martes, 26 de marzo de 2013

San José, la campana del Santo Sepulcro.


En honor de San José, que la paz sea contigo de ahora en adelante, querida campana”.

Esta pudo ser una de las fórmulas, entre varias asentadas en el ritual tridentino, usada por parte del celebrante para bendecir la campana que coronó la obra promocionada por Gabriel Alejandro Sanz en nuestro pueblo: la ermita del Santo Sepulcro.
La campana, como elemento singular, la podríamos incluir dentro del patrimonio cultural de los pueblos. Sus sonoridad en el silencio de cada localidad, los diferentes toques llamando a los feligreses a los encuentros de la liturgia (misas,  bautizos, entierros, ángelus, ánimas, oficios, …); como uso horario, marcando el paso de las horas acorde al reloj de la torre; su labor de servicio, cuando se convocaba a los vecinos con el “toque a rebato”, generalmente por un incendio, o cuando se llamaba a “niño perdido”, o cuando el cabildo quería convocar a la población para anunciar uno de los numerosos cambios políticos en la historia  de cada país (cambios en el trono, en el gobierno,…), forma parte inseparable de la idiosincrasia de los pueblos del occidente cristiano.
Su orígen, si atendemos a las indicaciones de San Isidoro de Sevilla, lo encontramos en la ciudad de Nola, en la región italiana de la Campania (de donde tomaría su nombre). La Iglesia las usaría, de forma generalizada, a partir del siglo VII. Entre los años 604 y 606, el Papado ordenó colocarlas en todas las iglesias de la Cristiandad para llamar a los feligreses a los Divinos Oficios, las Misas Solemnes y las Festividades.
La reciente (y más que acertada) restauración de la techumbre de la ermita del Santo Sepulcro ha logrado, además de devolver la cubierta original elevada en los inicios de la construcción del edificio, la limpieza de la campana que completa la espadaña del mismo. Un elemento forjado en el noble y sonoro bronce que el propio Gabriel Alejandro Sanz, Director de las Minas de Riotinto y esposo de la beatísima zalameña, Feliciana García Beato, usó para perpetuar su nombre en tan singular inmueble. Ya desde antiguo, las propias campanas solían llevar en su superficie exterior ciertas inscripciones en relieve, realizadas por el artesano que la fundía. Su temática era variada. En el caso de la campana del Santo Sepulcro de Zalamea la Real encontramos la siguiente inscripción:

En el anillo superior de la campana: àSR.  SN. JOCEPH SEHIZO A ESPENSAS DE DN.
En el anillo inferior de la campana: àGAbRIEL ALEXANDRO SANZ Ã DE 1776à

