al Lazareto de San Blas. Y se prohibó a sus mujeres e hijos ir
a visitarles.
Pero José no pudo con la enfermedad y murió poco
después de su retorno a Zalamea. La Junta de Sanidad emitió entonces una
diligencia sobre el caso, donde se mandaba a “…Agustín
Bernal, guarda de José Caballero, difunto, hiciese a espaldas de la ermita del
Señor San Blas, a una buena distancia,
una hoya o fosa de dos varas de profundidad la que concluida rogaron y
suplicaron a Joseph Caballero menor, asistente o enfermero del difunto llevase
por Dios y en caridad el cadáver del dicho su padre a enterrar. Hízolo al fin,
y lo dejó perfectamente cubierto y a satisfacción nuestra en términos que
ningún daño pueda sobrevenir al cadáver. Después teniendo anticipadamente una
porción de leña, le hicimos al dicho Joseph quemase la ropa de su uso, el de su
padre y el burro y también los muebles y cachos todos sin perdonar lo más
mínimo. Después le hicimos abriese el techo del cuarto donde murió su padre y
estando despejado hizo dentro de él una grande hoguera de romero y ruda para
con sus perfumes purificarlos, y también todo aquel recinto….”A José menor
le hicieron desnudarse y lavarse todo el cuerpo con un mejunje de romero y ruda
cocido en vinagre. A la hoguera tiró la ropa,
el cabo y la azada con que enterró a su padre. Después se le trasladó al
Lazareto del Valle de Sevilla, desde donde a iniciaos de 1801, una vez pasada la
cuarentena, inspeccionado por los médicos, y lavado reiteradamente con vinagre,
romero y ruda, pudo volver a hacer vida normal. En la caballería que trasporto
el cuerpo enfermo de José Caballero, que tras pasar varios días al raso no
presentó ninguna anomalía, trasladar a la viuda a visitar la tumba del llano de
San Blas.
José Manuel Vázquez Lazo