El cuerpo central de la misma posee una gran cruz en relieve, que separa ambas inscripciones. De este modo aparece el nombre de la persona que financió su fundición (una donación piadosa); la fecha de su creación y, el nombre que se le atribuyó a la propia campana: San José.
La documentación estudiada indica que el día 27 de septiembre de 1776 Gabriel Alejandro Sanz y el Síndico Personero del Concejo zalameño, Juan Santos Pérez, se presentaron ante el mismo Prior de Ermitas del Arzobispado de Sevilla para darle cuenta de la finalización de la ermita y de su bendición por parte del Padre Francisco Tomás Chaparro, franciscano del convento de San Benito de la villa pacense de Segura de León: “...deseosos los vecinos de este pueblo de perfeccionar a toda decencia y costa una vía sacra en el campo, que con las correspondientes licencias se ha construido y bendecido por un Religioso Sacerdote de San Francisco para estos casos como todo consta de las certificaciones y licencias de este cabildo...”. El Prior daba su visto bueno a lo acontecido, pero era solicitado para algo más:...permita su piedad que la dicha obra de la vía sacra finalice en la dicha hermita [...] que se intitulara del Santo Sepulcro y que se pueda construir en ella campanario con campana, altar para que se pueda celebrar el santo sacrificio de la misa, y en colocar la imagen del Christo Sepultado en su urna, todo con la maior dezencia, custodia y perfección, a fin de que estos vecinos tengan en este nuevo santuario y consuelo espiritual en que exercitar sus afectos diariamente, pues no se pase día alguno sin que se ande la vía sacra y si para el maior culto y permanencia de el fuese nezesario hipotecar o afianzar nuestras haciendas estamos promptos a escriturarlas en los términos que usted tenga por convenientes...”.
Tras la finalización de la ermita, el Prior daba los permisos pertinentes a las peticiones de Gabriel Alejandro Sanz. Entre ellas la edificación del campanario (en este caso una espadaña) junto con la colocación de una campana. Aunque no tenemos datos fehacientes que describan el acto, y siguiendo la tradición de la época, podemos decir que el bautismo de la campana lo hacía el obispo. Dudamos de la visita directa del Arzobispo de Sevilla a Zalamea para bautizar la campana del Santo Sepulcro, así que posiblemente lo hiciera algún delegado del mismo (el Visitador o el propio Prior de Ermitas). El rito indica que, ante la atenta mirada de los fieles, la campana suspendida sobre suelo unos metros, la presencia del celebrante vestido con traje pontifical, y el padrino de la misma (en nuestro caso Gabriel Alejandro Sanz), se procedía al bautizo con los elementos de rigor: el agua, la sal, los santos óleos, el incienso, la mirra y el turíbulo encendido. Tras el canto de los salmos, el oficiante bendecía el agua y rociaba con ella la campana “dándole el poder y la misión de ahu­yentar, en todos los lugares a donde llegara su eco, las potencias enemigas del hombre y de sus bienes: los de­monios, el relámpago, el granizo, los animales dañinos, las tempestades y todos los espíritus de destrucción.”  Los diáconos, a continuación, la lavaban por dentro y por fuera con el mismo agua bendecida. La ceremonia terminaba aplicándole a la misma las “unciones tra­zadas en forma de cruz con los óleos sagrados: siete por el exterior de la campana con el óleo de los enfermos, como símbolo de los dolores y la muerte del Salvador; y cuatro en el interior con el óleo de la confirmación, para significar la re­surrección de Cristo y las cuatro cua­lidades de los cuerpos resucitados: la agilidad, la claridad, la sutileza y la impasibilidad.”
El padrino elegía el nombre de la misma de entre los santos de la letanía. Gabriel Alejandro Sanz decidió que su campana, la del Santo Sepulcro de Zalamea la Real llevara el nombre de San José.



José Manuel Vázquez Lazo.

domingo, 3 de marzo de 2013

La leyenda del Rey Salomón ¿origen etimológico de Zalamea la Real?


El Rey Salomón
Los orígenes históricos de muchas localidades españolas quedan supeditados, como es lógico, a la documentación arqueológica o a las posibles referencias que se tengan de ellas en documentos ajenos a su propia historia. El origen de la ocupación humana del término de Zalamea la Real lo hemos encontrado en los numerosos yacimientos que cubren gran parte del territorio administrativo zalameño. Pero si buscamos el origen histórico del actual núcleo de población, la tarea se vuelve más compleja. No son pocas las teorías basadas en leyendas o fábulas que han ido pasando de generación en generación a lo largo del tiempo hasta llegar a nuestros días, ofreciendo una génesis más bien romántica, más propia de los cuentos que de la cientificidad histórica, sobre los primeros pobladores del pueblo. La búsqueda de similitudes toponímicas entre la literatura y la realidad han ido enfatizando, a lo largo de los años, ciertas teorías, banales todas ellas, sobre los primeros asentamientos estables en Zalamea. Y culpa de ello la han tenido malas interpretaciones de autores de la antigüedad, revisadas durante el Medievo o la Edad Moderna, y retomadas en los tiempos contemporáneos por la poética popular, hasta desembocar en las susodichas invenciones, que peligrosas ellas, acaban en muchos casos por dar respuestas a cuestiones difícilmente contestables y a pasar a ocupar el espacio de la Historia.
La Leyenda de Salomón es claro ejemplo de ello. La idea de la fundación salomónica de Zalamea la Real imperó por mucho tiempo en muchos manuales de “pseudohistoria”, hasta calar en lo más profundo del ideario popular. Contaba el mito que la mismísima hija de Salomón, en su periplo por estas tierras en busca de minerales con que abastecer sus barcos, se asentó en una meseta, que actualmente se correspondería con la Plaza de Talero, donde estableció a sus mesnadas disfrutando de uno de los frutos más ansiados y profusos de la zona: el agua. De esta manera, Salomea, beneficiándose de las aguas medicinales y saludables que brotaban de diferentes puntos de esta tierra, pudo crear un asentamiento permanente que bien pudo ser la génesis del núcleo poblacional de la actual Zalamea. Tal como indican algunos autores, la leyenda bien podría tener algún atisbo de veracidad si nos hacemos eco de las citas bíblicas que hablan de las expediciones de Salomón a Tharsis en busca de metales preciosos. En concreto del primer Libro de los Reyes (I Re 10, 21-22) de cuyo texto se han nutrido muchos historiadores de la antigüedad para dar una respuesta concreta a la ubicación de Tartessos. Pero este no es el caso. Asimismo, muchos otros investigadores, a lo largo de la historia, han querido acercar el mito a la realidad y dar veracidad al relato de la fundación salomónica de la localidad.
Salomea, hija del Rey Salomón
Parece ser que la tradición venía de antiguo, y posiblemente la leyenda surgió en la Edad Media. La gran riqueza minero-metalúrgica de la zona y la vinculación comercial de la provincia de Huelva con algunos pueblos orientales que desarrollaron un comercio más o menos estable con los indígenas, pudo ser la génesis de esta tradición. Ya en el siglo XVI esta historia debió de estar asentada en el ideario popular de Zalamea, ya que unos años más tarde el famoso cronista Rodrigo Méndez Silva, en su “Población General de España” se hacía eco de ella comentando “...que la mando fundar el Sapientísimo Rey de Israel Salomón a las gentes que embiava a nuestra Española Península, como a opulentísimas Indias [...] y quiso la nombrasen Salamea, en memoria suya hasta hoy perpetuada corriendo años 1024...”  Pero como decimos, la tradición sería anterior al XVI, y como ejemplo de ello, otro de los autores relevantes de la época, el jesuita Padre Juan de Pineda (¿1513?-¿1593?), en su obra “Salomon praevius id est de rebus Salomonis regis” hablaba de este romance como historia real. La idea fue posteriormente recogida por Juan Antonio de Estrada, a mediados del siglo XVIII, en su “Población General de España”, manteniendo la idea original, indicando “... que su fundación fue por este sapientísimo Rey [...]; y quiso la nombrasen Zalamea en memoria suya, como hasta hoy se conserva, corriendo los años 1024 antes de la Redención; [...] Es tradición de sus moradores, y permanezca aun cerca de aquí un castillo de aquel tiempo llamado Salomón” . Con toda probabilidad, el autor hacía referencia a la fortaleza situada en el llamado Cerro Salomón (hoy desmochado por completo a fuerza de barrenos en los trabajos mineros) y de cuya nomenclatura también se harían eco los autores para corroborar la presencia salomónica por estos lares. Obras importantes del XVII también enfatizan la leyenda salomónica como cierta. Así, Rodrigo Caro, en su obra “Antigüedades y principado de la Ilustrísima ciudad de Sevilla”, haciendo balance de su labor de Visitador del Arzobispo hispalense, decía que “...los moradores de allí tienen tradición (assi lo dizen) que las gentes que el Rey Salomón embiava por oro, y plata a  aquella tierra, la edificaron, y la llamaron del nombre de Salomón, Salamea. En prueva desto alegan, que un castillo muy antiguo, que cerca de allí esta, desde aquel tiempo hasta el presente, le llaman el castillo viejo de Salomón, y una de las aldeas, que este lugar tiene, le llama Abiud, y un rió no lexos de aquí, Odiel, y que todos ellos son nombres hebreos, impuestos de aquellas gentes, esto es lo que hoy dezir a los Clérigos y hombres ancianos...”.

El célebre juicio del Rey Salomón
El siglo XVIII, a excepción de la obra citada de Juan Antonio de Estrada que recogía testimonios antiguos, nos ofrece también documentos relativos a la fundación salomónica de Zalamea. En concreto hablamos del cuestionario enviado por el geógrafo real Tomás López a las diferentes parroquias de la actual provincia de Huelva para responder acerca de diferentes cuestiones para elaborar su trabajo de recopilación. En esta línea encontramos la respuesta del párroco de Zalamea José Felipe Serrano, diciendo que “...esta villa es antiquísima, de cuyo principio y fundación no hay memoria. Se llamó Salomea, esto es, Pacífica, cuya denominación es hebrea por el rey Salomón. Y después de su conquista se llamó Zalamea, manteniendo la misma etimología en idioma arábigo. Está situada en la región que se llamó Beturia, que hoy es parte de la Bética, entre los ríos Guadalquivir y Guadiana. Dista trece leguas comunes al occidente de Sevilla, entre los ríos Tinto y Odiel, cuya región se llamó Iberia o Tinto. También Tartesia por el Társis de la Sagrada Escritura y también Turdetania...” Y debemos decir que el conocimiento del mito se había extendido más allá de las gentes de Zalamea, a tenor de la respuesta dada por el párroco de Paterna del Campo, Juan Aurioles y Galván, indicando que “...el cerro que llaman de Salomón, y la analogía que tiene el nombre de la villa de Zalamea, la que dicen haberse llamado antiguamente Salomea, cuyas circunstancias unidas a la opinión bien común de que la Társis mencionada en la Escritura era este país, hacen creer que las flotas de Salomón cruzaban estos mares para conducir de estas sierras el mucho oro y plata que se empleó en la construcción del templo....
La existencia de nombres hebreos en la toponímia del lugar también ha favorecido la asimilación de la leyenda como real. Y es cierto que el pequeño poblado medieval de Abiud, al que haremos referencia más adelante, posee un nombre hebraico, cuya referencia más próxima la encontramos en la lectura del Nuevo Testamento al comentarse la genealogía de Jesús (Mt 1, 13). A este respecto, el mismo Juan de Pineda también citaba a Abiud como prueba de la presencia de Salomón en la zona. La investigadora Vidal Teruel, siguiendo a Campos Carrasco, ofrece para la aldea de Abuid el nombre de Abejú, y le otorga una datación cronológica romana indeterminada. Rodrigo Amador de los Ríos en su obra “Huelva” indica, al hablar de la aldea de Abiud, que “…alude a la que se encuentra en la sierra que hoy llaman de Abejú, con lo que se confirma el supuesto de que su nombre primitivo arábigo fue el de Aben-hud, haciendo referencia ya al famoso Seîf-ud-Dolah de los días de Alfonso VII, y a al no menos célebre Aben-Hud del siglo XIII....
Plaza de Talero
A mediados del XIX, la literatura científica aún mantenía en pie la teoría de la fundación de la localidad por Salomón. Así, Joaquín Ezquerra del Bayo, en sus “Memorias sobre las Minas nacionales de Río-Tinto” se hacía eco de una información que había sido encontrada por un albañil en 1816, cuando en su labor de recorrer el tejado del salón alto del edificio de las Casas Capitulares, encontró en el desván una lata con esos papeles y con otros muchos, escondida años antes por el escribano del cabildo para ocultarla de los franceses. Ezquerra dice que “…el dicho escrito está estendido en una cuartilla de papel de letra de buena forma y clara, aunque la tinta está sumamente blanca como si fuera su compostura de puro vinagre”. En ella se indicaba, al hablar de Zalamea la Real que “...el sapientísimo Rey Salomón, que floreció 992 años antes de Jesuchirsto, habiendo sus naves venido a España, penetrando sus gentes estas montañas, encontraron las ruinas de Betulia y Escoriales, trabajaron poderosamente en sacar metales, y en lo eminente de la montaña formaron un castillo, que hoy se ven sus cimientos,, y se nombra Castillo de Salomón, que a la falda del monte nace el río Ibero (oy Tinto); y legua y media hacia el Poniente fundaron una ciudad llamada Solomea, oy día Zalamea la Real, y en los mapas generales de España, Zalamea del Arzobispo”.
El romanista y arabista Álvaro Galmés de Fuentes, en sus investigaciones, ya en el siglo XX, tachaba de “disparatadas” la leyenda y origen etimológico que la cultura popular había dado al origen del topónimo de la localidad.


José Manuel Vázquez Lazo.